• Primera lectura: Ez 17, 22-24: “Derribo el árbol empinado y hago crecer el humilde”.
  • Salmo Responsorial: 92(91): “En la vejez seguirá dando fruto”.
  • Segunda lectura: II Cor 5, 6-10: “Seguridad en Dios”.
  • Evangelio: Mc: 4, 26-34: “¿Con qué podremos comparar el Reino de Dios?”.

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Muy buenas (noches, días, tardes).  La esperanza del reino mesiánico anunciado por el profeta Ezequiel con la imagen del tallo que, con los cuidados del Señor, se convierte en su cedro noble, se hace realidad en el Reino de Dios que crece incontenible, a pesar de comienzos tan modestos como los de un diminuto grano de mostaza.  Esto fundamenta la confianza y el optimismo de quien camina guiado por la fe.  Agradecidos por ser parte del Reino, empecemos nuestra liturgia con el canto de entrada.  De pie.

En esta parábola de Ezequiel, leemos que el Señor plantará un ramito insignificante y olvidado que crecerá hasta convertirse en árbol frondoso.  Esta rama es el Pueblo de Dios esperando su vuelta a la patria.  Jesús la utilizará para explicar el Reino de los cielos.  Escuchemos.

San Pablo dice que, aunque estamos unidos ya de tantas maneras a Cristo, en este mundo vivimos desterrados, lejos de Él.  El cristiano gime y anhela la definitiva transformación y la total unión con Cristo.  Mientras tanto debemos esforzaron por agradar a Dios.

En la primera parábola que san Marcos nos da, la semilla que cae en tierra buena germina, crece y madura sin violencia.  Así llegará el Reino de Dios.  La segunda parábola subraya la capacidad de crecimiento del Reino de Dios.  La semilla arrojada por Jesús está todavía extendiendo sus ramas.  Antes de escuchar este mensaje, pongámonos de pie para cantar el Aleluya.

El que preside: Oremos a Dios Padre todopoderoso, quien desea que, al comparecer ante el tribunal de Cristo, todos los hombres, por sus buenas obras, se salven y puedan vivir Eternamente juntos a Él digámosle: “Realiza en nosotros tu obra, Señor”.

1.- Para que el Espíritu de Dios inspire y fortalezca al Papa N. y a nuestro obispo N.  Roguemos al Señor.

 Para que las iglesias cristianas alcancemos la unidad bajo la guía del único pastor que es Jesucristo.  Roguemos al Señor.

Para que los padres y madres de familias sepan dirigir su familia con sabiduría y corazón humilde y cariñoso.  Roguemos al Señor.

Para que los que celebramos esta Eucaristía nos mantengamos constantes en el camino del Evangelio.  Roguemos al Señor.  Roguemos al Señor.

El que preside:  Escucha, Dios de misericordia, las oraciones de tu Iglesia, haz que dé buenos frutos como la semilla que se siembra y así contribuya en la construcción de tu Reino.  Por Jesucristo, nuestro Señor.  Amén.

“Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Ya que ahora no puedo hacerlo sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a Ti. No permitas, Señor, que vuelva jamás a abandonarte”.

 (San Alfonso María de Ligorio).

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