Homilía: VI Domingo de Pascua. Ciclo C
Viernes, 23 de mayo del 2025
Color: BLANCO
- Primera Lectura. Hch 15,12-17: “Al leer aquellas palabras alentadoras, se alegraron mucho”.
- Salmo Responsorial: 56,8-9.10-12: “Te daré gracias ante los pueblos, Señor”.
- Evangelio. Jn 15,12-17: “soy yo quien los he elegido y les he destinado para que vayan y den fruto, y su fruto dure”.
“Ámense unos a otros como yo los he amado”
En la lectura de los Hechos de los Apóstoles (15,22-31), encontramos a una Iglesia que, impulsada por el Espíritu Santo, busca la unidad y la paz al resolver tensiones entre los hermanos. Los apóstoles y presbíteros, iluminados por el Espíritu, envían una carta llena de ánimo, estableciendo que no se impondrán cargas innecesarias, sino solo las indispensables para vivir en comunión con el Señor. Este acto no solo alivia las inquietudes de los gentiles, sino que también fortalece la esperanza de una Iglesia que acoge a todos, sin distinción, en el amor y la gracia de Dios.
El Salmo 56 nos lleva a la alabanza y la acción de gracias: “Te daré gracias ante los pueblos, Señor”. En medio de nuestras peregrinaciones, ya sean internas o externas, la gratitud alimenta nuestra esperanza. Reconocer la bondad y la fidelidad de Dios en nuestras vidas nos abre a un horizonte más amplio, nos eleva por encima de las dificultades y nos llena de la certeza de que Él está obrando maravillas, incluso en los momentos más oscuros.
El Evangelio según San Juan (15,12-17) contiene la esencia de nuestra misión como peregrinos de esperanza: “Ámense unos a otros como yo los he amado”. Este mandato de Jesús nos invita a vivir un amor que no es solo afecto, sino entrega, sacrificio y fidelidad. Al recordarnos que Él nos ha elegido y destinado a dar frutos, Jesús nos reafirma que nuestra vida tiene un propósito profundo en el plan de salvación de Dios. Este fruto, que debe perdurar, es reflejo de una vida vivida en comunión con Cristo y con los demás, mostrando el rostro misericordioso del Padre a todas las naciones.
En este contexto jubilar, nuestra esperanza no es pasiva, es activa, comprometida y transformadora. Ser peregrinos significa caminar juntos, apoyarnos mutuamente, y nunca perder de vista el horizonte prometido: los cielos y la tierra nuevos. Es un llamado a vivir como comunidad, iluminando el mundo con el amor que hemos recibido de Jesús.
Que este tiempo jubilar nos inspire a permanecer en el amor de Cristo, a dar frutos duraderos y a convertirnos en verdaderos portadores de esperanza en un mundo sediento de la bondad y la gloria de Dios. ¡Elevemos nuestras almas y despertemos la aurora con alabanzas al Señor!
(Guía Litúrgica)
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