Color: MORADO

Domingo, 5 de marzo del 2023

Citas:

  • Primera lectura: Gen 12, 1-4ª: Sal de tu tierra… Voy a hacer de ti una gran nación.
  • Salmo Responsorial: Sal 32 4-5 y 18-22: Nosotros confiamos en el Señor.
  • Segunda lectura: 2Tim 1, 8b-10: Toma parte conmigo en los duros trabajos del evangelio.
  • Evangelio: Mt 17, 1-9: Levántense, no tengan miedo… bajemos del monte.

Neptalí Díaz Villán

Sal de tu tierra – Se transfiguró

Sal de tu tierra: Las aseguradoras están haciendo su agosto en este tiempo. Hoy hay seguro para todo: para el carro, la casa, la empresa, la salud o la educación. Los hay para todo tipo de riesgos y para cada parte del cuerpo. Esto se ha convertido, muchas veces, en una excentricidad más de los famosos para llamar la atención de sus incautos admiradores, o una forma de cotizarse en el mercado laboral. Hay modelos que aseguran sus lindos ojos, sus voluptuosas colas, o sus pechos abundantes. Futbolistas que aseguran sus piernas, boxeadores que aseguran sus puños, y golfistas que aseguran sus brazos. Aquí vemos también el afán natural del ser humano de buscar seguridad en un mundo que lo amenaza continuamente.

Es cierto que necesitamos ser prudentes como serpientes, pero, a veces esa prudencia llevada al extremo se convierte en un miedo que nos hace anquilosar y no nos deja ver la vida más allá de nuestro patio.

En el fragmento del libro del Génesis que hoy leemos, Dios le propone un nuevo camino a Abrahám: salir de su tierra, es decir, abandonar su familia y su tradición (lo cual representaba su seguridad), para hacer de él una gran nación, un nuevo pueblo totalmente diferente. Es así como, en medio de la sofocante vida de las ciudades-estado cananeas, surge un pueblo alternativo. Desde la fe podemos decir que Dios no estaba conforme con el estilo de vida de esas ciudades y quiso formar un pueblo con otras características. En las antiguas ciudades-estado cananeas, en Ur y en la tierra de los caldeos, se tenía una organización social excluyente. Un sistema monárquico y esclavista dependiente del imperio egipcio. Dios invitó a Abrahám a salir de ese esquema mental y de esa realidad que aplastaba la dignidad de muchos seres humanos, para realizar otro proyecto. Un pueblo en el cual todas las familias, no sólo la imperial, tuvieran la bendición de Dios y la posibilidad de vivir dignamente.

Hay situaciones en las cuales es imposible pretender la transformación de una estructura personal, institucional o social, y tratar de cambiarla por la fuerza sería perder el tiempo, o lo que es peor, sería una especie de suicidio. En estos casos no hay más remedio que salir de esa tierra, cortar totalmente con esa persona, con ese grupo o con esa sociedad, y buscar otras oportunidades. Los profetas fueron enviados por Dios a reclamarle a los reyes y a los demás hombres poderosos de Israel por todo el atropello hacia los pobres y desvalidos. Pero en este caso, Dios no envió a Abrahám a hablar con los reyezuelos para pedirles o exigirles el respeto por las personas. Hubiera sido como gastar pólvora en gallinazos. Lo llamó a salir de su tierra y a ir tras la utopía de un nuevo pueblo.

Abrahám comprendió que Dios se le manifestaba en su vida y latía en su corazón inquieto. Que su inconformismo con su mundo, su sed de justicia y su anhelo de una vida más digna para los seres humanos se traducía en una invitación a construir un pueblo distinto. Que su amor por la humandiad, su esperanza firme y su fe en ese ser que experimentaba vivo en su corazón se convertían en una promesa certera de formar de él una gran nación. Abrahám aceptó el reto y se puso en camino para alcalzar la “tierra prometida”.

En aquel tiempo tener tierra garantizaba una vida digna por cuanto la tierra era el principal medio de producción. Quien tenía tierra la trabajaba y vivía bien; si no vivía bien era porque no trabajaba. Así que la tierra prometida no es otra cosa que la posibilidad de proveerse una vida en condiciones dignas para vivir, una vida en la cual se puediese colmar satisfactoriamente todas las necesidades reales. Hoy hay muchas personas, hombres y mujeres, de diversas partes del mundo que viven sin tierra. Colombia padece el desplazamiento forzado de unas cuatro millones de personas a manos de los grupos armados en complicidad con grupos económicos muy poderosos. Millones de personas padecen en el mundo entero por la exclusión, la acumulación de recursos, la manipulación de los medios de producción, la falta de voluntad política del “mundo desarrollado”…

En medio de muchas mentes y muchos corazones late el anhelo de la “tierra prometida”, de un mundo mejor, de una vida digna. Son los nuevos Abraham y Sara que siguen buscando; y en esa búsqueda, Dios se sigue revelando, sigue llamando y sigue acompañando los procesos de dignificación humana.

¿Cuál es nuestra reacción ante nuestro mundo, con sus luces y sus sombras, sus bondades y maldades frente a la discriminación, injusticia y maltrato a la vida de muchos hermanos nuestros? ¿Estamos atentos a los signos  de Dios? ¿Escuchamos su voz y seguimos sus pasos? ¿Vivimos nosotros un camino de fe con Dios y nos comprometemos con la construcción de una humanidad nueva, digna morada del Espíritu Santo?

Se transfiguró: Cuando sus discípulos llegaron a la convicción de que estaban con el Mesías, hubo entre ellos un gran entusiasmo. Esa buena noticia la esperaban desde hacía mucho tiempo. Como tenían la idea de un Mesías guerrero y triunfador que expulsara a los romanos, purificara el templo y a todas la instituciones judías e impusiera un nuevo orden estatal, sus discípulos ya soñaban con un buen puesto en esa nueva organización. Pero cuando el Maestro les dio a entender que su estrategia no comprendía la utilización de las armas sino la fuerza de la Palabra, que Él no buscaría un trono sino el servicio y que no iba a sacar a los romanos ni a tomarse el poder, porque no había venido a ser servido sino a servir, se apoderó de ellos una gran confusión.

La decepción más grande la sufrieron cuando, además de pedirles que se convirtieran en servidores los unos de los otros, les dijo que los problemas iban a ser demasiado grandes, que no iba a ser fácil la instauración del Reinado de Dios y que el Hijo del hombre corría un riesgo inminente, por los intereses que tocaba. Que las persecuciones no se harían esperar, así como un posible proceso en su contra y una condena a muerte. Para completar, les puso la condición de que si querían seguirlo debían tomar la cruz de cada día e ir tras Él. Cualquier ser humano con cinco dedos de frente sabe que cuando se tocan los intereses de los “hombres importantes” de una sociedad, éstos reaccionan defendiendo sus privilegios y hacen lo que sea para mantenerlos. Eso ha sucedido y sigue sucediendo también en nuestros pueblos latinoamericanos.

Ante tremendo panorama muchos discípulos lo dejaron porque vieron la cosa muy peligrosa y porque el supuesto Mesías no prometía la dicha que ellos esperaban. Otros discípulos siguieron su camino con Él a pesar de los ánimos caídos y sin comprender muy bien las cosas. Cuando el Maestro fue asesinado por “hombres importantes”, sus discípulos no habían comprendido muy bien todo lo que había sucedido. Fue la experiencia pascual, o sea la resurrección de Cristo, la victoria definitiva sobre las fuerzas diabólicas,[1] la que le dio sentido a su lucha, a su entrega y hasta a su muerte ignominiosa en el patíbulo de la cruz.

El Evangelio de la transfiguración es una elaboración teológica realizada a la luz de la experiencia pascual. Una historia leída y escrita con el lente de la fe en Jesús resucitado. Es una mirada hacia atrás con unos ojos nuevos que permiten comprender el sentido de la lucha, de la entrega, de la persecución y de la muerte, porque la victoria ya estaba dada por Dios.

Esa relectura de la historia permitió comprender que Jesús no había sido un rebelde sin causa. Que su causa era la misma causa de Moisés y Elías. Que la Ley y los profetas se sintetizaban en la persona de Jesús y que Él hundía sus raíces en toda la tradición del Primer Testamento, se alimentaba de Él y continuaba la obra salvadora del Dios de Israel. Que con su vida, palabra y obra, Jesús llevaba a plenitud la obra del Padre. Por eso el Padre Dios lo reconocía como su Hijo muy amado e invitaba a todos a escucharlo, como otrora había invitado a escuchar y a seguir sus preceptos (Dt 4).

Ante los peligros tenemos la tendencia a desistir y abandonar nuestros anhelos de libertad. Ante la magnitud del compromiso que implica seguir el camino de Jesús, tenemos el riesgo de espiritualizar la fe, quitarle el aguijón al evangelio y convertirlo en un somnífero peligroso.

En medio del duro trabajo por el Reino es necesario hacer un alto en el camino, sacar un espacio para la meditación, para la oración y para llenarnos del Espíritu del Señor que se ha revelado en la historia. En otras palabras, necesitamos subir a la montaña. Pero ¡Cuidado con la tentación de hacer tres tiendas! Cuidado con convertir la fe sólo en rezos y con vivir una fe espiritualista que invita a contemplar a un Dios desencarnado.

En medio de nuestro mundo convulsionado, en medio de tanta bulla, de tanta contaminación auditiva y visual, en medio de tanto estrés en el que muchas veces nos dejamos envolver, necesitamos subir al Tabor. El monte es signo del encuentro con Dios en la oración, en la intimidad, en la escucha de la Palabra, en la meditación, en la reflexión, en la contemplación. Necesitamos esos espacios que oxigenan la mente y el espíritu, que purifican el alma y nos recargan con nuevas fuerzas. Necesitamos esos espacios, olvidarlos sería un gran desperdicio y tendríamos que caminar pesados con cargas innecesarias. Que alguien tome la iniciativa, como lo hizo Jesús que invitó a tres de sus amigos al monte. Que el esposo invite a la esposa o vícecersa, que los dos inviten a los hijos, que los hijos inviten a sus padres, que inviten a los amigos, que inviten a sus hermanos, a los nietos, a los suegros, a los vecinos… en fin. Subamos al monte, vivamos esa experiencia profunda de mística, de contemplación, de reflexión, de oración. Gocémonos esa experiencia maravillosa, ese encuentro profundo con la fuente de la vida, del amor, de la belleza, de la alegría, de la felicidad. ¡Pero no nos quedemos en el monte!

La auténtica oración cristiana no nos aleja de la realidad sino que nos da la gracia para enfrentarla y transformarla. Ojalá en nuestra oración siempre escuchemos la invitación que Jesús hizo a sus discípulos: “levántense, no tengan miedo”. Levantémonos, no tengamos miedo. Llenémonos de la gracia de Dios y bajemos del monte (oración) a la llanura (realidad) para continuar la lucha hasta el final. Las tinieblas y la muerte ya están vencidas de antemano en Aquel que murió y resucitó para darnos nueva vida.

Oración

Padre Dios que sigues inspirándonos como en Abrahan y Sara el anhelo de la tierra prometida. Gracias te damos por tantas experiencias bellas que vivimos a diario, por todas las personas que amamos y que nos aman, y con las cuales descubrimos el sentido de la vida y tu amor misericordioso.

Hoy manifestamos nuestro anhelo de tomar parte en los duros trabajos del Evangelio. Queremos unirnos a la causa de tantos hombres y mujeres que luchan por su dignidad. Cuenta con nosotros, como personas, como familias, como comunidades. Que nuestros labios, nuestras manos, nuestros brazos, nuestros pies, todo nuestro ser esté al servicio del Reino, de la vida, de la justicia…

Te bendecimos por esta oportunidad para encontrarnos contigo, por tu Palabra, por tu gracia, por tu amor, por la vida abundadante que nos das. Te abrimos nuestra mente, nuestro corazón, todo nuestro ser. Inunda nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestros impulsos… purifícanos, límpianos, oxigénanos… haznos experimentar la grandeza de tu amor, la gratuidad de tu perdón y la alegría de la salvación.

Danos la capacidad de enfrentar y resolver con fuerza, sabiduría y serenidad los problemas de cada día. Danos la sagacidad para descubrir y sortear los peligros. Danos la destreza y la capacidad para tomar buenos caminos y aprovechar las oportunidades que nos brindas. Ayúdanos a encontrar, trabajar, vivir y disfrutar de la tierra prometida que tienes para todos… Todo esto y todos los buenos anhelos de nuestros corazones, te los presentamos por medio de tu Hijo Jesucristo, el hermano mayor de nuestra familia, a quien seguimos y con quien luchamos, que vive y nos comunica la vida, por los siglos de los siglos. Amén.


[1] Diabólico es todo aquello que divide y desintegra la vida humana.

https://www.youtube.com/watch?v=3vHjrvueniI

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