30 de abril del 2023
- Primera lectura: Hch 2, 14a.36-41: “Dios constituyó Señor y Mesías a Jesús, el crucificado”.
- Salmo Responsorial: 22, 1-6: “Nada temo, porque tú vas conmigo”.
- Segunda lectura: 1P 2,20b-25: “Andaban extraviados, pero ahora volvieron a la vida”.
- Evangelio: Jn 10,1-10: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.
Color: BLANCO
El sentido del sufrimiento – El buen Pastor
El sentido del sufrimiento: Jesús no buscó la cruz y la muerte, pero las asumió cuando llegaron. Durante su vida, como a cualquier ser humano, no le resultó fácil asumir el sufrimiento. La Segunda Carta de Pedro que leemos en la segunda lectura (1P 2,20b-252), no es una invitación al “masoquismo sagrado”, o a permitir que maltraten y pisoteen nuestra dignidad. Si Jesús asumió la cruz y la muerte, con todo el dolor que éstas representaron, lo hizo porque tenía la certeza de que su causa estaba avalada por Dios y porque lo animaba la esperanza de que Él no la dejaría sin terminar. De esa manera fue el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas. Si hoy asumimos su mismo compromiso por la vida, y aún sus mismos riesgos, es porque creemos y tenemos la esperanza en la real posibilidad de la construcción de un mundo más humano.
El buen pastor: La figura del buen pastor es eso, una figura, no una identificación total con todas las condiciones del pastor y sus animalitos, las ovejas. Esto porque en ocasiones se ha tomado la figura del buen pastor para justificar una Iglesia monárquica y absolutista que maneja a los llamados fieles laicos como a un hato de ovejas. Son tratados aparentemente con mucho amor pero, en fin, como a seres irracionales.
Podemos citar algunos experiencias históricas en las que hemos caído como Iglesia; esto lo hacemos no para juzgar y condenar sino para aprender y para evitar que hoy caigamos en eso mismo. El Papa Bonifacio II expresó en su Bula Unam Sanctam: “Declaramos, afirmamos, definimos y pronunciamos que someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad para la salvación de toda humana criatura” .[1]
En el contexto de la guerra contra los turcos, tiempo en que se buscó la unidad con la Iglesia de Oriente, se realizó el Concilio de Florencia, desde el año 1438 hasta el 1442. En este Concilio se hizo la siguiente afirmación: “Este Concilio Ecuménico cree firmemente, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos sino también judíos, herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles… nadie puede salvarse, por más limosnas que haga y aún cuando derrame su sangre en nombre de Cristo, si no permanece en el seno de la Iglesia Católica”.[2]
La constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano I se afirma: “Así, pues, si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene tan sólo un oficio de supervisión o dirección, y no la plena y suprema potestad de jurisdicción sobre toda la Iglesia, y esto no sólo en materia de fe y costumbres, sino también en lo concerniente a la disciplina y gobierno de la Iglesia dispersa por todo el mundo; o que tiene sólo las principales partes, pero no toda la plenitud de esta suprema potestad; o que esta potestad suya no es ordinaria e inmediata tanto sobre todas y cada una de las Iglesias como sobre todos y cada uno de los pastores y fieles: sea anatema (Es decir: sea maldito).”[3]
En este mismo sentido el Papa contrarreformistaPío X afirmó: “La Iglesia es, por la fuerza misma de su naturaleza, una sociedad desigual. Comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que están colocados en los distintos grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles. Y estas categorías hasta tal punto son distintas entre sí, que sólo en la jerarquía residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores.”[4] No nos corresponde juzgar y condenar a algunos Papas o a los concilios, teniendo en cuenta que hablaron en otro tiempo con las categorías que se manejaban en esa época. Pero vale la pena reconocer humildemente nuestro pasado y buscar ser más fieles a Jesús. Esas posturas deben quedar en los anaqueles de la historia, reconocerlas para aprender y ser humildes como institución, pero hoy es necesario tomar otro rumbo.
Por fortuna el Concilio Vaticano II dio un giro de 180 grados y puso en primer lugar al pueblo de Dios: “Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, hizo de su nuevo pueblo un reino de sacerdotes para Dios, su Padre. Pues los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo…”[5]El mismo Concilio pide a los obispos, presbíteros y diáconos que sean pastores de la grey.[6]
No obstante, el giro copernicano del Concilio Vaticano II, en la práctica muchas cosas se hacen con una mentalidad preconciliar, empezando desde las “altas esferas” de la Iglesia, hasta en las parroquias y pequeñas comunidades eclesiales. Desde la Iglesia abogamos por la defensa de los derechos humanos y por la instauración de la democracia en los pueblos. ¿No podemos aplicar a nuestra institución eso mismo que pedimos a los estados? ¿La organización monárquica, piramidal, estática y uniforme que se maneja en nuestra Iglesia es un dogma irrefutable o es algo que puede cambiar? ¿Es un total adefesio anticristiano pedir que nuestra Iglesia sea un poco más crítica, democrática, igualitaria, dinámica y plural? ¿Es una infidelidad a Jesucristo pedir que en nuestra Iglesia haya más espacio para la crítica constructiva y para la participación pro-activa del laicado? ¿Se puede hablar de voluntad divina lo que es una realidad un mero condicionante histórico propio de una sociedad rural, pre-industrial, androcéntrica y patriarcal?
Es cierto que a veces se deben tomar decisiones impopulares. El líder no le puede dar gusto a todo el mundo, el populismo, en cualquiera de los polos, es peligroso y dañino. Pero es preciso escuchar la voz de Dios en los acontecimientos de la historia, en la voz del pueblo, en sus inquietudes, en sus reclamos, en sus propuestas, en sus sufrimientos, en sus gritos de dolor y de éxtasis. Esa es una de las principales peticiones de la revelación bíblica tanto en el Primero como en el Nuevo Testamento: “Escucha Israel…” (Mc 12,28ss)
En medio de esta discusión que no podemos dejar a un lado, está el Evangelio de hoy que nos presenta la figura del Buen Pastor. El Cuarto Evangelista empieza con una denuncia a las autoridades civiles, militares y religiosas de su tiempo, que vivían preocupadas nada más que por sus mezquinos intereses. Éstas estaban, como dice el texto, para robar, matar y hacer estragos; por eso la gente las rechazaba. Por otra parte, el Evangelio propone la persona de Jesús, su palabra, su servicio, su testimonio y su entrega generosa, como un paradigma a seguir para construir una verdadera comunidad de personas. Comunidad en la cual todos sean dignos, se sientan importantes, conocidos, recocidos, amados y con la responsabilidad de construir juntos una verdadera comunión y participación, sin fanatismos ni exclusivismos. Una comunidad que viva en la práctica que la promesa es para todos, tal como lo proponía Pedro a la multitud (primera lectura: Hch 2,14a.36-41).
A la luz de Jesús, el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas, necesitamos una Iglesia que promueva un liderazgo abierto y desinteresado. Una Iglesia que cuide la sagrada fuente de agua viva que son Jesús y su Evangelio, y que a su vez se abra, con cuidado, pero sin miedo, a un mundo que vive sediento de Dios, aunque a veces se ufane de negarlo.
Vale la pena tener en cuenta que la revelación, la fe, no es poco de agua que hace dos mil o tres mil años surgió de una fuente y que alguien guardó en un botellón para siempre. Si fuera así el agua de ese botellón estaría ya muy dañada y para emplearla habría que hacerle un buen tratamiento. Pero por fortuna no es un botellón, es la fuente, que siempre se renueva, que siempre está brindando agua viva, que siempre debe ser generosa, pura, refrescante. Que debe ser cuidada como todas las fuentes, protegida con severidad, con cuidado, pero siempre abierta para ofrecer lo mejor a la humanidad.
Todo grupo humano necesita líderes, la Iglesia también. Como dijo el teólogo Hans Küng: necesitamos la Iglesia-institución. Pero esa institución es más útil si está relativizada, si no es tenida como un absoluto total, monolítico e indiscutible. Nosotros seremos más Iglesia y seremos más de Jesús, si asumimos una actitud sencilla, si ofrecemos con generosidad y humildad la preciosa fuente que es su proyecto, su mensaje y su vida.
Necesitamos en general padres de familia, líderes sociales, cívicos, religiosos, políticos, comunitarios, etc., que, como Jesús, sean “Buenos Pastores”, que no se emborrachen con el poder ni lo utilicen para sus bajos instintos de “grandeza”. Que con un gran espíritu de servicio y entrega por su pueblo, lideren procesos para generar vida en abundancia. Que sean, con su vida y con su palabra, la mejor señal de que Dios está con ellos (Mt 16,1ss).
Oración
Señor Jesús, Buen Pastor que sigues dando la vida por las ovejas. Te damos gracias por tu entrega generosa, porque tu vida, puesta toda ella al servicio de la dignidad, de la libertad, de la felicidad, de la plenitud humana. Gracias por tu presencia viva en medio nuestro; gracias porque podemos contar siempre contigo, con la gracia de tu Espíritu, con tu ayuda generosa que nos cuestiona, nos anima, nos conduce, nos reconforta y nos hace sentir amados, acompañados, conducidos irreversiblemente hacia la plenitud.
Reconocemos que algunas veces nos hemos dejado engañar por falsos pastores, hemos tomado caminos equivocados y hemos experimentado la frustración. Reconocemos que muchas veces, como comunidad cristiana, durante la historia no hemos sabido administrar la preciosa fuente de agua viva que tú nos dejaste. Reconocemos que los falsos pastores también se han paseado por nuestro patio, tal vez nosotros mismos nos hemos comportado así en algunos momentos… hemos dejado incubar en nuestros corazones la avaricia, la codicia, la irresponsabilidad, el egoísmo, los anhelos de poder, de fama, de reconocimiento… que desdicen de nuestra identidad como discípulos y apóstoles tuyos. Perdón Jesús por esas manifestaciones “antidiscipulares”, anticristianas que hacen tanto daño.
Reconocemos humildemente nuestras fallas, pero sabemos que tu amor misericordioso está por encima de nuestras falencias. Que la Buena Noticia del Reino sigue teniendo vigencia hoy; por eso nos disponemos ser portadores de ella para la humanidad. Haznos servidores humildes, responsables ante la gran tarea que has puesto en nuestras manos. Bendice a los líderes de nuestros pueblos, de nuestras iglesias y comunidades, bendice a los padres de familia y todos lo que tienen la responsabilidad de pastorear algún rebaño. Que podamos ser, como tú, buenos pastores que damos la vida por las ovejas. Amén.
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[1] Bonifacio II, Bula UnamSanctam. Año 1032.
[2] Concilio Ecuménico de Florencia 1438 – 1445
[3]CONCILIO VATICANO I, Constitución Dogmática “Pastor Aeternus”. Sobre la iglesia de cristo. Cuarta Sesión: 18 de julio de 1870
[4]Pío X, Papa. Encíclica Vehementer Nos, año 1906
[5] CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática Lumen Gentium. Sobre la Iglesia. No 10. 21 de Noviembre de 1964.
[6] IBID. No. 20.
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