Color: MORADO

  • ·        Primera lectura: Is   58, 9b-14: “Ha hablado la boca del Señor”.
  • Salmo Responsorial: 85, 1-2.3-4.5-6: “Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad”.
  • Evangelio: Lc 5, 27-32: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”.

“Sígueme”

En el pasaje del evangelio de hoy vemos cómo Jesús se detiene y le dice a Leví: “Sígueme.” Leví era un publicano cobrador de impuestos, por tanto, no era bien visto en su época, sobre todo por el abuso que hacían en el cobro de los impuestos. Jesús conocía todo esto y aun así le dijo: “Sígueme.”

Es muy seguro que muchos de los amigos de este recaudador de impuestos se asombrarían al saber lo que estaba pasando con este hombre. Leví, el publicano, decidía ofrecer un banquete en honor de aquel a quien, a partir de ese día, dejándolo todo, le seguiría. Aquel que no tenía ni siquiera dónde reposar su cabeza.

Seguir a Jesús implicaba para Leví hacer renuncias. Renunciar a sus buenos ingresos, a su comodidad y seguridad, a sus pertenencias materiales.

¡Cuánto tenemos que aprender de Leví! Él sí se dio cuenta de que nada en la vida -ni placeres, ni riquezas, ni nada- podía compararse con el tesoro que había encontrado; y como buen recaudador supo dejarlo todo para adquirir una ganancia infinitamente mayor.

Solo bastó una palabra, “sígueme”, para que Jesús tocara las fibras más profundas del corazón endurecido de aquel hombre. Está claro que Jesús no usa muchas palabras cuando desea que alguien lo deje todo y le siga. Tampoco ruega ni obliga ni persuade. Simplemente llama.

Es la voz de su alma, de su mirada, de su amor, la que mueve los corazones. Jesús nos habla a nosotros en la oración y nos dice pocas palabras. Es en el diálogo interior, en la escucha del alma, en la reflexión y meditación del Evangelio, en la contemplación de la Eucaristía, donde Dios pronuncia su palabra milagrosa: “sígueme”.

No tengamos miedo a dar la misma respuesta que Mateo. Sigamos su ejemplo de conversión y abramos las puertas de nuestra casa, de nuestra familia, de nuestro corazón, a un gran banquete con nuestro Señor, en el cual gozaremos de su presencia. No tengamos miedo de ser cristianos, de seguir a Cristo, de convertirnos, de manifestar nuestra fe… ¡de ser honestos! Así gozaremos de la felicidad que Jesucristo nos proporciona y quiere que vivamos para bien de nosotros mismos y de nuestra sociedad.

(Guía Litúrgica)

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