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  • Primera Lectura. I Sam 3, 1-10.19-20: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”.
  • Salmo Responsorial: 39, 2.5.7.8a.8b-9.10: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
  • Evangelio. Mc 1, 29-39: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”.

Conocer la voluntad de Dios solamente es posible cuando nos abrimos a la experiencia de una escucha profunda, sincera y honesta. Escuchar es estar mental y emocionalmente presentes para entender un mensaje. Cuando verdaderamente escuchamos acallamos las voces internas para intentar comprender lo que el dialogante siente, experimenta y desea contarnos. Respetamos, valoramos y reconocemos en el que habla sus deseos y le prestamos la atención verbal y no verbal para conocerle. A veces comprenderemos plenamente y a veces nos veremos precisados a preguntar para abrazar el mensaje. Hoy, el pequeño Samuel oye, pero no escucha, mira, pero no ve y se mueve sin tener claridad.

Al igual que Samuel tendemos a oír o percibir sonidos sin prestarle la debida atención y escucha atenta y activa. A Dios se le conoce en la oración silente y abierta. Samuel dormía al lado del Arca de Dios y no era capaz de ver ni percibirle. Nosotros, también con frecuencia no nos abrimos al silencio para experimentar la presencia y brisa suave del paso de Dios en nuestras vidas. A veces estamos tan cerca y no nos damos cuenta. Estamos tan acostumbrados al bullicio y trajín de la cotidianidad que nos dejamos arrastrar por las voces ensordecedoras del consumismo, de los problemas y del llamado hacia lo material. A veces hasta en oración tendemos a pedir, alabar y hablarle a Dios sin ni siquiera escucharle.

Conocer al Dios manifestado en la persona de Jesús implica prestar atención plena a los eventos todos de nuestro diario existir. El maestro actúa así, como ante la fiebre de la suegra de Pedro, así ante la gente sufrida de su tiempo y con sus discípulos. Este Jesús, Hijo del Dios Altísimo, sabe cada día entrar en la soledad e intimidad de la oración. Se aleja de la muchedumbre para escuchar la voz de su Padre y, de esta manera, fortalecer su espíritu para seguir su misión.

Solamente quien está conectado con el Padre en oración podrá ver y escuchar a profundidad sus maravillas. Ojalá todos podamos escucharle a Él despojándonos de todo prejuicio y, así, conocer su voluntad. Que podamos, como el pequeño Samuel y como el gran Jesús, gritar confiadamente a Dios para que el mundo sepa que “estamos aquí para hacer tu voluntad!”.

(Guía Litúrgica)

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