El derecho a la protesta en la Iglesia – Jesús: verdad, y camino y vida
- Primera lectura: Hch 6,1-7: El derecho a la protesta dentro de la Iglesia.
- Salmo Responsorial: Sal 32,1-2.4-5.18-19: Él ama la justicia y el derecho.
- Segunda lectura: 1Pd 2,4-9: La piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida por Dios.
- Evangelio: Jn 14,1-12: En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones.
17 de mayo del 2023. Color: BLANCO
El derecho a la protesta en la Iglesia: Con el paso de los años la Iglesia fue ampliando su horizonte. Esto generó alegría y entusiasmo entre sus miembros que eran testigos de la forma como la levadura fermentaba la masa y la hacía crecer. Pero, como es normal, entre más grande se hace una organización, más difícil se vuelve su administración. No es lo mismo administrar una tienda de barrio que una cadena de supermercados distribuidos en distintas ciudades, e incluso, países. El relato de los Hechos de Apóstoles que leemos hoy nos dice que unos hombres de lengua griega se quejaron por la desatención de las viudas de su grupo. Se trata de los cristianos de la diáspora judía, o sea, quienes vivían fuera de Palestina en alguna parte del imperio romano donde se hablaba griego.
Aquella comunidad que Lucas había puesto como paradigma de vida cristiana, pues se reunían asiduamente para las enseñanzas, la fracción del pan, el compartir fraterno y las oraciones (Hch 2,42), ahora vivía una típica marginación surgida entre ellos mismos. Como toda marginación, injusta por supuesto.
La Iglesia es santa y a la vez pecadora, decía San Agustín. Todo grupo humano, por muy divino que quiera ser, no está exento de equivocarse. Pero en un grupo humano construido con valores diferentes a los de la “salvaje sociedad”, en una Iglesia de participación, como lo intentó ser la primera comunidad cristiana y como lo intentamos ser nosotros hoy, se tiene derecho a protestar y a proponer, a reclamar y a pedir una respuesta a las necesidades reales. Por eso, ante el justo reclamo de los cristianos de lengua griega, los apóstoles pidieron que se escogiera, entre la comunidad, a siete hombres para el ministerio del diaconado, o sea, para el ministerio del servicio.
Con lo anterior debe quedarnos claro que los ministerios en la Iglesia primitiva no fueron una profesión o una carrera para escalar puestos o subir de estatus. La comunidad elegía y pedía determinado servicio a algunas personas. A diferencia de la Iglesia primitiva, en nuestra Iglesia actual el pueblo no elige los candidatos a ministerios. Es decir, nosotros no elegimos a los diáconos, a los presbíteros (sacerdotes) y menos, a los epíscopos (obispos). Estos ministerios se ven a veces como una carrera que permite ascender, y ese no es el sentido original. Estos ministros no son, o por lo menos no deben serlo si quieren ser fieles al Evangelio, una asociación que se aparta del común de la gente para formar clero (clero significa apartado, el clérigo es el que se aparta del pueblo).
Con esta reflexión no queremos atacar nuestra institución, a nuestra “santa y pecadora” Madre Iglesia, como la llamaba San Agustín. Ésta es una dificultad que vemos y por la cual tenemos derecho a manifestarnos y a pedir que mejore, como lo hicieron los cristianos de lengua griega en el texto que leemos hoy. Existen otras dificultades, inconsistencias, incoherencias, retos, problemas concretos, que tenemos como Iglesia y a los cuales hay que dar respuesta a la luz del evangelio. Como dice la carta de Pedro (segunda lectura), todos somos piedras vivas y entramos en la construcción del templo espiritual para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, que Dios acepta por medio de Jesucristo.
Como miembros activos, como piedras vivas de la Iglesia tenemos el derecho y el deber de opinar, de proponer, de buscar, de trabajar juntos para construir una comunidad digna de llamarse seguidora y apóstol de Jesús el Cristo. Tampoco podemos quedarnos en el plano de la crítica ramplona e irresponsable tan fácil, tan mediocre, tan dañina. Bienvenidas todas las críticas y hasta las críticas injustas, si son de fuera, si son de quienes no son católicos, de quienes no son cristianos e incluso de quienes son ateos. Pero los de dentro, además de ejercer la crítica constructiva necesitamos también poner las manos para construir. Necesitamos gente que hable, que proponga y que se disponga a trabajar. Porque todos, como Iglesia, necesitamos discernir los signos de los tiempos, identificar los problemas, los obstáculos, los desafíos y las oportunidades, así como las señales de Dios y la inspiración del Espíritu para cada momento histórico (Mt 16).
Jesús, camino, verdad y vida: El fragmento del Evangelio que leemos hoy, exclusivo de Juan, es una confesión de fe de las comunidades del Discípulo Amado. Estas palabras no las pronunció el Jesús histórico, son una confesión de fe de las comunidades acerca de Jesús. Nos encontramos con lo que llaman algunos teólogos, la alta cristología (entiéndase cristología como el estudio de Jesucristo).
En medio del conflicto con las autoridades judías y romanas, en medio de los problemas internos, y después de una vasta experiencia y de una profunda reflexión acerca del misterio de Jesús, las comunidades confesaron que Jesús era el camino, la verdad y la vida. La presente confesión la redactaron poniéndola en boca de Jesús, para darle más autoridad al texto.
Las comunidades del discípulo amado comprendieron que los medios para llegar a Dios no eran el templo, la Ley, ni las tradiciones estrictas que imponían los maestros de la época. Comprendieron que para llegar a Dios y tener vida abundante debían aceptar a Jesús, unirse a su causa y seguir sus pasos hasta el final. Las comunidades descubrieron, con su propia experiencia, que Jesús era el camino, la verdad y la vida.
El camino, porque propone un proyecto de vida incluyente en el que todos los seres humanos tenemos un espacio. Porque con su vida y con sus palabras, con el amor misericordioso hacia el prójimo nos mostró la forma para llegar a Dios y a los hermanos, y porque en Él se reveló todo el amor del Padre hacia la humanidad.
La verdad, porque nos dejó ver lo que significa ser hijos de Dios y hermanos de los demás seres humanos. Porque fue un auténtico ser humano durante toda su vida e incluso durante su muerte en la cual se mantuvo siempre fiel al Proyecto del Padre para la humanidad sedienta de vida. Es la verdad porque su Palabra anunciada y testimoniada se convierte en criterio de verdad y transparencia que ilumina el camino de todo ser humano que la busca con sinceridad de corazón.
La vida, porque, aunque fue asesinado en el madero de la cruz, Dios lo resucitó reivindicando su honra y su causa. De esta manera sigue dando cada día un sentido nuevo en medio de las amenazas de muerte que causan terror. Es la vida porque adhiriéndose a Él el ser humano puede encontrar un sentido pleno a su existencia y apostar a un proyecto de vida, de verdad y de amor, como horizonte que puede salvar a la humanidad del caos, de la injusticia, de la corrupción, de la exclusión y de la muerte existencial.
Por eso, la invitación fundamental de todo el evangelio es creer: “crean en Dios y crean también en mí.”Creer es adherirse fielmente al proyecto de Jesús y penetrar profundamente en su Misterio. Esta adhesión permite que el discípulo conozca a Jesús y viva en su amor con respecto al Padre Dios y a los hermanos. Creer implica aceptar a Jesús como el único revelador y mediador de la salvación y vivir en comunidad de amor, solidaridad, servicio y justicia, en oposición al mundo imperante que excluye, esclaviza y mata. El seguimiento discipular no se realiza si no se ha encontrado a Jesús y si no se ha creído en Él. Por eso para el Cuarto Evangelista creer y conocer son sinónimos en tanto que creer implica el conocimiento profundo del Misterio de Jesús.
Este fragmento del Evangelio presenta a Felipe, uno de los doce, como un discípulo despistado que ha caminado con Jesús pero no le ha conocido. No ha descubierto el Misterio de Jesús y la profunda relación con Dios, su Padre: “Tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices que les muestre al Padre? ¿No crees tú que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?…”
Nosotros estamos invitados a vivir esta experiencia de salvación que vivieron las primeras comunidades cristianas. Vale la pena que nos preguntemos si hemos experimentado que Jesús es el camino, la verdad y la vida. Vale la pena que evaluemos si conocemos profundamente a Jesús, si realmente creemos en Él, si le creemos a Él y si creemos como Él, o nos pasa como le pasaba al despistado Felipe. ¿Cuánto hace que somos discípulos de Jesús? ¿Le conocemos? ¿Estamos totalmente adheridos a su Palabra y a su obra, o vamos tras Él por un interés egoísta? ¿Realmente creemos en Él y como Él? ¿Manifestamos con nuestras obras que realmente le creemos?: “Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Y si no, créanlo a causa de las obras mismas. Les aseguro que el que cree en mí, también hará las obras que hago yo, y las hará aún más grandes. Pues yo me voy al Padre.”
Vale la pena también aclarar que la expresión “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, es una confesión de fe para dar seguridad al proyecto de Jesús. No se puede tomar la frase y descontextualizarla porque perdería su sentido. Las comunidades confiesan con gozo que en Jesús han encontrado el camino, la verdad y la vida, e invitan para que otras personas se adhieran a Él y tengan esa misma experiencia. Hoy, en un ambiente de pluralismo en el que valoramos todos los caminos que honestamente buscan a Dios, todas las semillas del Verbo, como las llama el Concilio Vaticano II, no podríamos tomar esta frase para atacar a las demás religiones y tacharlas de falsas o de apenas primitivos intentos por encontrar a Dios. Es preciso valorar todos los caminos, todas las propuestas, todas las partes de verdad, porque nadie tiene la verdad absoluta. Es preciso valorar toda la vida que generan cuando se viven bien y también toda la muerte que generan cuando caemos en fundamentalismos y fanatismos, que el mismo Jesús rechazó con tanta vehemencia.
Oración
Señor Jesús, te damos infinitas gracias por tu presencia en medio de nosotros. Te bendecimos por la experiencia maravillosa que inspiraste en las primeras comunidades cristianas; experiencia que ilumina nuestro camino de fe, nos cuestiona, nos anima y nos impulsa a seguir caminando en búsqueda de la plenitud.
Te pedimos que nos libres de todos los fanatismos, de los fundamentalismos que nos hacen desconocer la parte de verdad que hay en los demás, sus derechos, sus propuestas, sus bondades. Te pedimos que nos libres de la discriminación y de la injusticia que se gesta y crece en el interior de nuestras mismas comunidades cristianas. Danos el mismo Espíritu que hizo mover a las comunidades cristianas para buscar soluciones a las crisis. Danos un espíritu de servicio, de entrega, de búsqueda del bien común, de manera que todos demos testimonio y trabajemos para construir este templo de piedras vivas que somos todos los que creemos en ti y te reconocemos como el camino, la verdad y la vida. Que podamos seguirte con sincero corazón, porque tú eres el camino. Que podamos experimentar en nosotros que tú eres la verdad porque asumimos la vida con tus criterios ante Dios y ante los demás seres humanos, con absoluta libertad, generosidad y amor. Que podamos encontrar en ti la vida, la vida plena, la vida eterna, porque viniste para que tengamos vida en abundancia. Amén.
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