Homilía: VI Domingo de Pascua. Ciclo C
Sábado, 24 de mayo del 2025
Color: BLANCO
- Primera Lectura. Hch 16,1-10: “inmediatamente trataron de salir para Macedonia, seguros que Dios los llamaba a predicarles el Evangelio”.
- Salmo Responsorial: 99,1-2-3.5: “Aclama al Señor, tierra entera”.
- Evangelio. Jn 15,18-21: “Si el mundo les odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes”.
“Mantengamos viva nuestra esperanza”
En los Hechos de los Apóstoles (16,1-10), somos testigos del dinamismo misionero de Pablo y la sensibilidad a la guía del Espíritu Santo. Su encuentro con Timoteo y el discernimiento sobre los lugares donde debían o no anunciar el Evangelio nos enseñan dos claves fundamentales para nuestra peregrinación espiritual: escuchar la voz del Espíritu y responder con disponibilidad al llamado divino, incluso cuando nos pida cambiar de rumbo. La visión de Pablo, donde el macedonio le ruega que venga en su ayuda, nos recuerda que la misión siempre es una respuesta a las necesidades concretas de los demás y un reflejo de la esperanza que Cristo desea llevar a toda la humanidad.
El Salmo 99 nos llena de alegría y gratitud al proclamar que somos el pueblo del Señor, ovejas de su rebaño. Este canto de alabanza nos invita a entrar en la presencia de Dios con júbilo, reconociendo que Él es bueno, que su misericordia es eterna y su fidelidad nos sostiene por todas las generaciones. Es un salmo profundamente mariano, pues María misma vivió esta actitud de entrega alegre, agradeciendo y alabando las maravillas que Dios realizó en ella. Su Magníficat es un eco de esta misma alegría que hoy se proclama, un modelo para vivir nuestra relación con el Señor.
En el Evangelio de San Juan (15,18-21), Jesús nos prepara para las dificultades que enfrentaremos como discípulos suyos, recordándonos que el rechazo del mundo es consecuencia de nuestra pertenencia a Él. Este pasaje no solo nos llama a perseverar en medio de las persecuciones, sino también a que mantengamos viva nuestra esperanza, sabiendo que la victoria pertenece al Señor. En esta lucha espiritual, María y su espiritualidad son nuestro refugio y nuestra guía. Ella es el ejemplo perfecto de perseverancia en el amor a Cristo, incluso en los momentos más oscuros de su vida, como la cruz. El sábado, día de espera tras la Pasión, es el símbolo de la esperanza activa, donde María confió plenamente en las promesas de Dios y en la victoria de su Hijo.
Integrando esta espiritualidad mariana con el lema del Año Jubilar, somos llamados a ser misioneros de esperanza, a escuchar el Espíritu en nuestro camino, a alegrarnos como pueblo de Dios y a perseverar en el amor frente a las pruebas. María, como estrella de nuestra peregrinación, nos inspira a seguir adelante, con los ojos puestos en la tierra nueva que Dios nos tiene preparada.
Que su intercesión nos fortalezca en este viaje y nos ayude a vivir como auténticos discípulos de su Hijo, llevando frutos de esperanza y alegría al mundo. ¡Sigamos caminando con confianza hacia la plenitud de las promesas divinas!
(Guía Litúrgica)
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