P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

La vida es un aprendizaje. Venimos a esta tierra justamente a dejarnos iluminar con las experiencias que vamos adquiriendo en el día a día. En ocasiones, aprendemos con situaciones dulces y agradables, pero existen otros momentos, que por circunstancia que nos salen al frente, tuvimos que reflexionar con dolor, sufrimientos y con un trago amargo. En otras palabras, como dice la expresión conocida: “No todo es color de rosa”, y se le puede agregar: “también hay que querer las espinas porque son parte de las rosas”.

Partiendo de lo dicho anteriormente, podemos decir entonces que aprender implica voluntad, entrega, negación y sobre todo, optimismo con sabor “desagradable”, alegría con sudor en la frente, felicidad con cicatrices en la piel y en el corazón. Pero hay que hacer la salvedad, que desde lo humano, lo expuesto da la impresión de masoquismo, porque lo colocamos como el elemento esencial para el aprendizaje. Sin embargo, desde el sentido místico y más todavía, desde el ámbito espiritual, el dolor nos hace más fuerte, nos humaniza y sobre todo, nos hace recordar de lo que realmente estamos hecho, que no es de fragilidad solamente sino de firmeza y de fuerza divina, esa que ha dejado Dios en nuestros corazones.

Por eso cuando un ser humano ve las experiencias en su vida con la mirada del cielo, pero sin dejar de tener los pies en la tierra, puede desde ahí entender lo que significa reír con lágrimas. Que no es más que darse cuenta que los obstáculos, las barreras y las dificultades cotidianas no pueden robarnos a nosotros la capacidad de ver el lado sublime y grandioso de la existencia. Ya lo decía Víctor Frank, en su libro: “El hombre en busca de sentido”, hablando justamente del sufrimiento, llegando afirmar que “incluso el sufrimiento tenía un sentido en la vida del ser humano, que no lo podemos ver como un intruso, sino como un signo de descubrir hacia dónde queremos ir en nuestra limitada vida, dada por el Creador”.

Aprender a reír con lágrimas, significa además, que los planes, sueños y metas propuestas, deben afianzarse más cuando duelen y cuestan alcanzarlo, porque eso quiere decir que cuando sean logrados se van a valorar con toda el alma y con todo el corazón, porque costaron lágrimas de sangre y muchas ganas de dejarlo todo, pero la voz interior no dejó abandonar el camino.

En definitiva, no dejes de reír aunque por dentro mueras de dolor, porque eso no es hipocresía, es la forma más optimista de decirte a ti mismo que nadie puede impedir que avances, que progreses en tu búsqueda de la felicidad y que, como dice mi madre: “La batalla no es del que la comienza sino del que la termina”. Por tanto, que tus ojos brillen de alegría y gozo, porque el sufrimiento no durará para toda la vida, y cuando todo termine, sabrás gritar con orgullo: “las lágrimas debilitaron mi cuerpo, pero fortalecieron mi alma”. 

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