Domingo, 3 de octubre del 2024. III Semana
- Primera lectura: Dt 6,2-6: Escucha, Israel.
- Salmo Responsorial: 17: Dios mío, mi escudo y peña en que mi amparo.
- Segunda lectura: Heb 7,23-28: Jesús se ofreció a sí mismo.
- Evangelio: Mc 12,28b-34: Amor a Dios, a uno mismo y al prójimo.
Color: VERDE
“Segunda Ley – Ley Fundamental”
Segunda Ley: Egipto, el Mar Rojo, el Éxodo, el Sinaí, el desierto, Moab, siempre serán puntos de referencia para el pueblo. Cuando se escribió el libro del Deuteronomio, históricamente, ya todo eso había pasado. Pero esas experiencias habían dejado de ser datos históricos para convertirse en realidades existenciales para la vida del pueblo y, en general, para toda la humanidad.
Deuteronomio es segunda ley (deuteros – segunda y nomos – ley). Se le llamó así porque, según la tradición, fue dada en las llanuras de Moab, posterior a la Ley del monte Horeb (Sinaí), considerada la primera Ley. Allí encontramos homilías atribuidas a Moisés desde que el pueblo abandonó el Sinaí, hasta que llegaron a la tierra de Moab. Más que una segunda ley, es una interpretación y reformulación de las leyes anteriores, con una urgente exhortación a cumplirlas.
El pasaje que hoy leemos hace referencia simbólica a la época de la conquista y posesión de la tierra; pero en realidad corresponde a la época postexílica (después del exilio de Babilonia), cuando Israel había probado el sufrimiento, la persecución, la esclavitud y otros males, por no seguir el camino correcto. Para utilizar palabras de aquella época: por no escuchar ni poner en práctica los mandatos y preceptos del Señor.
Éste fragmento hace parte del famoso Shemá (Escucha Israel), que los judíos recitan tres veces al día y cuando van a morir. Según la enseñanza de los profetas, todas las desgracias sucedieron por no escuchar la voz de Dios e ir tras otros dioses. Por seguir los proyectos engañadores de pueblos vecinos, presentados como la gran novedad y con la promesa de prosperidad para todos, que terminó hundiéndolos en la más amarga frustración: injusticia, dolor, muerte…
También gente del mismo pueblo quería parecerse a los demás pueblos, pues le parecía atractiva su forma de vida, su música, sus dioses, su organización política y social. Le hacían ver la fastuosidad de los palacios, de los ejércitos, de la monarquía y sus ministros, y la gran categoría que ese sistema le daba a una nación. Dentro de ellos mismos se dieron manifestaciones de ambición, de codicia y deseos de poder.
Entonces, aún con la resistencia de muchos radicales que defendían el tribalismo, sistema que buscaba garantizar una vida digna para todos, implantaron la monarquía; un sistema del cual habían huido cuando estaban en Egipto. Primero fueron Saúl, David y Salomón. Por los deseos de poder los hijos de Salomón se repartieron el reino heredado de su padre, de tal manera que el pueblo quedó dividido en dos: el Reino del Norte, y el Reino del Sur. Los profetas consideraron todo eso como idolatría, desobediencia a los preceptos de Dios y una afrenta a la memoria de sus padres, quienes habían logrado un sistema justo con tanto sudor y lágrimas.
El pueblo se había olvidado de su historia, de sus conquistas y de la mano de Dios que siempre lo acompañaba. Había sufrido, no por castigo de Dios sino como consecuencia de sus propios errores. Era preciso escuchar de nuevo, recordar y guardar en la memoria todos los mandatos y preceptos para tener vida.
Dios había escuchado sus gritos cuando era esclavo en Egipto y lo había liberado con el liderazgo de Moisés. Al pueblo le correspondía escuchar a Dios y poner en práctica sus preceptos para no perder esa libertad. Dios guardaba al pueblo en su memoria y lo acompañaba siempre, el pueblo debía guardar memoria de sus leyes sagradas.
Escuchar no es sólo la facultad de percibir sonidos. Es poner todo el interés, la atención y el aprecio para recibir el mensaje y guardarlo en la memoria. La memoria no es sólo la facultad psíquica por medio de la cual se retienen y recuerdan algunos datos; es tener siempre presente, durante toda la vida, de día y de noche, en la alegría y en la tristeza, en la cumbre de la gloria o en lo profundo del abismo, el mensaje vital. “A la memoria de Dios que no olvida a nadie, corresponde la memoria del creyente que se sabe amado.” (Gustavo Gutiérrez).
Ante la continua amenaza a la identidad cultural y religiosa, a la libertad que les había costado tanto conseguir, la reacción de los rabinos fue una enérgica radicalización de la fe en Yahvé: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, sólo el Señor. Por eso amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Los mandamientos que hoy te doy se grabarán en tu memoria.”
Ley fundamental: Podemos pensar que el escriba del evangelio era un fariseo, porque el texto viene después de la discusión de Jesús con los saduceos, sobre el tema de la resurrección de los muertos, en el cual Jesús los dejó sin argumentos. Ahora le tocaba el turno a los fariseos quienes seguramente también querrían probarlo. Además, porque las discusiones sobre cuál de los mandamientos era el más importante, eran muy típicas de los coloquios farisaicos.
A los ya conocidos mandamientos de la ley de Dios, los fariseos habían añadido más de 600 preceptos y prohibiciones, según ellos, para poder cumplir mejor los mandamientos. Con el tiempo estos preceptos y prohibiciones se convirtieron en normas incuestionables y equiparables al decálogo.
Dentro de los mismos fariseos había tendencias más radicales que otras. En tiempo de Jesús los fariseos estaban divididos en dos grupos: los de Hillel y los de Shamay, estos últimos más radicales que los primeros. Posiblemente, este escriba era un fariseo de la línea de Hillel ya que no tuvo inconveniente en aceptar, por lo menos de palabra, la interpretación de Jesús acerca de los mandamientos.
Jesús fue un judío y, como tal, profesó la fe de su pueblo. En su tiempo no había una sóla manera de ser judío. Había saduceos, fariseos, esenios, celotes, bautistas y gente que no estaba inscrita en ningún grupo particular. Cada grupo y cada rabino interpretaba la ley según su parecer y muchas veces entre ellos se daban verdaderos enfrentamientos.
Él conoció de cerca estos grupos, pero no se quedó en ninguno, aunque militó, al menos temporalmente, en el grupo de Juan el Bautista. Aprendió lo mejor de toda la experiencia de fe y tomó distancia de algunas tradiciones, costumbres, mandatos, prohibiciones, tabúes, etc., que se habían adherido. En medio de todo descubrió lo fundamental: el amor a Dios, a sí mismo y al prójimo.
La propuesta de Jesús está basada en la vasta experiencia bíblica y en su propia experiencia de fe, que le permitió actualizar, continuar y darle plenitud al proyecto salvífico de Dios Padre y Madre. Para su respuesta al escriba, tomó el Shemá que leímos en la primera lectura y le añadió un segundo mandamiento sin el cual no se puede dar el primero, y viceversa.
Contrario a lo que proclamaban algunos místicos medievales: la fuga del mundo para encontrarse con Dios, el desprecio por las cosas terrenales e incluso por las personas, para hacerse santos en las celdas conventuales, Jesús no permite fisura entre amar a Dios y amar al prójimo como a sí mismo. Porque, como dice la Primera Carta de Juan: “Si uno dice: ‘Yo amo a Dios’ y odia a su hermano, es un mentiroso. Si no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.” (1Jn 4,20). “Debemos entender que ‘el otro’ no existe; ‘el otro’ somos nosotros mismos.” (Orhan Pamuk – premio Nóbel de literatura 2006)
“No estás lejos del Reino de Dios”, le dijo Jesús al escriba. Hemos leído, escuchado, meditado y orado con este mensaje. Ya lo sabemos, lo tenemos en la memoria. Pero es más fácil hablar del amor, la solidaridad y el perdón, que ponerlos en práctica. No estamos lejos del Reino de Dios, pero aún no estamos en él. Falta una segunda parte: hacerlo vida. Sin eso todo esto no será más que una burla a Dios, a nosotros mismos y a los demás seres humanos. Si lo vivimos encontraremos vida. “Respeta al Señor tu Dios, guardando, mientras vivas, todos sus mandatos y preceptos como yo te los doy; y que hagan lo mismo tus hijos y tus nietos, para que tengan larga vida”. Y cuidado que es distinto tener vida a sobrevivir. Cuando en el Evangelio se habla de vida se hace referencia a una vida justa, plena, digna, feliz. Para esto se utilizan términos como vida eterna, vida verdadera, vida abundante. “He venido para que tengan vida y vida abundante” (Jn 10,10b).
Oración
Padre Dios, te damos gracias porque de diversos modos te has manifestado a los seres humanos, siempre para darles auténtica vida. Gracias por toda la historia de salvación vivida por el pueblo de Israel, por los personajes que supieron descubrir y seguir tu voluntad salvifica, por quienes se atrevieron a denunciar las injusticias, a descubrir los peligros y a anunciar que tú seguías vivo en medio del pueblo. Gracias por nuestra historia como Iglesia, como pueblo, como familia y como personas; en medio de nuestras alegrías y también de nuestros momentos duros tú te manifiestas para darnos la mano, para conducirnos a la plenitud de la vida.
Te pedimos que tu Palabra siempre esté presente en nuestra memoria, en nuestro corazón y, sobre todo, en nuestros actos. Que sepamos descubrir, respetar y amar tu presencia en nosotros mismos y en nuestro prójimo. Que todos nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras actitudes estén inundados por tu amor misericordioso. Que sigamos fielmente el camino de Jesús y que tu Espíritu nos conduzca a la verdad completa, para tener vida en abundancia. Amén.
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