• Primera lectura: Hch 1,1-11: Lo vieron ascender.
  • Salmo Responsorial: 46: aclamen a Dios con gritos de júbilo.
  • Segunda lectura: Ap Ef 1, 17-23: Cristo es el cuerpo y la plenitud de la Iglesia.
  • Evangelio: Lc 24, 46-53: Y mientras los bendecía, ascendió al cielo.

Color: BLANCO

Neptalí Díaz Villán

El Evangelio de Lucas y los Hechos de los apóstoles son una sola obra dedicada a un tal Teófilo, que significa amado o amigo de Dios. A los ilustres teófilos de ayer y de hoy fue dedicada la obra Lucana (Evangelio y Hechos), o sea, a quienes experimentan el amor de Dios; a todos nosotros, si seguimos a Jesús, somos sus amigos y experimentamos el amor del Padre que se reveló de manera especial en la vida, muerte y resurrección del hombre de Nazaret.

Resurrección y ascensión son un mismo acontecimiento que Lucas separó pedagógicamente, para dar una enseñanza a la comunidad. Según el relato lucano hay un espacio de cuarenta días entre la resurrección y la ascensión. El número cuarenta hace referencia simbólica a los cuarenta años que pasó el pueblo de Israel en el desierto, camino a la tierra prometida. Cuarenta es el tiempo necesario para que una comunidad cristiana realice un proceso de consolidación del proyecto de Jesús, con el cual construya y/o reconstruya su historia con la fuerza de Dios. Una historia que no termina con la muerte, sino que se abre a la trascendencia y se prolonga por los siglos de los siglos.

Sobre este tema existen todavía dos tendencias reduccionistas. La primera limita al ser humano sólo al más allá del cielo, y descuida esta vida que es la única que tenemos entre manos. La segunda niega la trascendencia y se dedica exclusivamente al más acá, porque según esta visión, con su muerte el ser humano sucumbe totalmente como ser individual. Esta última postura es promulgada por el ateísmo en sus distintas “presentaciones”.

La primera tendencia se ha convertido en una falla histórica de la Iglesia Católica, sobre todo después del constantinismo. Durante mucho tiempo la “evangelización” se limitó a conquistar almas para el cielo. Los sacramentos, las predicciones, los ejercicios espirituales, las canciones, las publicaciones, ¡todo!, se hacía con el fin de salvar almas del infierno y conducirlas al cielo. Por esa misma razón, a los presbíteros se les empezó a llamar curas, porque su labor era curar almas y salvarlas para la otra vida. Por ese mismo motivo la gran mayoría de las intenciones de las eucaristías son por los difuntos. Un gran número de oraciones hacen un énfasis casi obsesivo en la vida eterna. Durante muchos años, la Iglesia se dedicó a orar por los muertos y descuidó a los vivos. Y como la Iglesia fue la institución con más influencia ideológica y política durante muchos años en países como Italia y España, posiblemente eso influyó para que fueran los más atrasados de toda Europa, mientras que países que vivieron el proceso de la reforma protestante como Alemania, Suiza, Inglaterra, etc., tuvieron un desarrollo económico muy notorio. La influencia católica la recibimos los países Latinoamericanos, mientras que Norteamérica recibió la herencia religiosa inglesa y francesa. Los resultados los tenemos a la vista.

Los cuarenta días de Jesús con sus discípulos antes de la ascensión y los cuarenta años del pueblo de Israel en el desierto, camino a la tierra prometida, son una figura que invita a caminar con fe y a hacer algo bueno por la vida. A trabajar por una humanidad digna, justa, libre e incluyente; en otras palabras: a construir la historia.

El reclamo de los personajes fue muy claro: “Galileos, ¿qué hacen ahí parados mirando para el cielo?” Si también nosotros hemos reducido nuestra vida cristiana a pensar únicamente en el más allá y a orar sólo por los muertos, hoy este reclamo nos cae perfectamente. ¿Qué hacemos parados mirando al cielo? ¿Qué hemos hecho por nuestro pueblo? o, como le preguntó Dios a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Tendremos nosotros también el descaro de responder como él: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”

¡Claro que para el cristiano no todo es historia, trabajo, lucha, estructuras y demás realidades humanas! Nosotros también guardamos la esperanza de una vida más allá de la muerte y más allá de la historia humana, como continuidad de ésta que empezamos a construir desde ahora.

La vida cristiana no es ni sólo más allá, ni sólo más acá. El cristiano piensa en un cielo que hay que construir desde aquí, desde ahora y cada día, mediante el amor, el trabajo y el servicio a los demás; cielo que se abre a la plenitud de los tiempos con la gracia y el poder de Dios y de su Cristo resucitado, vencedor de la muerte. Con la gracia y el poder de Dios y de su Cristo estamos invitados a construir la historia y a abrirnos a la trascendencia. La victoria de Jesucristo es garantía de vida; su gracia en medio de nosotros es fuerza para luchar. Él mismo es camino verdad, vida y plenitud. “Vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que se había sembrado débil y corruptible se vestirá de incorrupción (Cfr. 1Cor 15,42 y 53); y permaneciendo la caridad y sus frutos (Cfr. 1Cor 13,8; 3,14), toda la creación, que Dios hizo por el hombre, se verá libre de la esclavitud de la vanidad (Cfr. Rom 8, 19-21). Aunque se nos amonesta que de nada sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo (Cfr. Lc 9,25), sin embargo, la esperanza de la tierra nueva no debe debilitar, al contrario, debe excitar la solicitud por ‘explorar’ esta tierra, en la que crece el cuerpo de la nueva humanidad, que ya presenta las esbozadas líneas de lo que será el siglo futuro”.

Padre Dios, te bendecimos por esta fiesta de la vida, por este triunfo de nuestra humanidad en Jesús, el hermano Mayor de nuestra familia. Por Él sabemos que tenemos un lugar especial reservado desde toda la eternidad. Que tenemos un espacio sagrado en tu gran corazón y que no nos vas a dejar abandonados a la vera del camino. Te damos gracias por esta responsabilidad que has puesto en nuestras manos, por la misión que nos encomendaste realizar. Danos la sabiduría y la fortaleza para no quedarnos “ahí parados mirando al cielo”, sin sentido para luchar y sin rumbo fijo para llegar. Danos la sabiduría y la fortaleza para trabajar unidos y lograr la humanidad que Tú quieres y que todos necesitamos. Que en nuestras familias, comunidades e instituciones avancemos hacia una paz justa y duradera. Que nuestros trabajos, descansos, diversiones y todos nuestros actos humanos sean para gloria tuya y salvación nuestra.

Que el mismo poder y la fuerza que desplegaste para resucitar a tu Hijo Jesucristo de entre los muertos y darle asiento a tu derecha, nos acompañe de manera que nos veamos conducidos siempre por el camino de la salvación integral. Que cada día veamos cómo dejamos atrás todo aquello que oscurece nuestra humanidad y nos transformamos en personas nuevas a imagen de Jesús. Que dejemos atrás los egoísmos, las mentiras, las envidias, las inseguridades, los miedos y todo tipo de esclavitud, y crezcamos como seres humanos en fraternidad, generosidad, en vida digna, en fe, en esperanza y en amor. Amén.

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