• Primera lectura: Hch 15,1-2.22-29: No les imponemos más cargas.
  • Salmo Responsorial: 66: Que canten de alegría las naciones.
  • Segunda lectura: Ap 21,10-14. 22-23: No vi Templo alguno.
  • Evangelio: Jn 14,23-29: La paz les dejo, mi paz les doy.

Color: BLANCO

Neptalí Díaz Villán

Unidad no equivale a uniformidad (primera lectura: Hch 15,1-2.22-29): es cierto que la unidad es algo absolutamente necesario para la vida cristiana. En la conocida oración de Jesús por sus discípulos antes de morir dice: “Padre, que todos sean uno como tú y yo somos uno” (Jn 17,21). Pero la unidad no equivale a uniformidad. En la comunidad de Antioquía algunos judeocristianos llegados de Judea querían exigirles a los cristianos no judíos que debían circuncidarse. Esto provocó una gran controversia en la comunidad e hizo que Pablo y Bernabé fueran a Jerusalén a consultar con los demás apóstoles y presbíteros. Sobre este tema giró lo que se conoce como el Primer Concilio de la historia cristiana: el Concilio de Jerusalén.

En este Concilio había dos tendencias: los cristianos hebreos y los cristianos helenistas. Los primeros querían imponer que, para ser cristianos, primero debían circuncidarse, es decir, hacerse judíos, asimilar la cultura, las costumbres, la Ley, todo. Los segundos querían libertad, es decir, que se pudiera ser cristiano sin circuncidarse, asimilando lo fundamental de la propuesta vital de Jesús.

El mensaje final del Concilio trae una solución salomónica con la influencia de Santiago, el hermano del Señor. Por una parte, no exige la circuncisión a los gentiles convertidos al cristianismo. Esto es un triunfo para los helenistas de Iglesia de Antioquía. Por otra parte, pide que los cristianos venidos de los gentiles cumplan ciertas exigencias legales: abstenerse de la carne sacrificada a los ídolos, de la impureza (uniones irregulares), de los animales estrangulados y de la sangre (Vs. 20 y 29). Se trata de normas que configuraban el estatuto jurídico mínimo que el pueblo judío exigía a los extranjeros que vivían en medio de ellos. Esto se hacía para posibilitar la convivencia de los extranjeros con los judíos, cuando éstos vivían en medio del pueblo judío. 

No se pide que los gentiles sean circuncidados (es decir integrados al pueblo judío), pero sí pide que los gentiles cristianos cumplan estas leyes mínimas de pureza legal para que puedan convivir con los judeo-cristianos. Éste debió ser el verdadero problema que se estaba viviendo, el problema de la convivencia y comensalidad entre cristianos judíos y gentiles, tal como se refleja en Hch 11,3 y Gal 2,12-14.

Con esto, los dos grupos ceden un poco y se conserva la unidad. Es una solución de compromiso: Pedro y los helenistas aceptaron las cuatro leyes de pureza legal para permitir la convivencia entre judíos y gentiles conversos y, Santiago y los hebreos, aceptaron no imponer la circuncisión a los gentiles convertidos.

Se trató de un consenso humano, pues hubo una solución de compromiso, donde cada parte cedió algo. También de un consenso del Espíritu, pues finalmente triunfó la posición de no imponer a los gentiles la circuncisión, que era el problema fundamental para la continuación de la misión y responder así a la estrategia del Espíritu (1,8). Vale la pena, a la luz de este acontecimiento, ver los consensos y disensos que existen en nuestras comunidades y la forma como las solucionamos.

La historia nos muestra que muchas veces infortunadamente, la lección no fue muy aprendida por muchos líderes de la Iglesia que han querido centralizar el cristianismo fundado en una cultura europea. Si en aquella época los judeocristianos quisieron obligar a los antioquenos a ser judíos para ser cristianos, después algunos miembros de la Iglesia de Roma quisieron obligar a todos a ser romanos para ser cristianos. Hay muchas experiencias dolorosas como la prohibición de los ritos chinos y malabares por parte de Propaganda Fide, que prácticamente acabó con los esfuerzos de los misioneros jesuitas en tierras asiáticas.

Es cierto que se debe mantener un orden en las celebraciones. Es cierto que se presentan algunos abusos en la liturgia al improvisar la celebración o se presentan descuidos en la misma. Es cierto que vivimos en un mundo convulsionado y debemos defender la fe. Pero también es cierto que muchos cristianos de Roma quieren imponer la cultura centroeuropea para nuestras celebraciones de fe. Bien decía Simón Bolívar que para los europeos lo que pensaban ellos era válido para todo el mundo, mientras que nuestros pensamientos y costumbres les parecían absolutamente execrables. Y aún es más cierto que tenemos la responsabilidad de buscar la unidad, pero sin renunciar al derecho a ser críticos, a pensar diferente y a buscar mejores destinos para nuestra Iglesia inserta en esta realidad latinoamericana. Ojalá comprendamos que aquí la gente tiene demasiadas cargas encima, para imponerles otras con nuestra intransigencia y fundamentalismo cultural, ideológico y religioso. Ojalá busquemos vivir unidos en el amor de Cristo y cada vez que surjan discordias tratemos de ponernos de acuerdo aún en medio de nuestras diferencias.

Afortunadamente, la primera Iglesia superó el reto, no se dejó imponer la visión cerrada de los judaizantes, se abrió, aunque de manera tímida, pero lo hizo, a otras culturas y no exigió más allá de lo indispensable para ese momento histórico. Hoy nos corresponde a nosotros abrirnos a las culturas, compartir con humildad y firmeza el Evangelio de Jesús, sin quedarnos en visiones neo judaizantes, cerradas y anquilosadas en un pasado que nos deja muchas enseñanzas por sus aciertos y desaciertos, pero que no nos obliga a repetir los mismos esquemas. El Concilio Vaticano II abrió una gran puerta por la que podemos transitar con tino.

El proyecto tribal, 12 tribus –  12 apóstoles (Ap 21,10-14. 22-23): la figura de los doce apóstoles hace referencia simbólica a las doce tribus de Israel, el Proyecto de Yahvé. Un proyecto que nació como alternativa al proyecto monárquico del palacio imperial de las ciudades estado cananeas. Las doce tribus eran una organización del tejido social que buscaba la práctica de la justicia y el derecho para todos. Los doce apóstoles no son un número cuantitativo sino simbólico. Pudieron ser menos o más. Lo importante es el signo, que impulsaba a retomar el proyecto liberador de Yahvé: la vivencia de la justicia y el derecho para todos los hijos de Dios. En la mentalidad judía el hijo es el continuador del proyecto del Padre. Jesús es hijo de Dios en cuanto continuó su Proyecto Salvador para la humanidad. Nosotros somos hijos de Dios, hermanos y discípulos de Jesús si retomamos su proyecto de salvación y lo hacemos realidad entre nosotros, con la fuerza de su Espíritu.

La ciudad Santa, el nuevo lugar donde habita Dios (Ap 21,10-14. 22-23; Jn 14,23-29): en el Apocalipsis, la Nueva Jerusalén es un símbolo para designar el pueblo de Dios o la comunidad cristiana organizada con relaciones sociales humanizadas. La ciudad Santa, la Nueva Jerusalén es la comunidad que ha trascendido la muerte, el caos y las tinieblas, más no la corporeidad ni la historia. Es el nuevo mundo creado por Dios en el cual hay corporeidad y relaciones sociales, pero sin la injusticia, sin la opresión y sin la muerte que dominan en un mundo alejado de Dios y su proyecto de salvación.

Esta ciudad desciende desde el cielo; es decir, que fue edificada por Dios e implantada por Él en la tierra y en la historia, con el aporte de sus seguidores. En contraposición con Babilonia, símbolo de la perversión, de la opresión y de la prostitución idolátrica, es decir, del imperio que corrompe a todos los reyes de la tierra y se alimenta con la sangre de los pueblos, la nueva ciudad es la novia que se arregla para recibir al esposo: el Cordero. 

La nueva Jerusalén es la morada de Dios entre los hombres. Esta experiencia humana y divina trajo consigo un giro inmenso en la religiosidad antigua y es todavía paradigma de fe. Esto quiere decir que Dios ya no habita en el cielo o en el santuario, sino en la nueva sociedad trascendente, creada por Él e implantada en la tierra. Con la muerte de Jesús el velo del templo se rasgó (Mt 27,51). Dijo Jesús a la Samaritana: “llega la hora en que ustedes adorarán al Padre pero ya no en este cerro ni en Jerusalén… los verdaderos adoradores adorarán en Espíritu y en verdad” (Jn 4,21.24).

El autor es muy claro en afirmar que en esa ciudad no había santuario (Ap. 21,22). La religiosidad del antiguo Israel hablaba de lugares sagrados: la ciudad de Jerusalén o el pozo de Jacob. Del lugar especialmente sagrado: el Templo. Del lugar más sagrado: el Santa Santorun, donde supuestamente se guardaba el Arca de la Alianza y a donde sólo podía entrar el personaje más sagrado: el Sumo Sacerdote, y en el tiempo más sagrado: en la Pascua. Con esta nueva experiencia de fe todas esas distinciones desaparecen: la distinción entre lo santo y lo profano, entre el sacerdote y el laico, entre el judío y el gentil, entre el hombre y la mujer, inclusive entre el cristiano y el no cristiano. Ahora todas las ciudades son santas, todos son sacerdotes, todos ven a Dios, porque Él ha creado de nuevo todas las cosas.

Hoy tenemos la oportunidad de permitir que a nuestras familias, a nuestras comunidades, a nuestras vidas venga del cielo la nueva Jerusalén, la ciudad Santa. Hoy tenemos la gran oportunidad de ser morada de Dios: “El que me ama guardará mis palabras; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y habitaremos con él. (Jn 14,23).

La paz de Jesús (Jn 14,27-29): Jesús ofreció su paz pero fue muy claro: no como la da el mundo. El mundo romano también hablaba de paz, la llamada Pax Romana, que consistía en la pacificación del imperio con la fuerza de las armas y el establecimiento del orden esclavista. Definitivamente, esa no fue la paz de Jesús. Hay que tener cuidado en no confundir la paz de Jesús con la Pax Romana. ¿Qué entiende los políticos de distintos colores por paz? ¿Qué entienden los empresarios por paz? ¿Qué entienden la guerrilla, los paramilitares o bandas criminales por paz? ¿Qué entienden los pandilleros y los grupos delincuenciales por paz? ¿Qué entienden los banqueros por paz? ¿Cuál es la paz que necesitamos todos? Que no se acobarde nuestro corazón, que la presencia viva de Jesús en Espíritu y en Verdad nos conduzca a una paz verdadera, fruto de la justicia y el derecho para todos los seres humanos.

Padre de misericordia, te damos gracias por todas las cosas bellas que nos ofreces cada día. Te bendecimos por el inmenso regalo de la salvación. Sabemos que tienes para nosotros un plan de vida, de alegría y de plenitud. Te damos gracias por la maravillosa experiencia de las primeras comunidades cristianas que nos comunicaron su vivencia de la fe y la forma como, con la gracia de tu Espíritu, superaron conflictos internos y externos, obstáculos, persecuciones… y fueron fieles a tu Palabra. Te pedimos que nosotros también seamos fieles a tu Palabra y respondamos adecuadamente a los retos de nuestro mundo.

Ayúdanos a ponernos de acuerdo en lo fundamental. A construir la unidad como familias, comunidades, organizaciones, instituciones y como sociedad, en un ambiente de respeto y tolerancia. Que la Nueva Jerusalén sea una realidad entre nosotros, de manera que logremos superar toda estructura de muerte y vivamos esa nueva realidad que viene de Ti. Que tu Espíritu Paráclito nos dé la gracia de trabajar y construir la verdadera paz que garantiza a todos una vida justa, digna y feliz. Amén.

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