Por Sor Laidys Peguero Rodríguez
Muchas personas llevan sobre sus hombros el peso del arrepentimiento por las cosas que quisieron decir y no dijeron, por lo que quisieron hacer y no hicieron.
Arrepentirse tiene dos connotaciones: aquel arrepentimiento que trae consigo vida y el que trae definitivamente la muerte espiritual.
En primer lugar, arrepentirnos sinceramente de los pecados y errores cometidos, porque descubrimos que con ellos hemos dañado a alguien y a nosotros mismos, es un canal a través del cual corre vida, alegría, renovación y paz, nos lleva a buscar formas de enmendar nuestros errores.
En segundo lugar, arrepentirnos, encerrándonos en el propio mal, quedándonos dando vueltas, sin esperanza de cambio o solución, es un canal a través del cual llega la desesperación, frustración y depresión y por consiguiente la extinción de todos las posibilidades, dones y alegría que podamos tener.
Hoy, miremos con detenimiento que matiz tiene nuestro arrepentimiento, si está encaminado a enmendar el mal causado o por el contrario nos encierra en ese mal sin dejarnos salida. En este caso, prestemos atención, busquemos ayuda y pidamos la gracia divina para reconocer que podemos cometer errores, pero que tenemos un mundo de formas de enmendarlos y restablecer relaciones sanas y que generan vida.
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