P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com

Vivimos metidos en muchos afanes. Nuestras acciones giran en torno a diversas realidades cada día. A pesar de la unicidad de cada ser humano, este tiene que saberse dividir en sus tareas cotidianas, pues la familia, el trabajo, los estudios y los entretenimientos, nos mantienen muy ocupados y consumen nuestro tiempo. Por eso, ante esta estructura personal y social, en la que estamos sumergidos todos, es común ver cómo la gente suele buscar espacios para disfrutar a través de comidas y bebidas, lujos, deseos particulares y fantasías momentáneas. Es tanto el estrés de vida, que se acuden a actividades humanas para compensar nuestros vacíos y miedos; el cansancio y el agobio. 

Poco a poco y sin darnos cuenta, la sociedad nos empuja a ser materialistas, a creer que el tener es la clave de la felicidad. De aquí entonces que no nos puede sorprender ni tampoco extrañar, cómo la gente se preocupa por comprar un celular, tener un televisor plasma, un vehículo, entre otras cosas. Precisamente porque se piensa que después de tanto trabajo y sacrificio merecemos un escape, una compensación por nuestro agotamiento físico. 

Estamos viviendo en un mundo que alimenta el cuerpo pero que descuida el alma. Nos encontramos en una sociedad que considera lo material y lo superfluo como lo fundamental y lo esencial, dejando a un lado el interior, nuestra parte espiritual. Sí, de este modo estamos caminando, olvidándonos lo que dice el evangelio de Mateo en 26, 41: “La carne es débil, el espíritu es fuerte”. Es decir, nuestro apoyo y nuestra fortaleza no puede estar en lo efímero, ni en lo limitado y caduco, porque al final quedaremos más vacíos que nunca y nos iremos muriendo por dentro lentamente. 

También hay que alimentar el espíritu. Debemos ahorrar tiempo, dinero y espacio para construirnos y reconstruirnos a nosotros mismos, aunque habitemos en un planeta que se enfoca en invertir todas sus fuerzas y energías en alimentar lo corpóreo, lo sensible. Tenemos que volver a conectarnos con Dios, a darle prioridad a nuestro interior, a dedicar momentos de calidad para leer un buen libro, para contemplar la naturaleza y, sobre todo, a dedicar unos minutos para orar. Así, lograremos reactivar y vitalizar todo lo que somos. Porque al final, todos sabemos que lo material se destruye, pero el espíritu da vida y esperanza.

Haz una parada en tu rutina laboral y personal. Analiza hacia dónde estás dirigiendo tus pasos. Pregúntate, cuál es la prioridad en este momento de tu existencia. Mira tus acciones frecuentes para descubrir si estas alimentando tu cuerpo solamente o si dedicas tiempo también para llenar tu espíritu. En su libro “La ética a Nicómaco”, Aristóteles sostenía que “la felicidad se encuentra en el equilibro”. Por consiguiente, puedes continuar con tu vida normal pero jamás descuides tu corazón, tus valores ni mucho menos tus principios, pues, alimentando tu espíritu podrás obtener siempre la paz que necesitas para mantener la fe que te llevará siempre a tener éxito en todo lo que hagas.

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