¡¡¡NO ESTÁ AQUÍ. HA RESUCITADO!!!

«Aleluya, aleluya, aleluya»

Autor: P. Felipe Santos Fuente: htt://es.catholic.net

Hola Jesús:

Querido Señor resucitado: Si tú no hubieras resucitado, no te escribiría esta carta. Esta mañana de tu Resurrección me he levantado más alegre que nunca. Es la fiesta por excelencia de tus creyentes. También la tuya, tu triunfo final, la meta que anhelabas desde que comenzaste a enseñar por los pueblos. Nadie te entendía cuando hablabas de tu muerte y de tu resurrección. Debes comprender que tu victoria sobrepasa los límites estrechos de nuestra inteligencia. Tus grandes verdades las recibimos en el corazón y las aceptamos en la inteligencia. Tus cosas son hechos de revelación. Solamente el corazón sencillo es capaz de recibir en su seno la revelación del Dios viviente, según decían las mujeres y Pedro al ver tu sepulcro totalmente vacío.

En aquellos días posteriores a tu gran acontecimiento, los discípulos se van tristes a Emaús, desencantados porque su maestro hubiera muerto. Su marcha a este pueblo, distante unos 30 kilómetros de Jerusalén, es un camino lleno de tiniebla, contrariedad y desgracia. Todo se les ha venido abajo. Isaías había profetizado:” Yo soy el Señor…artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz”… Pensando estas palabras, a la luz de la resurrección, caemos en la cuenta que Dios está con nosotros tanto en los momentos de luz como en los de las tinieblas. Incluso cuando nuestra vida no marcha bien, Jesús está a nuestro lado.

Los discípulos no saben que tú eras el viajero que iba junto a ellos. Nosotros sí lo sabemos. Tú nunca abandonas a ninguno de aquellos a los que has llamado.

“Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban cegados y no podían reconocerlo”. Me invade en este momento un sentimiento de gratitud enorme. ¿Sabes por qué, amigo Jesús? No les echaste en cara su desencanto y desilusión. Como de incógnito te metes entre ellos y le preguntas lo que está pasando. Tú sabías que no habían captado los sucesos en toda su profundidad. Y es que la inteligencia es la que busca, pero el que encuentra es el corazón. Y tú te quedas admirado sobre lo que dicen de ti. Se queda en una simple descripción externa. Durante tu vida con ellos se quedaron en los milagros que hacías, pero sin llegar a captar la hondura de tu mensaje salvador. Habías sido para ellos como otros tantos mesías que aparecían en Palestina. Tan descontentos estaban que ni siquiera les vale el testimonio de las mujeres, ya que ellas tenían poco valor en el judaísmo y participaban poco en la vida religiosa, eran analfabetas y trabajaban en el campo.

Te habían visto con mirada superficial y no con la mirada de la fe. Y tú, mi buen amigo Jesús, con una paciencia infinita, comienzas a hablarles desde Moisés, los Profetas, la Ley…Les dices claramente que el Siervo del que habla Isaías eres tú mismo. Tu explicación es tan evidente que te quedas con ellos al partir el pan. Fue entonces cuando abrieron sus ojos y te reconocieron. Ellos mismos toman conciencia cuando dicen: ¿ No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino explicándonos las Escrituras?”

De este modo, cuando desapareces de su presencia, permaneces para siempre en su corazón. Desde ahora en adelante no eres un mesías cualquiera ni un simple modelo externo, sino la persona que da sentido a la vida de los discípulos de ayer, hoy y mañana. De aquel mesías poderoso que aguardaban, te conviertes en el verdadero Señor de la Vida.

Los discípulos vuelven a Jerusalén, símbolo de la plenitud y del sentido. El encuentro de Jesús en la vida de sus discípulos provoca en ellos nuevas consecuencias. Una vez que hubieron experimentado a Jesús resucitado, dejaron el camino del desencanto y volvieron a recuperar la dirección auténtica de su vida. Es curioso que, al llegar a Jerusalén, no van al Templo ni a al muro, sino directamente al lugar en donde estaban reunidos los once con sus compañeros proclamando la resurrección de Jesús y sus apariciones. Es la Iglesia la que se reúne desde aquel momento en torno a la certeza del Señor resucitado. Desde aquel instante sólo les queda una preocupación: anunciar a los cuatro vientos la resurrección. Ya se reunirán siempre para compartir la Palabra de Dios y la Eucaristía.

Señor, gracias por escucharme. He sido largo en esta carta. Pero comprenderás, que, como discípula y amiga tuya, me siento feliz con tu victoria de resucitado. Y gracias de nuevo porque todos resucitaremos un día para vivir contigo el reino que nos anunciaste con tu vida entre nosotros. Me siento dichosa por la novedad de tu mensaje de amor a la humanidad y por el gozo que nos has traído. ¡Enhorabuena! Estoy llamada a vivir las cosas de arriba transformando las de aquí abajo en la plenitud de mi sencillez.

Con un aleluya, te doy un fuerte abrazo,
Mercedes, 24 años.

¡FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN!

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