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  • Primera Lectura. I Mac 1, 10-15.41-43.54-57,62-64: “¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado, nos han venido muchas desgracias!”.
  • Salmo Responsorial. 118, 53.61.134.150.155.158: “Dame vida, Señor, para que observe tus decretos”.
  • Evangelio. Lc 18,35-43: “«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”.

Cuando comienzo a ver las cosas de una manera nueva, mi vida se transforma y adquiere un nuevo sentido. Tal fue el caso de Bartimeo, el ciego de Jericó que, una vez recibiera el milagro de recuperar la vista, siguió a Jesús glorificando a Dios. Una vez más se comprueba que en todo milagro la fe juega un papel fundamental: “Recobra la vista, tu fe te ha curado” -le dijo Jesús. “¡Tu fe te ha curado!”

Este pasaje para hoy es el reflejo de la vida de muchos que se encuentran sentados a la orilla del camino por causa de la ceguera de sus corazones. “Sentados” como si estuvieran viviendo en la comodidad aparente que les da la falta de compromiso apostólico, y “a la orilla del camino” dejando pasar a los demás siendo indiferentes y sin comprometerse a acompañar a los que sí están en el camino que conduce a una vida de realizaciones.

La vida de Bartimeo, como se llamaba el personaje de este pasaje, es la vida de aquellos que han perdido el sentido de sus vidas y se pasan los días “sentados al borde del camino” sin ningún motivo ni estímulo para echar hacia adelante, si no por el contrario cargados de pesadumbres y quejas, y con un desánimo total esperando la compasión de otros.

Cristo, que respondió a los gritos del ciego, nunca coarta la libertad, sino que respeta profundamente a cada ser humano. “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego responde sencillamente con lo que tenía dentro del corazón: “Señor que vea otra vez”, y Jesús se compadece de inmediato.

Hoy necesitamos desprendernos de nuestra ceguera espiritual para que con honestidad vuelva a descubrir las bondades de mi esposo o esposa, las bondades de mis hijos; hacerme consciente de mis propias limitaciones y defectos que me alejan de Cristo y no contribuyen para el bienestar y unidad familiar. Esta es la gran necesidad de la familia hoy: que “veamos otra vez la honestidad en medio de nuestro seno familiar y sepamos formar a nuestros hijos según las enseñanzas del Señor”.

Gritemos con fuerza, desde lo más profundo de nuestros corazones: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Él nos espera para preguntarnos: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Jesús vendrá a iluminar nueva vez nuestra vida familiar. Recordemos que los beneficios del Señor se obtienen por la fe. Mientras más abras tu corazón, más luz entrará; luz para tu vida; luz para que Él guie tus pasos; luz para discernir qué hacer en tu familia; luz para tomar las decisiones correctas; luz para vivir más el amor y la unidad en tu familia.

Escuchémosle decir: “¡Tu fe te ha curado!”.

(Guía Litúrgica)

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