• Primera lectura: Is 6,1-2a.3-8: «Llena está toda la tierra de su gloria».
  • Salmo Responsorial: 137: «Me escuchaste, acreciste el valor en mi alma».
  • Segunda lectura: 1 Cor 15,1-11: «Recuerden el evangelio que les prediqué».
  • Evangelio: Lc 5,1-11: «… Pero ya que tú lo dices, voy a echar las redes».

Color: VERDE

Las lecturas que hemos escuchado nos sitúan en el ámbito de la vocación, la llamada que Dios nos hace a cada uno a colaborar en la construcción del Reino. La primera lectura nos narra la vocación de Isaías. La manifestación del que es santo, del que se eleva por encima de la mediocridad humana, descubre la pequeñez y el pecado del hombre. ¿Cómo puede un hombre de labios impuros hacerse eco de la gloria de Dios? ¿Cómo puede participar en su alabanza? ¿Cómo puede tomar en sus labios el santo nombre de Dios y su Palabra? ¿Cómo puede llevar esa Palabra a un pueblo que es también un pueblo de labios impuros? No es miedo infundado ni terror lo que invade al profeta; es el sentimiento radical del pecador ante la santidad transparente de Dios, que le hace incapaz de mantenerse en su presencia. Y es la misma sensación que podríamos sentir nosotros, y en más de una ocasión nos hemos preguntado: ¿Quién soy yo para que el Señor ponga sus ojos en mí?

Pablo, por su parte, después de abordar una serie de cuestiones prácticas para la convivencia comunitaria y de cuestiones morales para la vida cristiana en general, vuelve a lo que es principio y fundamento de la fe con todas sus exigencias o deberes. Les recuerda a los Corintios, si es que lo han olvidado, que el Evangelio que les predicó y que ellos aceptaron, es lo único que puede salvarles.

El apóstol se presenta como testigo de esa tradición que viene de los Apóstoles, de los que vieron y oyeron. Él transmite lo que ha recibido. Aunque Pablo no pertenece ya a la generación de los Doce, se considera apóstol por excepción. Pues ha tenido también su «experiencia» del Señor resucitado. Su caso excepcional es como un nacimiento fuera de tiempo, como un aborto. Por eso Pablo no puede predicar el Evangelio sólo desde su experiencia, sino ateniéndose también al testimonio de los mayores, de las columnas de la Iglesia, transmitiendo lo que ha recibido con fidelidad.

En el Evangelio asistimos al relato de la pesca milagrosa. Lucas ha querido unir tres momentos en el proceso de la vocación de los apóstoles: La predicación de Jesús, el milagro de la pesca y la decisión de abandonarlo todo para seguir al Maestro. La «señal» o el milagro refuerza las palabras de Jesús y aumenta su credibilidad ante los que van a ser sus discípulos en adelante.

“Rema mar adentro”. La invitación a internarse en alta mar conlleva el riesgo a afrontar los temporales tan frecuentes como inesperados en el lago de Tiberíades o de Genesaret. Resultan sugerentes las palabras de Jesús: «Rema mar adentro».

(Guía Mensual)

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