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  • Primera Lectura. I Jn 3, 7-10: “todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano”.
  • Salmo Responsorial: 97, 1.7-8. 9: «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”.
  • Evangelio. Jn 1, 35-42: “Éste es el Cordero de Dios”.

Hoy se nos hace referencia al “adversario”, al “enemigo”, al que induce al pecado… al diablo. El tentador siempre asecha para seducirnos y llevarnos al mal, a pecar. Existen tantos atractivos que nos conducen a lo injusto, y, por tanto, a obrar desde el engaño. El mundo y la superficialidad materialista de la vida tiende a encubrir sus intenciones disfrazándose de placeres. Iniciamos este 2024 motivados por nuestros Pastores a transformar la sociedad. Pero esto solamente será posible cuando vivamos plenamente convencidos (de) que debemos permanecer en la novedad de la buena noticia del Dios vivo y amoroso. Todo lo que obre en contra de la verdad del mensaje salvífico atenta contra la sana convivencia entre las personas.

Reconocer al que obra desde la justicia, misericordia y compasión guiado por el Espíritu de Jesús es el inicio de un proceso humano y maravilloso. Obrar en contra del hermano y de espaldas al amor es obrar desde iniciativas tendentes al egoísmo. Somos cristianos y, por tanto, llamados a luchar por la rectitud de la justicia. Para esto debemos, pues, fijar la mirada en Jesús, “el cordero de Dios”, que siempre pasa y se queda a nuestro lado. Pero fijarnos en Él es solamente el inicio. Luego de contemplar y mirarlo se nos invita a buscarlo para encontrarnos muy por dentro con este “Cordero” que da la vida por nosotros. Mirarlo y luego buscarlo puede ser motivado por diferentes causas: soledades, enfermedades, curiosidades, deseos de encontrarnos con algo nuevo… en fin, al buscar cada uno se va descubriendo.

La búsqueda nos conduce a un encuentro novedoso. Ir tras el maestro implica un “vengan y lo verán” ya que donde este profeta nos conduce de seguro lo encontraremos. Encontrarlo a Él, permitirnos ser seducidos y abrazados por su compasión y su amor sin duda nos llevará al seguimiento y, por tanto, al discipulado. Difícil resulta encontrarnos con la felicidad y no desear quedarnos con ella. El encuentro nos lleva a miradas aún más profundas sobre nosotros mismos y esto nos conduce a nuevos cambios. Esa es la transitoriedad de la vida: cambios tras cambios; una vida de constante conversión.

Atrévete a ahondar en el mensaje del caminante. De seguro que cuando vayas y te encuentres con Él donde vive, lo verás, lo experimentarás, contemplarás, mirarás y seguirás. Él se dejará ver como el “cordero manso y humilde de corazón”, te llamará por tu nombre, y, de seguro, impactará positiva y profundamente tu vida y la de los tuyos. ¡Bienvenido a un nuevo y rejuvenecedor seguimiento del Hijo de Dios que siempre nos sorprende!

(Guía Litúrgica)

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