• Primera lectura: Ecl 3,3-7.14-17: Honra a tu padre y a tu madre.
  • Salmo Responsorial: 127,1-5: Bendición de la familia.
  • Segunda lectura: Col 3,12-21: Buen trato en la familia.
  • Evangelio: Lc 2,41-52: Crecía en sabiduría y en gracia.

Color: BLANCO

Neptalí Díaz Villán

De Ben Sirac y Pablo: Ben Sirac, el autor del libro del Eclesiástico, dio a los hijos una serie de consejos para hacerse agradables a los ojos de Dios. Como es típico en la literatura sapiencial, aquí se hace un comentario de la Ley y una exhortación a vivirla, con un énfasis especial en el mandamiento: “honrar a padre y madre”.

Según Ben Sirac, el respeto y la veneración hacia los padres, es agradable a los ojos de Dios, que no dejará sin recompensa a quien trate así a sus padres. Algún día los hijos crecerán y, si honraron a sus padres, serán también honrados por sus propios hijos. Con el tiempo las fuerzas se acaban, el cuerpo y las neuronas se cansan. ¡El tiempo no perdona! El ser humano pierde la lucidez y la destreza. Los padres, cuando llegan a la vejez empiezan a caminar lento y se olvidan hasta de tomar la pastilla para la memoria. No concuerdan bien sus ideas y se sienten abandonados, inútiles e ignorados. Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo desampares mientras dure tu vida. Aunque pierda su lucidez, sé comprensivo con él, no le faltes al respeto mientras viva”.

No obstante, estas buenas recomendaciones para los hijos, las exhortaciones de Ben Sirac nos dejan un vacío porque no dice nada acerca de los padres y sus deberes para formar buenos hijos. Pablo hace alguna referencia importante.

Primero, hace una exhortación a vivir de acuerdo a las costumbres de la cultura patriarcal y esclavista en la cual vivió. Si queremos comprender a Pablo y aprender algo válido para nuestra vivencia cristiana de hoy, debemos tener en cuenta su contexto socio-histórico. En la cultura en la cual Pablo vivió, las mujeres debían someterse a sus maridos, los hijos debían obedecer a sus padres y, los esclavos, a sus amos. Y él no mueve un dedo para cambiar eso. Sería muy prematuro pedirle a Pablo un manifiesto feminista, una declaración universal de los derechos de los niños o la exigencia de dar libertad a los esclavos.

Los cambios históricos no se dan de la noche a la mañana. Como un niño, los cambios históricos necesitan engendrarse, gestarse con mucho cuidado en el vientre materno y, una vez nacidos, formarlos para que crezcan, se reproduzcan y vivan hasta que otro cambio sea necesario.

Lo que hace Pablo es aportarle a su cultura la experiencia de la comunidad cristiana. Hay algunos elementos que corresponden a la cultura de Pablo, y aplicarlos no sólo sería un desfase histórico sino que iría en contra del mismo Evangelio. Hoy, como sociedad hemos avanzado en la equidad de género y no podríamos decirle a una mujer que se someta a su marido. No podríamos decirle a un niño que obedezca en todo a sus padres, sin antes verificar qué clase de padres tiene. Hemos conocido a padres que mandan a sus hijos a robar, a pedir limosna o, en el peor de los casos, que los venden como objetos sexuales. El tiempo de la esclavitud, al menos en teoría, ya pasó. Hoy no podríamos decirle a un trabajador que obedezca en todo a su patrón y que vea en él la autoridad divina, sabiendo que hay patrones déspotas e injustos. Estos elementos en esta carta de Pablo pertenecen a su cultura agraria, patriarcal, esclavista y androcéntrica (centrada en el varón), y no podríamos aplicarlos a nuestra vida cristiana de hoy.

Aunque Pablo no toca el modelo de sociedad, podemos rescatar su búsqueda para evitar la injusticia y el maltrato, y su deseo de construir la unidad en el amor. A los deberes que ponía la sociedad a los súbditos (en este caso las esposas, los hijos y los amos), Pablo agrega unos deberes para quienes tenían la autoridad en ese momento. Los maridos debían amar a sus esposas y no amargarles la vida. Los padres no debían maltratar  a sus hijos porque los volvían apocados (los traumatizarían, dirían hoy). Los patrones debían dar lo justo y razonable a sus servidores, y recordar que también tenían un único Señor en el cielo.

Como vemos, hay muchos elementos de Pablo que siguen siendo válidos para nuestra vivencia cristiana. Por ejemplo, la invitación a sentirnos amados y elegidos por Dios, y a dejarnos santificar por Él. A que en nuestras relaciones interpersonales lo más importante sea la compasión, la benevolencia, la mansedumbre y la paciencia. A tolerarnos (aunque el texto habla de soportarse unos a otros, nosotros podríamos entender mejor la palabra tolerancia) y a perdonarnos mutuamente, así como el Señor nos ha perdonado.

El vestido es lo más visible en nosotros. Un vestido nos hace ver elegantes o andrajosos, agradables o desagradables. El vestido muestra nuestra personalidad y nuestro estado de ánimo. Si estamos de fiesta o de luto, si estamos en el trabajo, en la playa, en el campo o en la casa. Además del vestido real, simbólicamente a veces nos revestimos de mal humor, de malas palabras que generan enemistad y nos distancian como personas. Pablo nos invita a revestirnos del amor que crea la unidad perfecta. A que al entrar en contacto con el mundo exterior tengamos una buena imagen, un vestido amable, unos buenos modales y a que busquemos siempre formar un solo cuerpo, aunque tengamos diferencias.

Las crisis: recordamos, admiramos y aprendemos de la familia de Nazareth, no porque fuera perfecta y sin problemas. De entrada tenemos que descartar toda imaginación angelical acerca de esta familia. Tampoco vamos a buscar en ella todas las respuestas a los interrogantes y solución a los problemas de hoy. El testimonio de esta familia suscita hoy en nosotros una reflexión, porque vivió con los pies sobre la tierra; porque asumió la vida contando con sus propias fuerzas y limitaciones humanas, y porque se dejó ayudar de la gracia de Dios.

No eran perfectos, desconocían muchas cosas, no comprendían todos los acontecimientos, como suele ocurrir en nuestras familias. Su hijo de 12 años pasaba de la niñez a la juventud, etapa en la cual los hijos empiezan a molestarse cuando los tratan como niños, y quieren despegarse de sus padres para ser libres como el viento. Los hijos se dan cuenta de que sus padres no son dioses o superhéroes y empiezan a descubrir su humanidad limitada, sus errores y equivocaciones. Se molestan cuando los corrigen mucho y hasta dicen que sus padres son intensos, cansones y aburridos. Perciben claramente que pertenecen a otra época y tal vez se sientan incomprendidos, al igual que sus padres.

El adolescente Jesús vivió esa etapa. Él tampoco tenía todo el conocimiento del mundo, ni era sabio desde niño. El interés del evangelista al presentarlo a los 12 años dialogando en el templo no era mostrar su gran sabiduría sino enfatizar en su dedicación a las cosas de su Padre desde temprana edad. Lucas no presenta a Jesús enseñando a los maestros sino escuchándolos y haciéndoles preguntas, es decir, aprendiendo. Desde niño era una persona que se interrogaba, se cuestionaba y vivía en actitud de búsqueda.

Lucas presenta a María (no sólo en este texto sino en los demás textos marianos) como la discípula por excelencia que busca a Jesús hasta encontrarlo. En este texto busca a Jesús en compañía de José, su esposo. Ellos son, en primer lugar, modelos de seguimiento a Jesús. Ojalá nosotros buscáramos a Jesús; su rastro, su camino y su persona, con la intensidad de estos esposos inquietos por la suerte de su hijo.

Vale la pena que reflexionemos también sobre la forma como enfrentamos las crisis en la familia, especialmente, cuando vemos que nuestros hijos se nos pueden salir de las manos. María y José supusieron que el adolescente Jesús estaba en el grupo de los peregrinos y que, sin duda, allí estaría bien. Tuvieron una suposición errada. Se equivocaron, no porque fueran malos sino porque, sencillamente, no podían saber ni controlar todo. Muchas veces como padres nos equivocamos, no porque seamos malos sino sencillamente, porque somos humanos, y es de humanos errar.

Afortunadamente, el muchacho Jesús no andaba en malos pasos. Otros jóvenes no corren la misma suerte. Por el descuido de los padres o ante la imposibilidad de controlarlo todo, caen en el alcoholismo, en la drogadicción, en la prostitución o en algún otro camino tentador y destructor. Hemos recibido en los últimos días unas cifras alarmantes de suicidios en niños y adolescentes. Según lo registra el informe de Medicina Legal Forensis 2011, durante el año en mención 193 menores de edad entre los 5 y 17 años decidieron quitarse la vida. ¿Qué los llevó a tomar esa decisión? Las dos razones  fundamentales según los especialistas son: la infelicidad y el sufrimiento. Estos menores tenían pocos amigos, no les gustaba el colegio y se sentían solos. El 50% de los jóvenes en nuestro país lleva una vida infeliz.

Hay fenómenos actuales que vale la pena analizar. Según el psiquiatra Guillermo Carvajal “los infantes y jóvenes están cada vez más desprovistos de las cosas que consideramos importantes en nuestra crianza. Son más rebeldes, incrédulos, curiosos, sin límites en su conocimiento, con una percepción compleja que les permite realizar con éxito varias actividades al mismo tiempo”. Han desarrollado una tendencia brutal a la acción sin pensamiento, con gran osadía y sin medir las consecuencias. Su mente “es una especie de mezcla entre máquina y persona, y la computadora juega un papel primordial”. Por eso, dice Carvajal, estamos ante un nuevo ser humano, que se caracteriza por su bajo nivel de frustración y por estar propenso a autodestruirse. Es egoísta, abandonó cualquier forma de espiritualidad y su manera de relacionarse con otros es diferente. No busca el compromiso, sino la satisfacción inmediata de los deseos, la sexualidad cruda y desafectada y por eso los noviazgos están siendo reemplazados por relaciones espontáneas basadas en el sexo. A esto se suma un marcado rechazo a la escuela, un constante aburrimiento e infelicidad.

Miguel de Zubiría Samper, director de la Liga Colombiana contra el Suicidio, afirma: “Hay un promedio de 37% y 40% de niños y jóvenes con grados críticos de ansiedad. Eso es lo que están experimentando en una sociedad donde los lazos familiares se han debilitado y las relaciones giran en torno a un consumo desfasado… a ello se suman el miedo al fracaso y el temor hacia el futuro. En suma, una desesperanza agobiante”.

Nuestro mundo ha tenido unos desarrollos tecnológicos muy buenos, pero se pueden convertir en graves problemas si no aprendemos a manejarlos como lo que son: herramientas para facilitarnos la vida y no ídolos ante quienes debemos hincarnos y sacrificarlo todo para obtenerlos. Se ha vuelto ya tradición ver en los medios de información que algunos jóvenes, y no tan jóvenes, pasen la noche haciendo inmensas filas para ser los primeros en adquirir el celular de última generación con aplicaciones nuevas y cada vez más asombrosas y tentadoras. Los compradores se ven “felices” y sonrientes por su nueva compañía que los hace sentir alguien en la vida. Pero, como comentaba William Ospina, pronto ese aparatico se convertirá en un adefesio pasado de moda, rudimentario y reducido a basura casi imposible de reciclar. Convertido en prueba deleznable e irrisoria de la carrera loca que ha emprendido el mundo por llegar siempre a un sitio un poco peor que aquel en que se encontraba.

Como afirmaba George Carlin: “Hemos logrado ir y volver a la luna, pero se nos dificulta cruzar la calle para conocer al nuevo vecino. Conquistamos el espacio exterior, pero no el interior. Producimos computadoras que pueden procesar información y difundirla, pero nos comunicamos cada vez menos”. Hay una sobrestimulación constante a través de los medios que invitan a consumir y a consumir, lo que genera, en unos, un gran sentimiento de frustración por no tenerlos o, en quienes pueden comprarlos, un gran vacío humano porque a base de cosas la persona no puede ser feliz. Eso es un gran reto para nosotros como personas y como padres de familia. ¿Dónde estamos poniendo el sentido de la vida? ¿Cómo enfrentamos las adversidades, las limitaciones, los obstáculos, las oportunidades?

Ante las crisis, las familias toman varias posturas. A algunos padres no les interesa mucho que sus hijos se pierdan, porque viven ocupados en sus proyectos personales y no tienen tiempo. Otros se tornan agresivos, amenazan y muestran su autoridad por la fuerza. Otros, como María y José, se dan a la tarea de recuperar juntos a sus hijos; ponen todo su empeño, buscan ayuda, se esfuerzan y no descansan hasta encontrarlos. ¿Cuál es nuestra actitud?

Nos dice Lucas que al cabo de tres días encontraron al niño. Creer en Dios no nos garantiza la ausencia de problemas; pero, si con una fe robusta y una esperanza firme, nos esforzamos para buscar la solución, seguro la encontraremos. A Dios lo encontramos especialmente cuando caminamos siguiendo sus pasos. Él siempre actúa para salvarnos; si confiamos y trabajamos con método vamos a ver la obra de Dios (al tercer día significa el tiempo en que Dios actúa).

Una vez lo hallaron, hubo más un desencuentro que un encuentro. María le reclamó: “¿Por qué nos hiciste esto? Mira que tu padre y yo te estábamos buscando angustiados”. El mismo que causó gozo a Isabel y a su criatura cuando María los visitó, el mismo que causó gran alegría a sus padres y a los pastores con su nacimiento, se convirtió en ese momento en causa de angustia, porque pensaban que se les había perdido. La respuesta de Jesús no fue muy conciliadora. Empezaba a tomar distancia de su familia y descubría su propio camino. A sus padres les costó entender esto, pero mostraron respeto por el proceso que llevaba su hijo.

Los evangelios resaltan varias veces el silencio de María. El silencio puede ser motivado por el miedo a hablar porque hay una amenaza previa. Puede ser una forma de protesta, como lo hizo Jesús con su silencio ante el Sumo Sacerdote, Herodes y Pilato, cuando lo juzgaron. Aquí María no guarda silencio por miedo o como protesta, sino como un signo de contemplación profunda y atenta a la obra de Dios que se va manifestando en su familia.

El que guarda silencio de esta manera reconoce su limitación humana y su pequeñez ante el misterio. El que guarda silencio como María sabe que no lo conoce todo y se dispone a escuchar la voz de Dios que habla en los signos de los tiempos. El que guarda silencio como María sabe que por no callar puede convertirse en esclavo de lo que dijo y prefiere ser dueño de su silencio. Sólo el que sabe callar cuando es debido y guardar las cosas en el corazón, sabrá hablar para edificar y anunciar las maravillas del Señor, como lo hizo María.

Los padres que aprenden a guardar silencio y a contemplar el crecimiento de sus hijos, podrán comprenderlos mejor y ayudarles a crecer en sabiduría y madurez, y a gozar de la aceptación de Dios y de los hombres, como lo hicieron José y María. Los hijos que aprenden a guardar silencio, a escuchar a sus padres, y a Dios que se manifiesta en las personas que los ayudan a formar con amor, podrán crecer en sabiduría y madurez, y gozar de la aceptación de Dios y de los hombres, como lo hizo Jesús.

Oración

Padre, fuerza creadora y recreadora de la historia. Gracias por el hermoso testimonio de la Sagrada Familia de Nazaret. Su participación asidua en las fiestas religiosas, su vida sencilla y su búsqueda de solución a los problemas son un testimonio para nuestras familias y comunidades.

Como padres de familia, ayúdanos a estar atentos a los peligros que amenazan la salud integral de nuestros hijos, para protegerlos y acompañarlos en su buen desarrollo evolutivo; en su propia búsqueda de autonomía, libertad y felicidad. Que nada ni nadie rompa nuestra armonía y nuestra entrega mutua. Mantennos siempre unidos en el amor, en medio de todas las circunstancias. Que nuestros hijos encuentren en nosotros seguridad, amor y respeto. Que nos merezcamos su confianza para poder escucharlos y orientarlos sabiamente en la toma de sus propias decisiones. Que le trasmitamos todo el torrente de amor, de la vida y de alegría que recibimos de Ti.

Como hijos ayúdanos a escuchar a nuestros padres, a respetarlos y a cuidarlos cuando sus fuerzas les fallen. Que, como Jesús, vayamos creciendo en gracia, en sabiduría y madurez delante de Ti y de la humanidad. Danos la sabiduría que procede de Ti para descubrir qué es lo bueno, lo que te agrada, lo perfecto, lo que nos conviene para nuestro pleno desarrollo como seres humanos. Danos la capacidad de tomar buenas decisiones, de enfrentar nuestra vida con seguridad y firmeza, y con un compromiso serio con tu Reinado. Que nos convirtamos en hombres y mujeres de bien, sembradores de esperanza y multiplicadores de la vida abundante que Tú nos das.

Danos el silencio de María para contemplar los acontecimientos de nuestra historia, aprender de ellos y saber manejarlos con sabiduría. Danos el silencio de María para contemplar con gozo cómo Tú conduces nuestra historia hacia la plenitud, en medio de tantas y múltiples realidades. Permítenos a todos ser testimonio viviente de la salvación gratuita que Tú nos da a manos llenas. Amén.

IV Domingo.  Tiempo de AVIENTO. Ciclo C

III Domingo.  Tiempo de AVIENTO. Ciclo C

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