• Primera lectura: Ez 34,11-12.15-17: Yo seré el pastor de mis ovejas.
  • Salmo Responsorial: 22,1-3.5-6: El Señor es mi pastor, nada me falta.
  • Segunda lectura: 1Co 15, 20-26. 28: Dios lo será todo para todos.
  • Evangelio: Mt 25, 31-46: Lo que hacen al más pequeño, me lo hacen a mí.

Color: BLANCO

Neptalí Díaz Villán

La historia está en las manos de Dios: Es necesario reconocer que existen guerras, injusticias, corrupción, etc.; es decir, que la muerte está en la humanidad. Pablo (segunda lectura), aunque reconoció que la muerte habitaba en el ser humano, según su propia teología, por el pecado de Adán, vio que la partida no estaba perdida, pues la historia no se había salido de las manos de Dios. “Porque por cuanto la muerte entrópor un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Así como por Adán todos mueren, en Cristo todos serán vivificados…”

El profeta Ezequiel (cap. 34 – primera lectura), acompañó y animó a su pueblo que padecía el exilio forzado en Babilonia, con toda la carga psicológica que sufría. Denunció la negligencia de los pastores que contribuyeron para que Israel viviera esos momentos de crisis y anunció la acción de Dios para salvarlo, así como hace un pastor con sus ovejas: “Las sacaré de los países donde estén, y de todas las naciones extranjeras; las reuniré y las llevaréa su propia tierra…”

Las experiencias dolorosas a nivel personal, familiar, o comunitario; en las dimensiones económica, afectiva, física, etc., hacen que mucha gente viva su drama, sin esperanza. Muchas personas asumen su existencia con un quietismo conformista que los condena a sobrevivir de cualquier manera. La revelación bíblica nos insiste con mucha frecuencia que la historia sigue en las manos a Dios, aún en medio de las crisis más profundas. Cayeron hombres “invencibles” como Pinochet, Videla, Somoza, Pablo Escobar y otros tantos tiranos que parecían eternizarse. Cayeron los antiguos imperios como Egipto, Babilonia, Persia, Roma y tantos otros. Así como suben caen, todos caerán, tarde o temprano caerán.

Así también vemos cómo muchas personas han ganado la partida de su propia vida, han corrido la carrera, como Pablo, y han llegado a la meta (2Tim 4,6-8). Necesitamos trabajar y orar con fe robusta y esperanza firme en el Dios de la vida que resucitó a Jesús. Cualquiera que sea nuestra situación, ésta no será para siempre. El mundo va en continuo cambio. A nosotros nos corresponde recorrer nuestra propia carrera, dando lo mejor de nosotros mismos, para hacer que nuestra vida y la de los demás, sea cada vez más digna de ser vivida.

¿Cristo Rey?: Metafóricamente hablando podríamos decir que Jesucristo es Rey; pero tiene sus riesgos en el caso de que equiparemos su realeza con la de alguno de los reyes absolutistas que ha tenido la humanidad. Esos reyes sedientos de poder que implantaron a la fuerza un respeto que no se merecían. Esos reyes que exigieron el privilegio de comer la fruta del conocimiento del bien y del mal y se creyeron poseedores de la verdad. Esos reyes que decidían irrevocablemente qué se debía hacer con la vida de cualquier súbdito y se procuraban el derecho a tener miles de esclavos a su servicio. Esos reyes que para mantener un gran harén con sus muchas mujeres y concubinas (otra clara manifestación del machismo y explotación de la mujer), hacían eunucos a muchos esclavos. Esos reyes que hoy han tomado otros ropajes, pero que, como decían nuestros viejos, son los mismos perros con distinto nombre.

Jesús nunca se dio a sí mismo el título de Rey. Se llamó Hijo del Hombre (esto en los cuatro evangelios: Mt 24,27.30.37.44; Lc 9,22.26.44.56; Mc 14,21.41.62; Jn 6,27.54.6). Éste título es tomado del capítulo 7 del libro de Daniel, el cual tiene una notoria influencia de la literatura apocalíptica y su interpretación de la historia. Para Daniel, según su lenguaje apocalíptico, el mundo está en manos de fuerzas desintegradoras que lo someten; pero, con la acción de Dios, que interviene por medio del Hijo del Hombre, su enviado, se le devuelve la integración y la armonía a todo lo que existe.

Si aceptamos para Jesús el título de rey, de ninguna manera sería a la forma de un rey imperialista sino porque fue un ser humano dueño de sí mismo, que venció en él al odio (Ef 2, 14.16) e hizo girar su vida alrededor del Proyecto Salvífico de Dios, lo que él llamó la justicia del Reino.

Proyecto que Él vivió primero en el interior de su propia vida, en la medida que realizaba su propio proceso de salvación como ser humano dejando que Dios fuera Dios en él y reconociéndolo como el Padre que le da Vida (Jn 6,57). A partir de su experiencia personal invitó a sus amigos y amigas, discípulos y discípulas, a que vivieran esta misma experiencia, renunciando al espejismo engañoso de pretender ser como dioses (pecado de Adán por el cual entró la muerte, según la simbología paulina, primera lectura), y asumiendo a plenitud la vida humana: que Dios sea Dios en cada ser humano y que los seres humanos sean verdaderos hermanos unidos en un amor solidario.

Si todos buscamos ser dioses, reyes y señores de los demás, si somos indiferentes al dolor humano, si practicamos o permitimos la injusticia y no vemos a Dios en el otro, especialmente en el más necesitado, seremos generadores de muerte.

El juicio que vemos en el evangelio, lo hace sólo aquel que sirvió hasta el final: Jesús. En este juicio no se puede comprar a los representantes a la cámara o a senadores para que hagan las leyes a favor de personas influyentes y en detrimento de otras. Aquí no hay abogados vendidos que defiendan causas injustas, ni jueces corruptos que dicten sentencias amañadas. No es la justicia “humana”, es el juicio de Dios, medido con la vara del servicio.

Este evangelio no es para asustarnos con el juicio final, es para tomar conciencia de que aquí nos jugamos la vida y es preciso ser responsables para evitar tanta muerte y por lo tanto la frustración como individuos y como humanidad. Es una clara invitación a que como creyentes, permitamos que Dios ejerza su Reinado entre nosotros, de manera que podamos vivir como auténticos hermanos.

En el tiempo de Jesús las autoridades religiosas, confabuladas con los poderosos y olvidando lo esencial, le daban más importancia a las normas, a las tradiciones y a la  etiqueta ritualista, que a las quejas del pueblo oprimido bajo la bota romana. Jesús les dijo claramente que no era la pureza de la raza, la religión, las ideologías o las reglas de algunas organizaciones o grupos, lo que salvaba al ser humano, sino una vida solidaria con los hermanos, en especial con los más necesitados: hambrientos, forasteros, desnudos, enfermos y encarcelados. No es que las normas, ritos y tradiciones no sirvan, es que sirven en la medida en que nos ayuden a ser mejores seres humanos.

Dios, Padre de infinita bondad, fuente de vida, de amor y de gracia. Contigo en nuestro interior nos sentimos seguros, protegidos, amados, reconfortados y capaces de construir tu Proyecto de salvación. Por eso caminamos firmes y estamos siempre atentos a tu voz. Somos frágiles ante tantas amenazas, cometemos con frecuencia grandes o pequeños errores, hay realidades que nos afectan, nos duelen, nos entristecen, nos hacen perder la paz y la alegría. Pero tú eres nuestro Pastor. Por encima de todas las realidades duras, te reconocemos en medio de nuestra vida como nuestro guía y salvador.

Te pedimos perdón porque algunas veces hemos sido indiferentes ante el dolor humano. Con frecuencia sólo buscamos nuestro interés egoísta y eso nos hace mucho daño. Así todos perdemos. Te pedimos que nos des la sabiduría y la fuerza para actuar siempre con misericordia. Para sentir la soledad, el dolor, la desnudez, el hambre, el sufrimiento del prójimo; de manera que nos acerquemos a él para brindarle apoyo y ser fuente de desarrollo humano integral. Queremos hacer parte de lo que Jesús llamó “los benditos de mi Padre”, porque actuaron con misericordia. Estamos abiertos a la gracia de tu Espíritu que nos conduce a la verdad completa, a la auténtica libertad y felicidad. Aquí estamos… Amén.

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