P. Luis Alberto De León Alcántara Email: albertodeleon_011@hotmail.com
La vida es movimiento. Desde que nacemos hasta el último aliento de nuestra vida, estamos en constante tránsito. Es parte de la existencia vivir en dinamismo, en verbalizar lo que somos. Tanto es así, que si nos detenemos en ese mismo instante inicia nuestro proceso de muerte. No es casualidad entonces, que los depresivos, los aburridos, y todas las personas que perdieron el rumbo de su ser, al momento que dejaron de caminar, de buscar su felicidad, cayeron en un laberinto y lentamente se rindieron.
Cuaresma también es movimiento, pero enfocado en el interior del ser humano, vivido desde la espiritualidad cristiana. Esta es la razón, por la que en este tiempo de gracia y de Misericordia, Jesús desarrolla su misión en una permanente evangelización. Pues, en este itinerario cuaresmal: las tentaciones, la transfiguración, encuentros misericordiosos con la samaritana, con el ciego de nacimiento y luego en la resurrección de Lázaro, tiene como objetivo llegar a la Pascua. Esto significa que el Maestro nos salvó cuando optó por salir en búsqueda de nosotros, cuando tomó la decisión de ir donde estábamos y colocarnos nueva vez en su camino, en su ruta de los perdonados y redimidos. Tanto fue su amor, que no esperó a que fuéramos atrás de su bondad, sino que prefirió llevárnosla, para que nos diéramos cuenta de su Paternidad y su gran compasión hacia nosotros.
Ahora, al iniciar el Triduo Pascual: pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, podemos comprender mejor el plan salvífico de Dios. Podemos saber, que al Hijo de Dios no le importó sufrir, porque sabía que al final, el amor lo vence todo, y más cuando se vislumbra la premio, la gloria que nos espera, como dice san Pablo. De aquí que la Cuaresma con las prácticas del ayuno, la oración y la limosna, tenga un verdadero sentido divino, ya que aunque debilita nuestro cuerpo, se fortalece nuestra alma.
Dios supo esperar la hora y el momento oportuno para rescatarnos y llevarnos al camino de la salvación. El Maestro tuvo la paciencia necesaria y oportuna para recuperar en nosotros la gracia y el amor primero. No nos dejó abandonado y olvidado; fue donde nos encontrábamos, extendió su mano y nos hizo saber que todavía tenemos tiempo para recuperar nuestra vida y ser verdadero hijos de su amor.
En definitiva, ya pasó la Cuaresma y pasaremos a la Pascua. En ella volveremos a recordar y actualizar lo que hizo Jesús para alcanzar la gloria por nosotros. El trayecto que asumió para mostrarnos con su decisión y firmeza al cargar la cruz, que la muerte no fue su última palabra, sino la vida. Por tanto, si Jesús triunfó, también triunfaremos con Él. Lograremos pasar de la muerte a la vida, de la oscuridad hacia la luz, del pecado a la gracia. Les daremos un giro espiritual tan grande, que ya no será necesario mirar hacia atrás y recordar nuestras derrotas, porque Jesucristo conquistó nuestra victoria.
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