Color: MORADO

Citas:

  • Primera lectura:Gen 2,7-9; 3,1-7: Se dieron cuenta (de) que estaban desnudos y se cubrieron.
  • Salmo Responsorial: Sal 50,1-6.12-14: Reconozco mi culpa… crea en mí un corazón puro.
  • Segunda lectura: Rm 5,12-19: Jesús nos abrió el camino para una nueva vida.
  • Evangelio: Mt 4,1-11: Al Señor tu Dios adorarás y solo a él lo servirás.

Adán el esclavo, Jesús el Señor

Neptalí Díaz Villán

En este primer domingo de Cuaresma la liturgia presenta a la humanidad ante el peligro de la tentación. Se trata de una realidad existencial, de una tendencia natural hacia el mal que genera frustración, dolor y muerte. Las tres lecturas esbozan la caída por parte de Adán y la resistencia digna por parte de Jesús, quien muestra su señorío sobre las cosas. No son relatos históricos ni periodísticos, son elaboraciones mítico simbólicas que quieren ir a lo profundo del ser humano, que buscan iluminar realidades existenciales. Que ayudan a pensar, a pensarse, a reflexionar, a tomar conciencia de nuestras realidades, de nuestros peligros, de nuestras oportunidades y a optar por una vida sin cadenas y en plena libertad.

Para comprender mejor el texto de la caída, vale la pena recordar que hace una referencia histórica a las representaciones mítico religiosas de los dioses imperiales de Asiria y Babilonia. Los maestros, profetas y escritores de Israel estaban siempre atentos ante cualquier amenaza a la identidad, a la autonomía y al derecho del pueblo a vivir dignamente. La amenaza podía ser por parte de los vecinos o, incluso, de los mismos líderes que, defendiendo sus intereses egoístas, los hacían perder el camino.

En Babilonia, la representación del árbol de la vida, del conocimiento del bien y del mal estaba encarnada en Issur, el dios de la vida vegetal. La serpiente ha estado relacionada con los cultos a la fertilidad, con la prostitución sagrada y la tentadora propuesta de seguir sus ritos para tener éxito en las cosechas. Con la cautivadora propuesta a abandonar la identidad religiosa y cultural del pueblo de Israel y adoptar los modelos imperiales que se muestran apetitosos y prometedores de poder. El relato quiere desestimar esas propuestas tentadoras y desenmascarar el engaño que hay detrás de dichos espejismos.

Existencialmente, la serpiente, el demonio, el diablo, el maligno o como se le llame, encarnan el mal que habita dentro de cada ser humano. Realidad que nos tira hacia abajo, nos tienta, nos intenta pervertir y nos puede llevar a la perdición. Todos tenemos el peligro de caer.

La fruta prohibida tiene la capacidad de mostrarse cada vez más seductora a los sentidos e, incluso, a la razón. La fruta prohibida encarna la voluntad de poder, de dominio sobre los demás, los deseos humanos de poseer el conocimiento del bien y del mal para manipular la ciencia y la técnica, para sentirse poseedor de la verdad absoluta y para dominar a los demás. La fruta prohibida encarna el espejismo que nos distrae en el camino y nos hace olvidar y hasta renegar de los compromisos personales, familiares y sociales. La fruta prohibida se encarna en los absolutismos que llevan a los despotismos y a la tiranía, que hace sentir a los hombres como dioses, por encima de todo lo terreno. La fruta prohibida promete todo el dinero, el poder y la fama para darse una vida placentera y olvidarse de todo lo demás, del resto del pueblo convertido en servidor de los dioses. La fruta prohibida presenta como paradigma de felicidad el placer egoísta y narcisista que tarde o temprano conducirá a la muerte existencial.

La tentación de ser como dioses ilusiona a todo ser humano. ¿Quién no se ha visto alguna vez como un magnate rico, poderoso y con el mundo a sus pies? ¿Quién no ha soñado siquiera con ganarse el baloto, la lotería, la tómbola o una sencilla rifa, para ver cumplidas sus ilusiones de tener dinero y así pasar a mejor vida? ¿Por qué será que a los niños les gustan tanto los superhéroes como Batman y Robin, Supermán, la Mujer Maravilla y otros por el estilo?

No vamos a caer en el error medieval de renunciar a cualquier cosa que nos apega a este mundo porque el valioso es el otro, después de la muerte. Tampoco a satanizar los sentidos y los placeres de la carne, ni a decir que son malos, y que para salvar el alma hay que privar al cuerpo de todos los deseos y placeres. No se invita a agradar a Dios viviendo “flacos, ojerosos, cansados y sin ilusiones”. ¡De ninguna manera! ¿Cuál es entonces la propuesta?

Adán y Eva representan a la humanidad dominada por el mal. Esa humanidad que, una vez caída en la tentación, padece las naturales consecuencias: desorden, caos, frustración, dolor y sufrimiento. A la humanidad que, sólo después de haberla embarrado, abre los ojos y se da cuenta de su error cuando ya está nadando en el lodo. El evangelio nos presenta a Jesús como el nuevo paradigma a seguir, pues, aunque como ser humano fue tentado y sintió deseos de poder, de fama y de gloria, los venció con la gracia de Dios y con la fuerza de la Palabra. Adán, en cambio, es el hombre viejo que habita en todo ser humano y que lleva una vida rastrera y dominada por el mal. Jesús es el nuevo Adán, el hombre nuevo que vive fielmente su filiación con Dios y su hermandad con todos los seres humanos.

El afán de Adán de ser como Dios lo convirtió en esclavo de su propio deseo y del miedo que invadió su corazón al descubrirse como criatura y no como Dios. Cuando descubrió su desnudez, es decir, su realidad humana; al saber que no era todo poderoso sino un ser limitado, al verse vencido de su propio ego, sintió vergüenza e intentó esconder su humanidad. El miedo a enfrentarse a sí mismo y al mal que habita en él lo llevó a profundizar cada vez más su esclavitud y su infelicidad. Sólo si Adán reconoce su realidad, la enfrenta, la trabaja y la supera, si muere al hombre viejo que vive en él y renace como un niño en el agua y en el espíritu, podrá experimentar la salvación y la verdadera felicidad.

La ilusión engañosa del mal no trae otra cosa sino una amarga frustración. Todos los seres humanos hemos caído en la tentación, por lo menos algunas veces, en mayor o en menor grado. Tal vez, como Adán y Eva, también hayamos caído en la vieja estrategia de esconder nuestra humanidad, de tomar algunas hojas de lo que encontremos o de lo que esté de moda para ocultar nuestra desnudez y eso es condenarnos nosotros mismos a nadar siempre en los mismos errores. Tal vez nos unamos al baile de las máscaras, del engaño, de la apariencia, no solo para mostrar a los demás, sino también para creernos nosotros mismos nuestras propias mentiras y tranquilizar nuestra consciencia.

La máscara oculta lo que realmente somos para demostrar lo que no somos, para mostrar lo que queremos que vean de nosotros. Con esa lógica de ocultar nuestra desnudez, entonces tal vez un día nos ponemos el disfraz de doctores, otro día el disfraz de jefes, una vez el disfraz de esposos responsables, luego el de amantes apasionados, un día el de padres y luego de hijos; ante una crítica o una denuncia utilizamos el disfraz de bravos para que no nos digan más, otro día el disfraz de víctimas.

Un día, si nos conviene, según nuestro parecer, nos ponemos el disfraz de buena gente, de amables, otro día el disfraz de duros, de emprendedores, de trabajadores leales, frente a otras personas podríamos ser más laxos, dispuestos a todo si fuera necesario… y, de seguir con esa lógica, moriríamos como idiotas, es decir sin identidad, con una vida vacía de sentido, mediocre y superficial. Como esclavos de las apariencias, del qué dirán, del mostrar lo que no somos y aplastando nuestra propia identidad como seres humanos y nuestra necesidad de ser libres, dignos y felices.

El tiempo de Cuaresma es una oportunidad para tomar conciencia de nuestra realidad humana, de nuestras caídas y de las heridas que hemos sufrido con ellas. Una oportunidad para tomar conciencia de nuestras debilidades, de las serpientes que acechan a cada momento y del peligro que corremos cuando nos dejamos llevar por la ilusión. Una oportunidad para optar por un camino distinto al de Adán y Eva. Para abrirnos a la gracia del perdón de Dios, a su amor y a su gracia que nos capacita para resistir a la tentación, como lo hizo Jesús.

Recordemos que tres veces fue tentado Jesús, y en las tres salió bien librado. Tres es el tiempo en el que Dios actúa, es lo definitivo en la historia. Él no se arrodilló ante quien le prometía darle fama, poder y gloria, sino que supo mantener su dignidad. Muchos son los que cada día se arrodillan ante el seductor. Muchos son los que venden su conciencia, su dignidad, su familia, su pueblo y su heredad por un plato de lentejas. Como decimos popularmente, le venden miserablemente su alma al diablo. Jesús fue el hombre que no quiso ser Dios, aquel que venció la tentación y se arrodilló únicamente ante Dios. Con su Gracia también nosotros podemos vencer la tentación y vivir en la verdadera libertad de los hijos del Padre.

Oración

Oh Dios, fuente de vida, de amor y de alegría. Nos refugiamos en tu regazo paternal y maternal, para llenarnos de tu gracia salvadora y enfrentar con vigor las tentaciones del mal. Reconocemos que, continuamente, nuestra humanidad se ve influenciada por estímulos, presiones y tentaciones que son muy atractivas, pero que amenazan la integridad de vida. Reconocemos que muchas veces hemos cedido ante esas tentaciones, que hemos causado sufrimiento a nuestro prójimo, a nuestro medio ambiente y a nosotros mismos. Reconocemos que somos débiles ante la tentación y que necesitamos continuamente de Ti para optar decididamente por el bien y mantenernos firmes en tu camino. Te pedimos que, como Jesús, aprendamos a identificar los peligros, las debilidades humanas y a tener tu Palabra en la mente y en el corazón, en los labios y en cada momento de nuestro actuar. Que aprendamos a decir un no contundente y definitivo a toda propuesta engañosa y perturbadora, por más atractiva que parezca. Que aprendamos a decir sí a tu Palabra, a tu camino, a tu gracia salvadora y la continua inspiración del Espíritu. Que la atracción y el influjo del bien, de la vida, del amor, de lo bello, sea más fuerte entre nosotros que la tentación hacia el mal. Que el hermoso testimonio de Jesús y su paradigma de vida nos iluminen con su luz, y que la gracia de tu Espíritu nos ayude a seguirle de corazón con nuestras palabras y nuestras obras. Amén.

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