Trinidad Ried. Vidanuevadigital.com

Me encantan los juegos de palabras como un ejercicio espiritual; es como una contemplación del lenguaje donde Dios se cuela para hacernos ver más allá de lo intelectual. Entre rimas y prosas se va armando un verso que nos evoca dimensiones que están más allá de lo material y que nos recuerdan, especialmente en este tiempo, que nacimos más que para producir y trabajar. Cuaresma es un tiempo de preparar; de detenerse, de ralentizar el cuerpo para cultivar un ambiente único que nos permita ponderar la hondura y relevancia de lo que vamos a revivir y a experimentar.

Aquí vamos con lo que el Espíritu Santo me sopló en esta oportunidad, para ver si es instrumento para salirse un rato del mundo y saborear cada letra como una contraseña divina para entrar en la órbita celestial.

Contraseña divina

Cristo es presencia real en nuestra vida. No lo dudemos más. No es idea ni retórica antigua; es amigo, compañero, carne de nuestra carne, aire que respiramos, un adhesivo indeleble de nuestra alma que nos acompaña, sostiene y anima aún cuando no seamos conscientes; ahí está. Ser conscientes de esta compañía hace que todo sea radicalmente diferente en nuestra vivencia diaria y persona. Si sabemos que estamos con Él ya se hace imposible la soledad, el desamor es un absurdo y el miedo pierde todo su poder sobre nosotros.

Unidos intrínsecamente a Dios en nuestra existencia, dejamos de ser seres delimitados, finitos y en constante lucha por la sobrevivencia. Pasamos a ser parte de un tejido relacional donde estamos vinculados con todos y con todo. Ser conscientes en esta Cuaresma de que somos un solo cuerpo y que nos afectamos unos a otros con nuestro actuar, nos ayudará a ser más nutritivos y cuidadosos al vincularnos con nosotros mismos, con los demás y la naturaleza. El individualismo y la competición a muerte solo nos conducen a la destrucción y a la guerra. En cambio, la unión y la colaboración son los salvavidas con los que aún contamos para salir adelante.

Ayunar por lo tanto de todos aquellos gestos, palabras y acciones egoístas, abusivas, agresivas, violentas y destructivas es una urgencia que nos toca a todos en este tiempo de Cuaresma. Cada uno a su medida tendrá que ver dónde ejerce maltrato, invisibilización o franca maldad sobre sí mismo, los demás o la naturaleza que debe corregir para aportar su “grano de arena” en la complejidad relacional que todos formamos. Quizás conducir con más amabilidad, hablar con menos groserías, moderar los mensajes de WhatsApp o el lenguaje no verbal son pequeños esfuerzos que elevan la calidad del tejido vincular.

Rezar es una ayuda del cielo que debemos recuperar. Al hablar con Dios, ciertamente podemos ir ordenando nuestra interioridad, recibiendo consejos para actuar con sabiduría, darnos cuenta de las bendiciones con las que contamos, reconocer nuestros anhelos más profundos, ofrecer lo que somos y lo que estamos viviendo y, quizás lo más importante, ser conscientes de que no estamos solos, sino que somos parte de una comunidad orante, que no vemos, pero que sí existe y que nos une a los santos, los ángeles, los que ya han partido y a todos los que nos aman. Orar, en todas sus formas y versiones, es un golpe vitamínico de fuerzas imprescindible para timonear nuestro barco en las agitadas aguas de hoy.

Entusiasmo viene del griego “en theos”, es decir, en Dios, y de ahí la fuerza y la alegría que provoca la oración. Quien reza y se sabe acompañado por el mismo Jesús se llena de confianza y esperanza en que, sin importar lo que pase, estará protegido por un abrazo tierno e incondicional del Padre del cielo. Ese entusiasmo es el que nos hace una coraza ante el miedo, ante la desconfianza, ante los ataques del mal, ante la adversidad propia de la vida y ante la tentación y el mal propiamente tal. Lo lindo es que el entusiasmo se contagia y podemos ir sumando a otros en este tiempo de Cuaresma para ir tocando corazones con el amor de Dios y haciendo este mundo un poco más fraterno y sustentable.

Solidaridad surge como fruto de todo lo anterior y ya no solo con los más necesitados en términos materiales, quienes son prioridad, sino también solidaridad para con el vecino, el compañero de al lado, el hermano, el esposo, el amigo y todo el que camina a mi lado. Es tiempo de salir del individualismo, de la tiranía del yo y empezar a pensar en “nosotros”. Es aprender a escuchar, a comprender cómo piensa el del lado, cuál es su historia y por qué es como es. Es iniciar un proceso de contemplación respetuoso y cariñoso que vaya desdibujando los prejuicios y barreras tan odiosas que hemos construido.

Miradas nuevas, integradoras y colaborativas serán posibles si hacemos todo el recorrido que las letras de la palabra Cuaresma nos han señalado hasta aquí. Miradas sinceras, abiertas, inocentes, gratuitas, alegres y finalmente humanas y hermanas. Dejaremos de vernos como potenciales enemigos, competidores y/o rivales que nos pueden destruir. Podremos avanzar en el Reino de Dios y vivir con más sencillez y complementación.

Amar ya no será una utopía ni una locura de unos locos idealistas, sino una posibilidad real que nos haga sentir a todos mejor y acercarnos a la fraternidad. Todos somos iguales en dignidad, semejantes en vulnerabilidad, sufrimos de la misma fragilidad existencial y solo variamos en cuánto y cómo la escondemos dependiendo de la fortuna material. Amar es el camino para la felicidad imperfecta en la que todos estamos en proceso de recuperar nuestra humanidad, amando y sirviendo como Jesús nos enseñó.

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