León XIV: Robert Prevost es el nuevo papa de la Iglesia
Domingo, 11 de mayo del 2025
- Primera lectura: Hch 13,14.43-52: Nos vamos a los no judíos.
- Salmo Responsorial: 99: El Señor es bueno, su misericordia es eterna.
- Segunda lectura: Ap 7,9.14b-17: Dios secará toda lágrima de sus ojos.
- Evangelio: Jn 10,27-30: Mis ovejas escuchan mi voz.
Color: BLANCO
“Persecución: amenaza y oportunidad”
El anuncio del evangelio fue dirigido primero a los judíos, tanto a los de Palestina como a los de la diáspora, o sea, judíos que vivían fuera de su tierra, en algún lugar del imperio romano. Los primeros cristianos fueron judíos. Estos tenían la costumbre, y aún la tienen aunque con menos fuerza, de formar guetos en los pueblos extranjeros a donde se mudaban. Eran conocidos los barrios judíos, lugares impenetrables para quienes no pertenecían a su raza.
Después de la persecución a los cristianos en Jerusalén, éstos se vieron obligados a salir por toda Judea y Samaría (Hch 4,1ss; 5,17s; 8,1). Luego, las persecuciones se extendieron por toda Palestina y los cristianos tuvieron que salir de Israel y dispersarse en distintas partes del imperio romano. A las ciudades donde llegaban se integraban con sus paisanos en los barrios judíos.
En las reuniones de los judíos tradicionales, los judeocristianos aprovechaban para anunciarles su experiencia de fe. Algunos abrazaron el camino de Jesús, y otros lo rechazaron e incluso lo persiguieron. La primera lectura de hoy nos narra la evangelización en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, la acogida y la alegría que generó esta Buena Noticia para algunos, así como la envidia, el rechazo y la persecución por parte de otros.
Hay que reconocer que las mujeres jugaron un papel muy destacado en la vida del Jesús histórico, así como en el desarrollo de las primeras comunidades cristianas. Pero aquí encontramos a un grupo de señoras distinguidas y devotas, confabuladas con los principales de la ciudad, y en total oposición a la Buena Noticia de Jesús.
Se trataba de mujeres acomodadas que, como era costumbre en la antigüedad, se dedicaban al caluroso oficio de no hacer nada. Eran sanguijuelas que vivían a expensas de sus maridos adinerados o influyentes. Vivían sometidas a ellos, pero tenían todas las comodidades. Esa jaula de oro no les permitía ver más allá. Solían tener, por lo menos, tres esclavos a su servicio, muchos vestidos en el ropero y alhajas en su cuello y manos, para ocultar su poquedad humana. Estas distinguidas damas vieron en el Proyecto de Jesús un enemigo mortal y por eso lo persiguieron a muerte. Aliadas con los principales de la ciudad, expulsaron a los cristianos.
En medio de todas las incomodidades y el peligro inminente por las persecuciones, éstas nunca lograron extinguir el cristianismo. Por el contrario, cada creyente disperso se convertía en fundador de nuevas comunidades. Por algo, San Alfonso de Liguori, cuando vivió momento críticos, escribió a los miembros de su naciente comunidad: “no temo las persecuciones, temo que las comunidades abandonen la observancia regular y se disipen, cayendo en la indisciplina y perdiendo la razón de ser”.
“No hay mal que por bien no venga”, decían nuestros viejos. Hechos incómodos y dolorosos como lo fueron las persecuciones, sirvieron como motor para que el evangelio se extendiera de manera asombrosa. El rechazo de algunos judíos habitantes de Antioquía de Pisidia, impulsó a los apóstoles a que rompieran ese gueto nacionalista y evangelizaran a los no judíos o gentiles, como les llamaban despectivamente. Luego, ante la fuerte persecución en esa ciudad, vieron la oportunidad de evangelizar Iconio y así lo hicieron.
La visión del libro del Apocalipsis describe no un simple sueño nacionalista judío, sino la nueva realidad instaurada por el Cordero, por medio del cual fueron superadas todas las fronteras que los humanos construyeron para vivir separados y divididos. La propuesta del Apocalipsis es universal e incluyente. “… vi una muchedumbre inmensa que nadie podía contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie, delante del trono y del Cordero”. (Ap 7,9).
Ésta es una visión del cielo. Recordemos que para este libro, la historia no sólo se ve en el mundo palpable a los sentidos, sino que tiene una dimensión profunda, oculta y trascendente. Cuando se habla de cielo no se refiere tanto a la otra vida después de la muerte, sino a la dimensión profunda y trascendente de nuestra historia que nos hace vivir esta vida de una manera diferente. (Los capítulos 21 y 22 hacen una descripción más detallada del cielo).
Los hechos del cielo pasaban desapercibidos para quienes vivían en la superficialidad y aprovechaban los privilegios que daba el imperio, sin importar el sufrimiento de los oprimidos. El cielo no lo podían percibir quienes eran indiferentes al dolor de los esclavos empobrecidos y sólo pensaban en los placeres, asequibles únicamente para los “hombres libres”, los ciudadanos romanos.
El cristiano debía liberarse de toda la ideología imperial, renunciar a ese mundo de dominación y maltrato a la dignidad humana, y lavar sus túnicas en la sangre del Cordero. Unirse a la comunidad de los sumergidos (bautizados) en Cristo y vivir de manera diferente a esa estructura organizativa. El imperio proclamaba dichosos a quienes dominaban, oprimían y exprimían a los perdedores. Los cristianos decían que los perdedores tenían una dignidad que no merecían quienes aplastaban a los demás y se envenenaban a sí mismos con la copa de la victoria imperial. Para el Apocalipsis, unirse al imperio era mancharse, mientras que renunciar a él y unirse a los “perdedores” y a su utopía de un cielo nuevo y una tierra nueva, era revestirse con túnicas blancas y levantar las manos limpias, dignas y dispuestas para trabajar por una humanidad nueva.
Vale la pena que en medio de nuestro mundo que le rinde culto a la eficiencia, a los placeres, al poder y, en general, a los ganadores, asumamos una postura crítica y descubramos el otro lado de la historia. Preguntémonos si hacemos parte de los ciudadanos del cielo y vivimos comprometidos con la construcción de los cielos nuevos y la tierra nueva, o si caminamos como zombis por donde nos conduce esta sociedad egoísta, consumista y planetófaga.
El evangelio también fue escrito en un contexto de persecución. Casi siempre le pedimos al Señor que nos vaya bien en todo. Solemos decir: “Yo tengo fe en que Jesús me va a ayudar, y que todo va a salir bien.” Y eso es bueno, porque es un pensamiento positivo. Pero, ¿qué entendemos cuando afirmamos: “espero que todo me salga bien”? Porque a veces pensamos sólo en nuestro bienestar egoísta y no medimos las consecuencias de nuestro éxito. El político corrupto que compra las elecciones y logra su objetivo: ganamos, nos fue bien. El negociante deshonesto cuando logra engañar a alguien y venderle un mal producto o un producto de buena calidad pero a un precio exagerado, dice: nos fue bien. Las metas empresariales normalmente contemplan bajar costos de producción y vender más para subir las ganancias. Y cuando presentan los informes dicen: nos fue bien. ¿A costa de qué? ¿De pagar malos sueldos? ¿De disminuir el número de empleados y aumentarle el trabajo a los quedan?
Jesús no nos garantiza que en todo nos va a ir bien y, menos, a costa de los demás. Hay situaciones duras que es preciso enfrentar fortalecidos por la Gracia. Es necesario optar por la vida, por la justicia, por la honestidad, así eso nos cueste un poco y pongamos en riesgo nuestra tranquilidad personal. Él nos garantiza su presencia y la victoria final sobre la muerte. Él nos garantiza que estará con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos (Mt 28,20).
Vale la pena que hoy nos preguntemos si hacemos parte del rebaño de Jesús. Si tenemos a Jesús como nuestro pastor y, a su vez, si asumimos nuestro trabajo como un pastoreo al estilo del único pastor. Veamos las características de las “ovejas” que hacen parte del rebaño de Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará de mi mano.” (Jn 10,27-28).
Analicemos detenidamente estos puntos y preguntémonos si hacemos parte del grupo de Jesús:
- Escuchar su voz.
- Dejarse conocer por Jesús.
- Seguir sus pasos.
- Experimentar la vida eterna que Él ofrece.
- Hay algo asegurado para estas ovejas: nunca perecerán.
- Fidelidad y seguridad en Él: “Nadie las arrebatará de mi mano”.
¿Hacemos parte de este rebaño?
Oración
Te bendecimos, Padre porque en medio de los avatares de la vida, en medio de las cosas bellas y también de las difíciles, en medio de luchas, de cansancios, de la entrega sincera y de las infidelidades la Iglesia sigue su camino como propuesta de vida para el mundo de hoy. Gracias por este hermoso camino de Jesús que se nos sigue presentando como Buena Noticia, esperanzadora, e iluminadora de nuestra historia personal y comunitaria.
Gracias por todas las personas que dan testimonio de Jesús, de la validez del Evangelio, de la capacidad transformadora de tu Espíritu y de tu fuerza salvadora que dinamiza nuestra vida.
Te pedimos, Padre, que nunca nos opongamos al Evangelio, que nunca pongamos intereses egoístas por encima de los intereses de justicia y equidad. No nos dejes caer en la tentación de llevar una vida vacía, desequilibrada existencialmente, mezquina y superficial. Ayúdanos a superar todos los obstáculos y a seguir avanzando victoriosos en la construcción de nuestra propia realización y felicidad, como seres humanos e hijos tuyos, con criterios comunitarios, solidarios y fraternos. Ayúdanos a hacer parte de esa gran multitud del Apocalipsis, que pasa por la gran tribulación y lavan las túnicas en la sangre del Cordero. Que también nosotros purifiquemos nuestra vida, que superemos todas las barreras y lleguemos a ser auténticamente hijos tuyos y hermanos los unos a los otros. Que vivamos de una manera digna y caminemos con la confianza de saber que somos conducidos por un Buen Pastor que nos da Vida. Amén.
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