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  • Primera Lectura. II Mac 7, 1.20-31: “Ha sido Dios, creador del mundo, el mismo que formó el género humano e hizo cuanto existe”.
  • Salmo Responsorial. 16, 1-5-6-8ab y 15: “Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante”.
  • Evangelio. Lc 19, 11-28: “Les digo: ‘Al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”.

Las lecturas de hoy son, por un lado, una invitación a mantener nuestra esperanza en el Señor y por el otro lado una invitación al servicio en la viña del Señor.

El primer ejemplo lo encontramos en la primera lectura de hoy. En el Libro de los Macabeos se nos narra el episodio de aquella madre que vio morir en un mismo día a sus siete hijos. La razón: se negaron a violentar la ley que prohibía comer carne de cerdo. El rey Antíoco Epifanes los hizo azotar para conseguir su propósito, y no lo logró.

La madre de estos mártires soportó con entereza el suplicio de sus hijos “porque tenía puesta su esperanza en el Señor”. Ella misma, en medio del tormento, aconsejaba a sus hijos a no claudicar y mantener firme su postura de no quebrantar la ley. ¡Cuánta falta nos hacen ejemplos de esta naturaleza! Hoy es más fácil encontrar personas que reniegan sus principios con tal de conseguir prebendas.

El Evangelio de hoy es una invitación al servicio. El Señor es exigente en este sentido. No soporta a aquellos que se quedan inmóviles, incapaces de arriesgarse, de comprometerse. Seguir y servir al Señor demanda riesgo y compromiso. Exige que salgamos de nuestra comodidad para poner a producir los talentos que Él, por su infinita misericordia, nos ha dado. Y más a sabiendas que tendremos que rendir cuentas de ellos.

Este pasaje guarda una relación muy estrecha con la parábola de los talentos referida en el Evangelio de Mateo del domingo pasado. Y aquí destacamos que los dones que nos han sido concedidos no son realmente de nuestra propiedad, sino que se nos han entregado con la encomienda de ponerlos a producir sirviendo a los demás. Es, por tanto, un llamado a servir y procurar el engrandecimiento del reino de Dios.

No seamos como el “empleado inútil” del que nos habla el Evangelio de hoy, que no sólo era inútil, sino que también era haragán e irresponsable.

No escondamos nuestros talentos. Hagámonos conscientes de los dones que Dios nos dio y sirvamos con entusiasmo, con nuestra esperanza puesta en el Señor, para que al final de los tiempos digamos: Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante.

(Guía Litúrgica)

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