• Primera lectura: Hch 5, 12-16: El Resucitado se manifiesta en sus testigos.
  • Salmo Responsorial: 117: Éste es el día en que actuó el Señor.
  • Segunda lectura: Ap 1, 9-13.17-19: No temas… Yo soy el que vive.
  • Evangelio: Jn 20, 19-31: Así como el Padre me envió, los envío yo a ustedes..

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Hoy la Iglesia celebra el Domingo de la Divina Misericordia, una festividad instituida por el Papa Juan Pablo II en el año 2000. Se celebra el segundo domingo de Pascua, tal como fue revelado a Santa Faustina Kowalska.

En la primera lectura se describe la vida de la primera comunidad cristiana. Nos presenta cómo los creyentes se dedicaban a recibir las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones, viviendo en unidad y compartiendo todos sus bienes y estando atentos a las necesidades de todos. Es así como esta primera comunidad hacía vida la misericordia de Dios.

En el Salmo se eleva un canto de alabanza y gratitud a Dios por su fidelidad y amor recordándonos que, en medio de la adversidad, siempre nos acompaña la misericordia divina, la cual es nuestra fortaleza.

En el Evangelio, la aparición de Cristo resucitado a sus discípulos les trae gozo y alegría, y sobre todo la paz que viene de Él. Recordemos que Jesús les dijo: «Paz a ustedes», soplando sobre ellos su Espíritu y dándoles autoridad para perdonar los pecados. Así queda constituido el sacramento de la reconciliación, un medio a través del cual se manifiesta la misericordia de Dios.  Pero, por otra parte, aquí se nos invita a cultivar la fe y Jesús llama “dichosos” a los que creen sin haber visto. Los apóstoles a los que inicialmente se les apareció Jesús creyeron porque lo vieron a Él. No hay mucho de extraordinario en esto, a no ser la aparición gloriosa de Jesús Resucitado. Lo de mayor relevancia es lo que Jesús le dice a Tomás: “Dichosos los que crean sin haber visto”. Y de eso se trata, de vivir en nuestra vida la fe a la que Cristo nos invita para que seamos “dichosos” y no nos llame incrédulos como a Tomas. Digámosle como el padre del joven que buscaba la ayuda de Jesús: “¡Creo, pero ayuda mi poca fe!” (cfr. Mc 9,24).

(Guía Mensual)

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