• Primera lectura: 1Sam 1S 26,2.7-9.12-13.22-23: Te respeté la vida.
  • Salmo Responsorial: 102,1-2.3-4.8 y 10.12-13: El Señor es compasivo y misericordioso.
  • Segunda lectura: 1Cor 15,45-49: Llevamos impresos los rasgos de Adán y de Jesús.
  • Evangelio: Lc 6,27-38: Sean misericordiosos, como es misericordioso su Padre.

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

Continuamos con las bienaventuranzas de Lucas. Para este evangelista, los pobres son bienaventurados no porque sean más buenos que los ricos, ni porque la pobreza sea una virtud, sino porque se convirtieron en los primeros destinatarios del ministerio de Jesús.  

A ellos les llegó primero la buena noticia del Reino sin ningún mérito ni condición; sólo por la misericordia de Dios. Pero para continuar en el Reino que los hacía bienaventurados, debían vivir conforme a la gran misericordia con la que Dios los había mirado: “Sean misericordiosos, como es misericordioso su Padre.”  (Lc 6,36).

Veamos algunos elementos propios del discípulo para seguir en el camino de los bienaventurados del Reino.

El amor a los enemigos: a algunos les puede sonar algo chistoso, improcedente, romántico, idealista o imposible de lograr. El primer testamento contempla el odio a los enemigos y el desquite al agresor: “Señor, ataca a los que me atacan, combate a los que me combaten… que sean humillados y fracasen los que quieren mi vida” (Sal 35); “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie…” (Ex 21,24s). Jesús, en cambio, invitó a amar a todas las personas, inclusive a los enemigos. ¿Por qué? ¿Acaso se gozaba en pedir cosas imposibles para hacer sentir más pecadores a sus seguidores? O ¿los estaba abocando a un sacrosanto masoquismo? ¿Sería que esto era para evitar al máximo los enemigos? ¿De verdad debemos literalmente, poner la otra mejilla para que nos sigan golpeando?

No se trata de evitar a los enemigos y estar bien con todo el mundo por miedo al conflicto. Quien asume el compromiso de Jesús se echa enemigos encima; es inevitable. Donde se anuncia el evangelio a cabalidad, aparecen el conflicto y las persecuciones. Se trata de evitar la condena y abrir espacios de conversión y reconciliación para todos, inclusive para quienes buscan el mal.

Amar a los enemigos no significa permitir que agredan nuestra dignidad y seguir como si nada estuviera pasando. Tampoco equivale a una atontada complicidad con la injusticia. Amar a los enemigos es romper el mal, pero no con base en más violencia sino, como dice Pablo, a fuerza de bien (Rom 12,21). Está demostrado que la lógica del odio y de la venganza genera más violencia, más horror, más muerte para todos. Amar a los enemigos es buscar un mundo justo y fraterno pero arrancando de nuestro interior, como dice la plegaria eucarística: “el mal que nos impide ser amigos y el odio que no nos deja ser felices,”  y poner el amor como fuerza que dinamiza la vida.

¿Cómo reaccionar, entonces, frente a un cuadro de injusticia, de violencia, de maltrato o de cualquier agresión a la dignidad humana? A la víctima se ama sanándola, defendiéndola y acompañándola en su camino para que recupere su dignidad y viva plenamente. Al victimario se ama enfrentándolo y, si es el caso, haciéndole un proceso civil en el cual se aplique la justicia de cada país, a excepción de la pena de muerte, que no es evangélica. Necesitamos sistemas carcelarios que sean verdaderos laboratorios para rehabilitar personas y transformar vidas, y no antros subterráneos donde se perfecciona el delincuente. El victimario en un enfermo a quien se le debe proporcionar un tratamiento dependiendo del diagnóstico. No motivado por la amarga venganza sino por el amor que libera. Siempre hay que defender la vida. Por eso es necesario evitar al máximo que personas con el cerebro enfermo, incapaces de amar y potenciales delincuentes anden sueltos por las calles. ¿Cómo hacerlo? He ahí el detalle.

¿Esto es sencillo? ¡Claro que no! Necesitamos de la gracia de Dios porque humanamente es muy difícil si no imposible. El amor hacia los enemigos no es algo que brota fácilmente del fondo del corazón; es un don de Dios que hay que pedir y saber aceptar para reconciliar la humanidad. Solo con la gracia de aquel que dijo en la cruz: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”  (Lc 23,34), podremos amar y perdonar a los enemigos.

Poner la otra mejilla: muchas veces, quienes tenían el poder utilizaron la religión para imponer la resignación a los creyentes. Pero poner la otra mejilla no es resignación ni conformismo con la injusticia. No se trata de renunciar al derecho a la defensa sino a la violencia como método para hacer justicia. Se trata de arriesgar un poco, creer en la capacidad de cambio que tiene la otra persona y dar otra oportunidad para que mejore su vida.

Tratar bien a los demás: esto no es novedad en Jesús, es una regla de oro tanto en el judaísmo como en otras culturas y religiones. Lo novedoso en Jesús es tratar bien, inclusive a los enemigos.

Oración y bendición por los perseguidores: orar para no dejarse contaminar por el odio, que se cultiva en el corazón de todo ser humano cuando se siente constantemente agredido. Pedir a Dios la fuerza para que su amor sane nuestros dolores y los de los demás. La iniciativa del amor, del perdón y de la reconciliación brotan de la persona que está unida a Dios. Por eso, necesitamos oración y apertura a la gracia.

No juzgar: es tener un profundo respeto por la persona, inclusive por el agresor. No se trata de perder la capacidad de análisis crítico de las personas y de los acontecimientos. No es abstenernos de denunciar aquello que a conciencia veamos injusto. Decía San Francisco de Sales que no se debía hablar mal de nadie, salvo, cuando el silencio nos convierte en cómplices de la maldad. Se trata de no juzgar sin misericordia y de no condenar para destruir la vida con la murmuración y el descrédito de los demás, motivado más por rencillas tontas y vacíos existenciales, de quienes se refugian en el chisme por no enfrentar su propia mediocridad. “Habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó misericordia. Pero la misericordia sobrepasa al rigor del juicio” (Sant 2,13).

Perdonar: ¿podemos pedirle a una madre que perdone los asesinos de su hijo, de su esposo o de otro ser querido? ¡Sí, es muy duro! Pero es la única forma de liberarnos completamente. Mientras guardemos odios en nuestro interior seremos esclavos de nuestra propia sombra. Repito que perdonar no equivale a complicidad con la injusticia, es liberarse del odio que esclaviza.

Dar: quien sólo espera recibir y nunca ejercita su capacidad de dar, se queda inmaduro para siempre y se vuelve mezquino y egoísta. Vive escondido en su propio vacío humano y muere con las manos vacías en la más completa soledad existencial. Cuando empezamos a dar y, sobre todo, a darnos, hacemos florecer en nosotros los más hermosos sentimientos humanos: esperanza, alegría, amor y todo aquello que le da sentido a nuestra vida. No se trata sólo de dar aquello que nos sobra, sino de darnos a nosotros mismos como lo hizo Jesús.

Oración

Padre, autor de la vida y de la salvación. Te damos gracias porque nos permites hacer parte de los bienaventurados del Reino. Te pedimos que nos ayudes a vivir siempre conforme a tu voluntad. Ayúdanos a ser misericordiosos como Tú eres misericordioso, a comunicar a manos llenas la vida que Tú nos das, a ser justos, limpios y veraces, como Tú. Limpia nuestros corazones de todo resentimiento, rencor, odio y deseos de venganza; ayúdanos a buscar la justicia y la transformación de nuestra historia, con la fuerza de tu Espíritu. Que la intolerancia, la violencia, el fanatismo y la patanería sean quemados en el fuego inextinguible de tu amor y que en nuestra vida reinen la tolerancia, la paz, el respeto, la amabilidad y la magnanimidad de corazón.

Señor Jesús, configura nuestra vida con la tuya. Te presentamos nuestros trabajos, nuestros planes y proyectos, nuestras familias, iglesias y comunidades. Que en todo momento podamos transparentar la fuerza transformadora de tu amor misericordioso. Que la fuerza de tu Espíritu inunde nuestros corazones, nos purifique y nos impulse siempre hacia la verdad completa, hacia la plena realización de nuestra vida. Que la fuerza de tu Espíritu nos comunique tu paz y tu perdón, y que en todo momento vivamos en comunión contigo, con tu proyecto, con tu causa… Amén.

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