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  • Primera Lectura. I Mac 6, 1-13: “Ya ven muero de tristeza en tierra extranjera”.
  • Salmo Responsorial. 9, 2-3.4.6.16 y 19: “Gozaré, Señor, de tu salvación”.
  • Evangelio. Lc 20, 27-40: “No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.

Hoy 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la mujer, una fecha que busca generar sensibilización y denuncia sobre las acciones violentas contra las mujeres en todo el mundo. Elevemos hoy nuestra oración por todas aquellas mujeres que sufren algún tipo de violencia, para que el Señor las libere del maltrato recibido, y las autoridades gubernamentales de todo el mundo, en especial las de nuestro país, sigan desarrollando políticas públicas que tiendan a erradicar este mal en nuestra sociedad de hoy.

En tiempos de Jesús había contradicciones entre fariseos y saduceos con respecto al tema de la resurrección; los primeros la aceptaban, los segundos no. Aceptar o no la resurrección da cabida a dos estilos de vida: los que tienen los ojos puestos en la eternidad y los que sólo buscan la felicidad en esta vida.

Narra el Evangelio que algunos saduceos queriendo poner en apuros a Jesús, y para ridiculizar la fe en la resurrección, maliciosamente lanzan la pregunta sobre el caso ficticio de la mujer que estuvo casada con siete hermanos: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella”. Sólo pretendían demostrar que aquellos que creían en esto caían en el absurdo.

La respuesta de Jesús fue clara: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección”.

Como casados no sólo debemos pensar en buscar la felicidad terrenal, sino que debemos poner nuestros ojos en la eternidad para llegar a tener una vida en Dios y con Dios. Como matrimonio sacramentado el regalo máximo que podamos hacernos mutuamente es a Dios mismo, fuente de toda felicidad. Las preocupaciones de este mundo terrenal no deben desviar nuestra mirada de Dios. Juntos, hombre y mujer casados, estamos llamados a hacer presente a Dios en nuestras vidas para que cuando merezcamos la vida eterna con Él tengamos una vida plena sin dolor, sin necesidades, sin preocupaciones, una vida sólo para adorarle, alabarle, glorificarle y gozar en su presencia.

 ¡Qué nuestra actuación en esta vida terrenal nos haga merecedores del amor de Dios de manera tal que en la vida futura podamos resucitar en Cristo Jesús! ¡Amén!

(Guía Litúrgica)

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