• Primera lectura: Hch 5, 12-16: El Resucitado se manifiesta en sus testigos.
  • Salmo Responsorial: 117: Éste es el día en que actuó el Señor.
  • Segunda lectura: Ap 1, 9-13.17-19: No temas… Yo soy el que vive.
  • Evangelio: Jn 20, 19-31: Así como el Padre me envió, los envío yo a ustedes..

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Neptalí Díaz Villán

Ante la imposibilidad de reconstruir los acontecimientos de manera detallada, Lucas, el autor de los Hechos de los Apóstoles, elaboró algunos sumarios o resúmenes generales del acontecer apostólico de las primeras comunidades. En los cinco primeros capítulos tenemos 3 sumarios (2,42-47; 4,32-35 y 5,12-16). El tercer sumario que encontraos hoy en la primera lectura nos presenta la vida de la comunidad cristiana liderada por los apóstoles, y su acción salvadora para la humanidad no obstante las persecuciones que sufrían.

Más allá del tinte milagroso del relato, está la presencia de Cristo resucitado y su Espíritu que se revela en la práctica apostólica. La acción decidida de la primitiva comunidad cristiana es el signo por excelencia de la resurrección de Jesús. Quien comparta con un cristiano auténtico y con su comunidad debe vivir la misma experiencia que vivieron quienes compartieron con Jesús. En su paso por el mundo los cristianos auténticos deben generar vida, alegría, salud y todo aquello que engrandece el existir. Fue así como las personas que entraron en contacto con los Apóstoles experimentaron los mismos signos que vivieron quienes entraron en contacto con Jesús. Como vemos, las reacciones fueron las mismas, tanto las de quienes lo aceptaron y dejaron que el hombre de Nazaret transformara sus vidas, como las de quienes se opusieron radicalmente a su práctica liberadora y lo persiguieron hasta matarlo.

Porque el anuncio del Evangelio y su praxis histórica, es decir, su compromiso, su aporte, su lucha, su acontecer en la vida humana generó oposición en algunos sectores de la sociedad. En los mismos sectores que se opusieron a Jesús.

En las tres lecturas de hoy se hace presente la persecución. El libro de los Hechos nos deja ver las persecuciones por parte de los judíos: “Nadie se atrevía a juntárseles, pero el pueblo hacía grandes elogios de ellos” (Hch 5,13). Sin embargo, en medio de esas persecuciones, las comunidades daban testimonio de la acción de Jesús resucitado en sus vidas.

El autor del libro del Apocalipsis hace la siguiente presentación: “Yo, Juan, hermano de ustedes y con ustedes partícipe de la tribulación, del Reino de Dios, y de la paciencia que Jesús nos inspira, estuve desterrado en la isla de Patmos por predicar la Palabra de Dios y dar testimonio a favor de Jesús”.

Aquí se trata de las persecuciones romanas contra las Iglesias primitivas, quienes se habían dispersado por la persecución judía y buscaron refugio en diversos sitios del imperio. Gracias a su manera de vivir y de amarse entre ellos mismos, mucha gente se les acercaba, y ellos aprovechaban para dar testimonio, de manera explícita o implícita, del acontecimiento Pascual. De esta forma constituían otras iglesias.

Las nuevas iglesias distribuidas en el territorio del imperio se hicieron sospechosas para las autoridades imperiales que desataron otra persecución. Las persecuciones hacían que las comunidades se llenaran de miedo, se desanimaran, se vieran obligadas a vivir en la clandestinidad y que otras veces, se dispersaran.

El libro del Apocalipsis presenta a Jesús como el principio y el fin, el alfa y la omega. Es decir que, a pesar de que muchas veces pareciera que el mal dominara en el mundo y que quienes aplastan la dignidad humana se aferren enfermizamente al poder y hagan lo que sea para mantenerlo, la muerte y la resurrección de Jesús son el testimonio más fehaciente de que el mal, la oscuridad y la muerte no tienen la última palabra: “No temas. Yo soy el primero y el último. Yo soy el que vive, pues aunque estuve muerto, ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo el poder sobre la muerte y las llaves del reino de los muertos” (Ap 1,17b-18).

El Evangelio de Juan dice que el día de la resurrección, primer día de la semana, por la tarde, estaban los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Aquí nos encontramos nuevamente con la primera persecución por parte de las autoridades judías. Ésta no es una crónica detallada de los hechos, sino un testimonio de la resurrección. Un instrumento para evangelizar y suscitar nuevas experiencias con el Resucitado.

Con la persecución judía, la comunidad cristiana se ve obligada a vivir en la clandestinidad. La persecución los inundaba de miedo y la clandestinidad los hacía replegar sobre sí mismos. Corría peligro la pervivencia de la comunidad. Pero una nueva experiencia con Jesús los llenó de paz, alegría, esperanza, perdón y ganas de seguir luchando por su vida.

Jesús ofrece la paz, no el pacifismo. La paz del Resucitado no es inmovilizadora, quietista y cómplice de un mundo dominado por el mal. La paz de Jesús va seguida de un envío: Así como el padre me envió, los envío yo a ustedes” (Jn 20,21). Lo mismo que hizo Jesús como enviado del Padre, lo debían hacer sus discípulos como enviados de Jesús. Ahí los discípulos se convertían en apóstoles, es decir, en enviados.

Jesús no los lanzaba a una aventura incierta, sino a realizar un proyecto con un objetivo determinado: liberar al ser humano de todas las ataduras de la muerte, o sea del pecado. En ese trabajo no estarían solos, sino que contaban con una compañía que garantizaba su realización: el Espíritu. La fuerza del Espíritu del Resucitado, vencedor de la muerte, los capacitaba para ser canales por medio de los cuales Dios seguía dispensando las gracias a la humanidad. Por medio del testimonio de los apóstoles otras personas debían conocer y creer en Jesús para tener vida en su nombre. ¡Tremenda tarea la que tenemos todos los discípulos y apóstoles de Jesucristo!

La segunda parte del evangelio presenta la experiencia tardía con el Resucitado que tuvo el apóstol Tomás. La fe cristiana no se puede trasmitir por ósmosis, ni imponer por medio de un decreto real, como se hizo en el tiempo de la cristiandad.

Tomás se negaba a reconocer que Jesús había resucitado. El testimonio de sus condiscípulos no era suficiente para aceptar tremendo acontecimiento. Sus compañeros eran otros, pues habían cambiado radicalmente. Su forma de ver el mundo, su fe, su esperanza y su alegría de vivir, no obstante las persecuciones, era algo que le llamaba la atención, pero no para aceptar que El Hombre estaba vivo.

Sus compañeros se mostraron muy respetuosos con Tomás y no lo rechazaron ni lo presionaron para que aceptara este gran acontecimiento, esta Buena Noticia. Si el Evangelio se impone deja de ser Evangelio. Los procesos individuales son diferentes y hay personas que tardan más tiempo en experimentar a Jesús resucitado en sus vidas. Nosotros tampoco podemos presionar a nuestros seres queridos, amigos o familiares a que acepten a Jesús como salvador, sólo porque estamos convencidos de que Él es el Mesías resucitado. Si la persona está abierta a una experiencia nueva, llegará el momento en que se encuentre con Jesús resucitado, como le pasó a Tomás.

Los detalles de la narración quieren expresar cómo la resurrección de Cristo se hizo tan real en la vida de Tomás, de tal manera que no le quedó ninguna duda de ese acontecimiento. Esa experiencia hizo que Tomás expresara su alegría con estas palabras: ¡Señor mío y Dios mío! No había duda: Jesús estaba vivo.

Señor Jesús, creemos firmemente que Tú estás vivo, resucitado y resucitador. Hoy te presentamos a tantas personas que, como las primeras comunidades cristianas, sufren la persecución, el destierro y la muerte. Te presentamos las víctimas de conflictos armados y de los intereses de los grandes conglomerados económicos que dominan regiones enteras de nuestros pueblos. Te presentamos a tantas personas que por defender la vida, la justicia y la equidad son perseguidas, corriendo peligro su vida y su obra. Fortalece a todas estas personas y dales la certeza de que Tú estás con ellas y llevas a plenitud su testimonio.

Te presentamos el testimonio maravilloso de tantas personas y comunidades que, como los primeros apóstoles, siguen dando testimonio de amor y de entrega generosa por la justicia del Reino. Te damos gracias porque te sigues manifestando vivo, encarnado en las personas y comunidades que construyen la utopía del Reino.

Te pedimos, Jesús, que nosotros seamos testimonio vivo de tu resurrección. Que cada día reproduzcamos tu Palabra y tu obra de amor. Que configuremos nuestra vida con la tuya, de manera que sigas obrando maravillas por medio de nuestra humanidad limitada. Que nuestras casas, nuestros trabajos, nuestras comunidades cristianas y todo nuestro entorno vital se vea inundado por la gracia de tu Espíritu que lo vivifica todo. Que podamos crear un ambiente de respeto, de reconciliación y de paz, en el cual nos sintamos y seamos realmente herederos de tu salvación. Amén.

Domingo de Pascua en la Resurrección del Señor. Ciclo C

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Ciclo C

V Domingo.  Tiempo Cuaresma.  Ciclo C

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