Domingo, 15 de diciembre de 2024
- Primera lectura: Sof 3,14-18: Contigo él goza y es feliz.
- Salmo Responsorial: Is 12,2-6: El Señor es mi fuerza y salvación.
- Segunda lectura: Flp 4,4-7: Hay que estar alegres en el Señor.
- Evangelio: Lc 3,10-18: Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Color: MORADO
“¿QUÉ TENEMOS QUE HACER?”
Cuentan que dos hermanos abrieron una carnicería en la calle Gascón de Gotor y el negocio les iba muy bien. La clientela estaba satisfecha con el servicio. Un domingo uno de los hermanos fue a la Eucaristía, oró, escuchó la Palabra de Dios y la predicación y decidió convertirse al Señor y cambiar de vida.
Éste le predicaba a su hermano y le invitaba a ir a la iglesia y dar el paso a la fe, pero no conseguía nada. ¿Por qué no quieres cambiar?, le preguntaba a su hermano. Éste le contestó: “Si acepto a Cristo y cambio ¿quién va a pesar la carne?
Cambiar, creer en Cristo, es un cambio radical de conducta a nivel personal y profesional.
El hermano no quería convertirse para poder seguir haciendo trampas. Comprendía la seriedad de la decisión y el riesgo que corría y las exigencias de la fe. Fe y vida van unidas, separadas no sirven de nada por más ritos religiosos que consumamos.
Una foto que ha dado la vuelta al mundo estos días ha sido la foto del policía de Nueva York arrodillado junto a un vagabundo tirado en una de las calles de la ciudad. Hacía frío y estaba descalzo. El policía se compadeció, fue a una tienda y compró unas botas muy caras y se las dio al vagabundo. Sabía lo que tenía que hacer y seguro que lo habrá hecho otras muchas veces.
Decíamos el domingo pasado que “la Palabra de Dios vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”. Palabra que interrumpió su vida y se dedicó a predicarla.
Nadie tiene el monopolio de la Palabra, ni siquiera los curas. Dios y su Palabra pertenecen a todos los que la escuchan y la acogen. Todos llamados a ser predicadores.
Juan se convirtió en el predicador lleno de fuego y de ira, en el profeta bíblico que exigía decisión a favor del Mesías que bautiza con fuego y espíritu. Para llegar a Belén hay que pasar por el control de pasaportes que Juan tiene en el Jordán.
Hay que quitarse los zapatos, el cinturón, dejar las llaves y las monedas y permitir que te chequee y te desnude de todas las maldades cometidas contra los hombres, tus hermanos.
Como en todos los buenos sermones el predicador predica y los aludidos preguntan.
La gente, nos dice el evangelio, preguntó a Juan: ¿Qué tenemos que hacer?
Pregunta mágica que, a veces, tranquiliza y otras muchas anestesia.
Juan les dice y nos dice:
No les manda dejar sus trabajos y convertirse en ascetas en las cuevas del desierto a imitación suya. No les pide que vayan al Templo de Jerusalén a ofrecer sacrificios y holocaustos.
No les pide que hagan novenas y ramilletes espirituales. Las piadosidades de siempre están bien pero sirven de poco. La religión no es un escudo para aplacar y detener la ira de Dios sino una bendición para que cada uno de nosotros seamos bendición para los demás.
Juan les dice y nos dice:
COMPARTIR. “El que tenga dos túnicas que se las reparta a los que no tienen”.
No basta con dejar de ser malo y no abusar y engañar a los demás. No basta con decir cada uno en su casa y Dios en la de todos.
Arrepentirse y cambiar es difícil y tiene un precio. Nosotros acumulamos. Juan nos pide compartir los frutos de nuestro trabajo y los de nuestra fe.
Zaqueo, un cobrador de impuestos como aquellos que escuchaban la predicación de Juan, se convirtió escuchando a otro predicador más famoso, a Jesús, y devolvió todo lo que había robado.
A los soldados a sueldo de Roma les predica la no-violencia, no abusar de la autoridad de la fuerza, no extorsionar a nadie. Contentaos con la paga.
Convertirse, cambiar, dejar sin mirar atrás porque lo que se encuentra es mucho mejor y más gratificante.
Adviento es mirar hacia delante, al futuro, y el futuro es Dios.
Recuerden que uno nunca, nunca, se convierte del todo. La vida cristiana es siempre una carretera en obras. El día que dejamos de repararla es que Dios ya no viaja por ella.
Abraham Lincoln solía ir a la iglesia presbiteriana todos los miércoles que estaba en Washington D.C.
Un miércoles cuando salía de la iglesia uno de sus acompañantes le preguntó: Mr. President, que le ha parecido el sermón? Lincoln contestó: “El contenido fue excelente y Dr. Gurley habló con gran elocuencia. Es obvio que lo ha trabajado mucho”.
Entonces, cree que fue un gran sermón, Mr. President?
No, no dije eso. Dije que el contenido fue excelente y que el predicador habló con gran elocuencia. Pero Dr. Gurley, esta noche, olvidó algo muy importante. Olvidó pedirnos que hiciéramos algo grande.
(parroquiadelmundo.org)
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«Tú Eres el Pesebre: Reflexiones de Esperanza en la Ultreya del Adviento»