P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

Estamos en la era de la depresión, en el tiempo donde las personas por cualquier cosa se desploman, tiran la toalla, sienten que su vida no vale nada y en ocasiones hasta son capaces de atentar con su propia existencia cuando lo planeado no se logra. Esto sucede precisamente porque hay personas que han gastado su tiempo mirando y anhelando lo que tienen los demás, gastando sus energías en observar sus defectos y no sus virtudes, olvidándose que cuando dejamos a un lado lo que somos, nuestra vida se llena de vacíos, autoestima baja, y es justamente en ese instante cuando todo comienza a desmoronarse.

Vivimos en un mundo que nos ha regalado la comodidad, pero poco a poco nos va quitando la felicidad. Es decir, mientras por un lado tenemos internet, redes sociales, progreso tecnológico, por el otro aparecen la depresión, la tristeza, los complejos, la sensibilidad, el malhumor y una gran cantidad de actitudes infantiles que nos asombran. Por consiguiente, nos han ofrecido entretenimiento, fantasías y toda clase de alegría momentánea, y lentamente nos hemos ido quedando huecos por dentro, sin la suficiente capacidad de analizar en qué nos podría ayudar las cosas que nos estaban brindando los medios y el contexto en el que nos ha tocado vivir.

Nos fuimos volviendo copias, anhelando y deseando los talentos y dones de los otros. De manera consciente o inconsciente, nuestra identidad fue anulada, porque nos parecía más interesante y atractiva la vida “feliz” que disfrutaban los demás, que los carismas depositados por Dios en nuestro corazón. Por eso, creció la envidia, la comparación y toda clase de mala costumbre, porque ya nuestra vida nos parecía insignificante comparada con la “felicidad” que experimentaban los demás.

Pero jamás ignoremos la siguiente verdad: Dios hace originales, no copias. No hizo individuos de primera y de segunda, simplemente formó hombres y mujeres con dignidad. De aquí que somos únicos e irrepetibles. No existe menor y mayor calidad de personas. Tanto es así que, frecuente escuchamos esta afirmación categórica: “Ante los ojos de Dios todos somos iguales”. Además, si hubiera pasado lo contrario, entonces nuestra concepción del Creador fuera otra, ya que sentiríamos que hasta quien nos hizo vive de privilegios y de demagogia a su conveniencia. Pero sabemos que Dios es un ser de amor, comprensible y que hace salir el sol para buenos y malos (cf Mt 5, 45).

En definitiva, volvamos a recordar quién nos creó y con qué propósito lo hizo. Hagamos memoria sobre quiénes somos y hacia dónde vamos. Seamos capaces de descubrir el verdadero valor que tenemos y no el precio que nos pusieron los demás. Vamos hacer una parada reflexiva para redescubrir nuestra originalidad y dejar de seguir siendo una copia, de estar mendigando amor, cariño y afecto, como si Dios nos hubiera hecho incompletos y necesitáramos insistentemente completarnos con algo o con quien. Por tanto, seamos maduros y elevemos la mirada al cielo y mientras colocamos nuestras manos en el corazón, pensemos que Dios no nos hizo copias, sino originales. 

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