• Primera lectura: Jr 17, 5-8: Quien confía en mí será como un árbol bien plantado.
  • Salmo Responsorial: 1: Será como un árbol plantado al borde de la acequia.
  • Segunda lectura: 1Cor 15,12.16-20: Cristo es primicia de nuestra resurrección.
  • Evangelio: Lc 6,17.20-26: Bienaventurados.

Color: VERDE

Neptalí Díaz Villán

Poner la confianza: el ministerio de Jeremías cubrió un periodo aproximado de 40 años (626 – 587 a.C.), durante los reinados de Josías (640 – 609 a.C.), Joacaz (609 a.C.), Joacín (609 – 597 a.C), Joaquín (597 a.C.) y Sedequías (597 – 587), en cuyo periodo el pueblo cayó  cautivo en Babilonia (cautividad que duró 49 años, desde el 587 al 538 d.C.) El profeta denunció el trato preferencial de los reyes con los poderosos y sus intereses que perjudicaban a los pobres.

Es distinto confiar en una persona, a poner nuestra confianza en ella. Eso fue lo que les pasó a los reyes de Judá en el tiempo de Jeremías. Confiaron plenamente en los poderosos y les entregaron el país. Le dieron la espalda a Dios y a los pobres y se hicieron malditos, porque no produjeron frutos de justicia para todos, sino miseria y dolor. Desestabilizaron el país y lo hicieron presa fácil de los babilonios.

Ésta no es una invitación a desconfiar de manera paranoica de todo el mundo ni a subvalorar las cualidades humanas, sino a dar a los seres humanos su puesto. Vale la pena creer en los demás, en su capacidad y trabajo, en su lucha y en sus dones. Pero no poner toda nuestra fe y nuestra confianza en los seres humanos, desconociendo que somos débiles, que podemos fallar y que con frecuencia guardamos cartas por debajo de la mesa. Toda nuestra fe y nuestra confianza sólo pueden estar en Dios. En Él tendremos un agua viva que hace crecer día a día, aún en medio de las situaciones más adversas. En Él podremos dar buenos frutos, como los árboles que crecen junto a la acequia: “Será como árbol que crece junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente: conserva siempre el verdor de su follaje, sin que sufra con los calores del verano. Los años de sequía no lo alteran, jamás le faltará cosecha.”

Las bienaventuranzas de Lucas: una vida bienaventurada es la máxima expresión de felicidad. ¡Es la verdadera manifestación de la felicidad! Las bienaventuranzas y las malaventuranzas, eran además, una forma de escribir en la antigüedad, especialmente en Egipto, Mesopotamia, Grecia, Israel, etc.

En la primera lectura del profeta Jeremías y en el salmo primero que hoy leemos encontramos tanto bienaventuranzas como malaventuranzas: “Maldito el que aparta de mí su corazón para poner en los hombres su confianza y apoyarse en los mortales…  Bendito, en cambio, quien confía en mí, y en mí pone su esperanza…” (Jer 17 – primera lectura) “Feliz el hombre que no sigue el camino de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.” (Salmo 1).

Las malaventuranzas o “ayes” eran muy comunes en los profetas, cuando denunciaban las actitudes de injusticia que causaban dolor a los pobres. “¡Ay de ellos que se han alejado de mí! ¡Que la desgracia se los lleve, porque me han traicionado!” (Os 7,13). “¡Ay de ustedes, los primeros de la primera de las naciones, a quienes acude todo el mundo en Israel! Ustedes descansan en su orgullo y se sienten seguros en el cerro de Samaria… Ustedes piensan alejar el día de su desgracia, pero, en realidad, apresuran la venida del opresor. Tendidos en camas de marfil o arrellanados sobre sus sofás, comen corderitos del rebaño y terneros sacados del establo, canturrean al son del arpa y, como David, improvisan canciones. Beben vino en grandes copas, con aceite exquisito se perfuman, pero no se afligen por el desastre de mi pueblo. Por eso ustedes serán, ahora, los primeros en partir al destierro, y así se terminará con ese montón de ociosos.” (Am 6,1.3-7). “¡Ay de ti, salteador que no has sido saqueado, traidor que no has sido traicionado! Cuando hayas terminado tus asaltos, te saltearán, y cuando hayas acabado con tus robos, te pillarán.” (Is 33,1). Hay muchísimos ejemplos de bienaventuranzas y de malaventuranzas. En el primer testamento se llama bienaventurado, fundamentalmente, a quienes cumplían con la ley.

Mateo, en el Sermón de la Montaña, pone el énfasis en actitudes interiores: pobreza en el espíritu, hambre y sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, etc. Lucas, en el Sermón de la Llanura, enfatiza en la situación real y concreta de un grupo de marginados. Mateo, simbólicamente, pone a Jesús en la cima de un monte para proclamar la nueva Ley. Como es típico en Mateo, con este signo quería hacer un paralelismo entre Moisés con su Ley del Sinaí y Jesús con su nueva Ley: Las bienaventuranzas. Lucas, simbólicamente, pone a Jesús en una llanura para ubicarnos en la dura realidad por la que pasaban muchos seres humanos excluidos: pobres, hambrientos, afligidos y perseguidos. Lucas, formula además, cuatro malaventuranzas hacia personajes muy concretos: ricos, satisfechos, sonrientes y elogiados. En síntesis, la pobreza y sus consecuencias; la riqueza y sus privilegios.

Mateo formula el texto en tercera persona: “Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.”. Lucas, en segunda persona: “Bienaventurados los pobres porque el Reino de Dios es para ustedes”.

Los miembros de la comunidad de Mateo eran judeocristianos que habían perdido el entusiasmo original. Pasaban por una tibieza y rutina existencial, y necesitaban revitalizarse en su núcleo constitucional. El redactor les propone las exigencias radicales de justicia y vida en Cristo, y las enfoca como actitudes para formar parte de la comunidad del Reino de Dios.

Por su parte, los miembros de la comunidad de Lucas eran en su mayoría pobres, indefensos, oprimidos y perseguidos. Por eso no habla de los pobres en el espíritu sino, llanamente, de los pobres. Por eso no habla en tercera persona sino en segunda persona, pues se refiere directamente a la situación dura por la que pasaba su comunidad.

Alguien podría cuestionarnos: ¿de verdad son felices los pobres? ¡La realidad nos muestra otra cosa! ¿Qué feliz va a ser una familia que aguanta hambre, que le cortan la luz o que sencillamente no la tiene; que la desplazan para quitarle su tierra y carece de lo más mínimo para vivir? ¡Felices los ricos, los privilegiados, los satisfechos! “Barriga llena corazón contento”, decían nuestros viejos. ¿Acaso Jesús defendía la miseria? ¿Acaso se oponía a los placeres humanos y era partidario del sufrimiento como instrumento de purificación del alma para llegar al cielo? ¿Es que las bienaventuranzas son una apología de la miseria y un tranquilizante para que todo siga igual? Si fuera así, no tendríamos nada que debatir a los humanistas ateos y aceptar que el cristianismo es opio del pueblo. Entonces, apague y vamos.

¡Pero es todo lo contrario! Entonces ¿por qué son felices los pobres, los hambrientos, los que lloran y los perseguidos? Porque la nueva realidad del Reino propuesta por Jesús los favorece a ellos. Esto es fiel a su Proyecto anunciado en el capítulo cuarto, que reflexionamos hace unos días: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ungió. Él me envió a llevar una buena noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos; a dar libertad a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor.” (Lc 4,18-19). Él se puso a favor de los pobres e hizo de ellos su causa, no para que siguieran en la miseria, sino para trabajar juntos y salir de todo aquello que denigraba su vida. No es que la miseria sea una virtud, es que con la fuerza del amor de Jesús y con el trabajo humano, se puede salir de ella.

A los pobres de su comunidad, Lucas los invitaba a poner su confianza en el Reino que estaban construyendo. Por eso ya en el libro de los Hechos, compuesto también por Lucas, una característica del Reino era que vivían unidos y compartían todo, incluso los bienes materiales. Entre ellos nadie pasaba necesidades (Hch 4,34). Ahí empezaba a cumplirse la promesa.

Con la llegada de la justicia del Reino de Dios, la pobreza como carencia de lo necesario para vivir, debía ser superada, pues esa pobreza ofende a Dios y a la dignidad humana. Debía quedar sólo la pobreza en el espíritu propuesta por Mateo.

¿Por qué los “ayes” o maldiciones contra los ricos? No se trata de condenar a las personas que están bien y con su trabajo honesto y organizado han logrado una economía estable. Algunas personas hablan mal de los ricos, pero en el fondo quisieran estar en su puesto. Sus críticas son más motivadas por la envidia que por convicciones humanas.

Aquí se condena, sobre todo, la explotación con la cual muchas personas amasan grandes fortunas. Se condenan el egoísmo de quienes sólo piensan en su propio bienestar y la indiferencia homicida de los satisfechos en medio de tantos seres humanos que viven en la miseria. Se condena la forma como muchos ricos se oponen a lo nuevo y se alían con otros explotadores para vender la herencia de Dios (la humanidad) por un plato de lentejas. No se condenan las comodidades por sí mismas, ni el disfrute de los sentidos, sino la riqueza como fruto de la injusticia y la falta de solidaridad con los más pobres.

Esto no es espiritualismo desencarnado y alienante, ni resignación fatalista. No es conformismo mediocre, ni envidia por el que triunfa. Es una invitación al compromiso efectivo contra la miseria, la injusticia y el sufrimiento humano en cualquiera de las manifestaciones. Esto nos invita a un compromiso para transformar juntos la realidad estructural de los pueblos condenados por un sistema injusto. A creer en Jesús y en nuestros brazos humanos para transformar la historia.

Necesitamos una profunda espiritualidad encarnada y enraizada en el Jesús vivo, para trabajar a pesar de las persecuciones, por una nueva humanidad incluyente, justa y bienaventurada. Necesitamos compromiso con nuestro desarrollo personal y social. Necesitamos comprender que, como dijo Jhon Donne: “Ningún hombre es en sí equiparable a una isla; todo hombre es un pedazo de continente, una parte de tierra firme. La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy una parte de la humanidad. Por eso no quieras saber nunca por quién doblan las campanas, ¡están doblando por ti!”

Oración

Padre Dios, principio y fin, origen y meta, de todo cuanto existe. Con gozo nos sentimos incluidos en tu plan de salvación y por eso sólo en Ti ponemos toda nuestra confianza, nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor. En Ti y por Ti vivimos, nos movemos y existimos. Te bendecimos y te damos gracias por tu gran amor que hace posible la obra maravillosa de la creación que cada día se desarrolla más y más.

Sabemos que quieres para nosotros nuestra plena realización y felicidad. Por eso aquí estamos en tus manos y dispuestos a seguir el camino de Jesús, el Bienaventurado por excelencia. No permitas que caigamos al abismo, obnubilados por los espejismos de felicidad. Ayúdanos, Padre, a estar atentos para no caer en las falsas seguridades que nos presentan los espejismos de este mundo. En los falsos caminos de felicidad que generan satisfacción momentánea para unos pocos, pero mucho dolor, mucha miseria y mucha infelicidad para mucha gente. Que sólo en Ti pongamos nuestra confianza porque sólo en Ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz.

Que nada ni nadie nos robe la fe, la esperanza y la certeza de que nacimos para ser felices, que tu voluntad es nuestra felicidad y que la encontraremos en Ti, en el hermoso camino de Jesús y su propuesta de amor. Danos la capacidad para trabajar por la dignificación de nuestra vida, de nuestros empleos, de nuestras familias y comunidades.

Que como Iglesia trabajemos con las personas que están sumidas en la pobreza injusta producto de estructuras sociales egoístas y del abandono de los centros del poder. Danos la gracia de ver recompensado nuestro compromiso con las verdaderas transformaciones sociales que necesita nuestro pueblo, a pesar de las incomodidades y persecuciones que podemos tener por tu causa. Danos la gracia de sentirnos plenos, colmados, completamente realizados y bienaventurados. Todo esto te lo pedimos por medio de Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro, el hombre Bienaventurado que vive y comunica tu vida abundante por los siglos de los siglos. Amén.

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