• Primera lectura. Dn 13, 1-9.15-17.19-30.33-62: “Les aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron. Aquel día se salvó una vida inocente”.
  • Salmo Responsorial. 22, 1-3a.3b-4.5.6: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”.
  • Evangelio. Jn 8, 1-11: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

Color: MORADO

“Mujer, ¿dónde están los que te acusan?

Este pasaje fue a menudo entendido e interpretado “tipológicamente” por los Padres de la Iglesia. Agustín creó una especie de proverbio para esto: «Solo quedaron dos, la mísera y la misericordia» (misera et misericordia).

Más tarde este pasaje también se aplica a la iglesia y su práctica de la penitencia. Uno de los textos más bellos que retoma esta interpretación de los Padres de la Iglesia proviene de Karl Rahner (1904-1984), uno de los principales teólogos del siglo XX.

«Los escribas y fariseos -los hay no sólo en la iglesia, sino en todas partes y con todos los disfraces- arrastrarán una y otra vez a ‘la mujer’ ante el Señor y ellos con el sentimiento secreto de júbilo que “la mujer” que ellos acusan -gracias a Dios- no es mejor que ellos mismos: “Señor, esta mujer ha sido sorprendida en el acto de adulterio. ¿Qué dices?” Y esta mujer no podrá negarlo.

 Ella es la iglesia pobre de los pecadores. Su humildad, sin la cual no sería santa, sólo conoce su culpa. Y ella está ante aquel con quien está casada, ante aquel que la amó y se entregó por ella para santificarla, ante aquel que conoce su pecado mejor que sus acusadores. Pero Él está en silencio. Él escribe su pecado en las arenas de la historia del mundo, que pronto será borrado, y su culpa con Él. Se queda en silencio por un rato que nos parece miles de años. Y sólo condena a esta mujer por el silencio de su amor, que perdona y absuelve. En cada siglo, nuevos acusadores se paran junto a ‘esta mujer’ y se van escapando, uno tras otro, comenzando por los mayores; porque nunca se halló a nadie que estuviera libre de pecado. Y al final el Señor estará solo con la mujer. Y entonces se levantará y mirará a la ramera, su novia, y le preguntará: “Mujer, ¿dónde están los que te acusan? ¿Nadie te ha condenado?” Y ella responderá con palabras inefables.

Arrepentimiento y humildad: “Ninguno, Señor” Y ella se asombrará y casi se espantará (de) que nadie lo haya hecho. Pero el Señor la encontrará y le dirá: “No te condenaré de la misma manera”. Le besará la frente y dirá: “Mi esposa, santa iglesia”.

(Guía Litúrgica)

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