Domingo, 13 de julio del 2025
- Primera lectura: Dt 30, 10-14: Escucharás la voz del Señor tu Dios y guardarás
- Salmo Responsorial: 68: Dios mío, tu salvación me levante.
- Segunda lectura: Col 1, 15-20: Dios quiso depositar en Cristo toda la plenitud.
- Evangelio: Lc 10, 25-37: El que actuó con misericordia.
Color: VERDE
“Vete, haz tú lo mismo”
El ritualismo y el legalismo reinaban en el tiempo de Jesús y estaban por encima de las necesidades reales del ser humano. Se hacía lo que estrictamente mandaba la Ley, y se evitaba lo que ésta prohibía por encima de las situaciones particulares, que eran muy diversas como diverso es el ser humano, según su contexto. Los especialistas en defender esta corriente eran los maestros de la Ley.
Precisamente, fue un maestro de la Ley quien lanzó la pregunta a Jesús: ¿Qué debo hacer para ganar la vida eterna? Por el simple hecho de ser judío, y además, por ser un doctor de la Ley, debía saberlo con sobrada razón. Él no se acercó porque de verdad le interesara la enseñanza de Jesús, sino porque quería probarlo.
Jesús le respondió de una manera típica entre los maestros antiguos, con otra pregunta, para forzar a que el estudiante descubriera por sí mismo la respuesta. Lo remitió a la Ley, pero no sólo a lo que dice la Ley sino a la forma como el doctor la interpretaba: “¿Qué está escrito en la Ley?” “¿Qué es lo que en ella lees?”
El doctor hizo, de manera rápida, una maravillosa síntesis de los 613 preceptos promulgados por los fariseos y de los 10 mandamientos del decálogo (Dt 6,5 y Lv 19,18). Los resumió en dos: Amar a Dios y al prójimo. Jesús aprobó la respuesta y lo invitó sencillamente, a hacerla vida. Ése era y es, uno de los grandes problemas de las religiones. Muchos discursos, grandes ideales, grandes sueños de amor, de fraternidad universal, que muchas veces se quedan en buenas intenciones.
Pero el doctor quería justificar su pregunta y probar a Jesús en otra de las grandes discusiones entre los rabinos: “¿Quién es mi prójimo?”
Los rabinos coincidían en afirmar que todo compatriota judío era prójimo, pero disentían en las exclusiones. Algunos aceptaban como prójimos también a los prosélitos (los no judíos que entraban en un proceso para asumir la religión judía). El no judío era considerado un ser indigno del amor divino, un ser de inferior calidad frente a Dios y, por lo tanto, frente a ellos, que se consideraban a sí mismos, el pueblo elegido. El prójimo era el judío, especialmente el judío cumplidor de la Ley; pues la forma para estar cerca de Dios era el cumplimiento estricto de la normatividad y la participación en el culto.
Jesús propuso algo distinto. A Él poco le interesaba la ortodoxia, es decir, la recta doctrina que defendían tanto los legistas. Para los doctores lo más importante era tener todo claro y sin ningún error doctrinal. Jesús se mostró más interesado en la ortopraxia, es decir, en la recta manera de actuar. Sí es importante tener cosas claras, pero no tanto para tener una pureza mental sino para tener una mejor calidad humana. Por eso, las dos invitaciones fueron para hacer vida esa claridad mental que tenía el doctor: “Haz esto y vivirás…” “Vete y haz tú lo mismo”. El fragmento del libro del Deuteronomio que, leemos hoy, invita también a que sea la Palabra la que oriente el sentir, el pensar, el hablar y el obrar humano: “Es una palabra que está a tu alcance: puedes llevarla en los labios y guardarla en el corazón, para ponerla en práctica”. (Dt 30,14).
Para responder a la pregunta sobre quién era el prójimo, Jesús no respondió con argumentos filosóficos y ni siquiera con argumentos bíblicos. Respondió con una parábola que presenta a una persona necesitada. Se trataba de un ser humano cualquiera. No se dice de dónde era, cómo pensaba, qué religión tenía, cuál era su filiación política o su rol. Sencillamente, era alguien a quien se le había lesionado profundamente su dignidad humana; alguien que estaba medio muerto.
Los bandidos de ayer y de hoy no se interesan por la persona, sino por aquello que le puedan quitar para calmar una sed insaciable, que nunca pasará hasta que cambien de lógica. Los bandidos son seres totalmente vacíos de sentido humano, y llenos de un egoísmo que los condena a sobrevivir sembrando cizaña y recogiendo sus amargos frutos.
Los tres personajes que pasaron después de los bandidos vieron al ser humano tirado en el camino. El sacerdote y el levita eran clérigos; el primero, de mayor rango que el segundo. Los dos eran funcionarios del templo y se dedicaban a trabajos sagrados. Estos personajes vieron al ser humano tirado al borde del camino y siguieron de largo. Desde la parte legal no cometieron ningún error. Es posible que se dirigieran al templo y por lo tanto no podían tocar a un herido porque quedaban impuros e impedidos para ejercer su trabajo.
La gran diferencia la marcó el tercer personaje. Este hombre hizo suyo el dolor del caído. Esa es la compasión: sentir con el otro. A los bandidos, al sacerdote y al levita, no les interesó el dolor del otro. A unos les interesó el dinero que le podían robar y a los otros les interesó cumplir con la Ley y el culto.
El hombre que tuvo compasión era un samaritano. Para los judíos, los samaritanos eran herejes, es decir, aquellos que se apartan de la verdadera fe, de la recta doctrina y de la verdadera religión. Las religiones, muchas veces, se tornan orgullosas y prepotentes, y se atreven a decir que quienes no piensan como ellas son herejes.
Pues bien, este hereje no reparó si el hombre tirado al borde del camino era un samaritano, un judío, o un pagano, ni le interesó la ley de lo puro y lo impuro. No actuó movido por la ley sino por la misericordia (compasión). Vale la penar analizar con detenimiento los pasos que siguió el samaritano: a) Vio al ser humano tirado al borde del camino. b) Sintió compasión, es decir, hizo suyo el dolor del otro. Ese fue el punto de partida para marcar la diferencia. c) Se acercó al herido. No basta con buenos deseos; hay que actuar. d) Limpió sus heridas con aceite y vino. e) Lo montó sobre su propia bestia. Se incomodó y le ofreció lo que tenía para movilizarse. f) Lo llevó a una posada donde cuidó de él. Vemos seguidamente una buena utilización del dinero. El evangelio no está en contra del dinero sólo cuestiona cómo el ser humano vende su vida para acumularlo egoístamente. g) Como tenía que seguir su camino, sacó lo equivalente a dos jornales y se lo dio al dueño de la posada. Además, le prometió pagarle a su regreso lo que gastara de más. El problema no es tener dinero, sino permitir que el dinero se convierta en señor y desplace a Dios.
Jesús no se detuvo en discusiones teóricas propias de los rabinos. Sencillamente, lo invitó a actuar como ese “hereje” desinteresado en la ortodoxia e interesado en la ortopraxia. Lo invitó a hacerse prójimo y a servir a todo aquel ser humano necesitado. Vale la pena preguntarnos cómo es nuestra vivencia religiosa. ¿Cuál es nuestro interés? ¿A qué nos lleva la fe en el Dios de Jesús? ¿Estamos más interesados en la pureza ritual y legal que en el ser humano necesitado? ¿Alguna vez hemos sido indiferentes ante el dolor humano y, sin embargo, nos hemos acercado al altar de Dios para presentar una ofrenda vacía de sentido? La invitación es para todos. Sabemos que el amor a Dios y al prójimo es lo fundamental: “Haz esto y vivirás…” dijo Jesús. Sabemos que es preciso hacernos prójimos de todo aquel ser humano necesitado: “Vete y haz tu lo mismo”. Invitó, finalmente, Jesús al doctor, y hoy, a todos nosotros.
Oración
Nuestra oración se dirige a Ti, Padre, fuente de alegría, de vida y de esperanza. Gracias por tu bondad, por tu amor misericordioso que reconstruye nuestra existencia y la transforma radicalmente. Gracias, porque tu Palabra está cerca de nosotros, la podemos guardar en nuestra mente, en nuestro corazón, llevarla a nuestros labios y en nuestras acciones. Gracias porque siempre estás cerca de nosotros y podemos contar contigo; en tus manos nos sentimos hijos amados, conducidos por tu Palabra siempre hacia la plenitud de la vida.
Gracias, Padre, porque en Jesús, imagen de Dios invisible y el Primogénito de todas las criaturas nos mostrarte cómo ser plenamente humanos: justos, solidarios, compasivos, fraternos… Te pedimos que toda nuestra vida siempre esté orientada por Jesús, tu Palabra hecha carne. Que todos nuestros sentimientos, todos nuestros pensamientos, todo nuestro ser, todas nuestras palabras y todas nuestras obras estén movidas tu amor misericordioso, por la acción de tu Espíritu que nos conduce a la plenitud.
Líbranos de convertirnos en personas destructoras de la vida. Que nunca actuemos como los asaltantes, movidos solamente por el egoísmo destructor. Que nunca actuemos como el sacerdote y el levita, movidos solamente por el afán legalista y totalmente indiferentes ante las reales necesidades del ser humano. Perdónanos, Padre, por las veces que hemos actuado así. Queremos ser como el samaritano. Conviértenos en personas compasivas, amables, trabajadoras y solidarias con los demás. Conviértenos en personas comprometidas con las transformaciones que necesita nuestra humanidad, para que cada vez haya menos asaltantes, menos sacerdotes y levitas indiferentes, menos víctimas y más samaritanos compasivos. Amén.
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