Homilía : XXXIII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo A

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  • Primera Lectura. Sab 13, 1-6: “Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios y fueron incapaces de conocer al que es”.
  • Salmo Responsorial. 18, 2-3.4-5: “El cielo proclama la gloria de Dios”.
  • Evangelio. Lc 17, 26-37: “El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará”.

Las lecturas de hoy nos mueven a meditar acerca de dónde nos encontramos hoy. El Libro de la Sabiduría nos alerta sobre el hombre que ignora a Dios y les da más importancia a las cosas materiales que a las espirituales. Meditar este pasaje nos propone estar preparados para que la muerte no nos sorprenda sin antes habernos ganado su Reino aquí y ahora. Es una llamada a mantener una actitud de vigilancia frente a un mundo que nos empuja más al “hacer” y “tener” que al “ser”.

El Libro de la Sabiduría pone un fuerte calificativo para aquellos que no han conocido a Dios. Les llama “vanos”. Sí, vanos, vacíos. Y lo son porque como dice la misma lectura “Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios y fueron incapaces de conocer al que es”.

Haciendo referencia a dos acontecimientos narrados en el Antiguo Testamento -lo sucedido en tiempos de Noé previo al diluvio y lo que pasara en tiempos de Lot previo a la destrucción de Sodoma- Jesús señala la cotidianidad de la gente de la época, pero que sabemos estaba sumida en el desenfreno. Antes de suceder uno y otro hecho los habitantes de aquel entonces no les hacían caso a las advertencias. Cuando llegó el día estaban desprevenidos. ¿Resultado? Fueron arrasados con una muerte nefasta, por agua unos, por fuego otros.

Jesús, a través del pasaje evangélico para hoy, nos invita a reflexionar en el “Temor de Dios” como don del Espíritu Santo para no perder su amor y su amistad y no aferrarnos a lo que siempre hemos hecho. El llamado es a dejar los apegos del mundo para ganar la vida eterna.

El Señor ha puesto en nuestras manos una misión cuyo cumplimiento no admite demoras: vivir la honestidad en nuestra vida familiar. Hacerlo a Él el centro de nuestro hogar.

Como seguidores de Jesús, como sus discípulos de este tiempo, debemos tener muy claro que el relativismo que vivimos hoy, la vida “light” que pretendemos llevar y los contravalores que hoy nos arropan, nos alejan del amor de Dios. La vida que hoy tenemos y el tiempo que el Señor nos permite vivir son oportunidades que se nos conceden para ir construyendo, con amor y entusiasmo nuestro mundo futuro en la eternidad. ¡Y tenemos que hacerlo desde y con nuestra propia familia! Aunque no sabemos “cuándo” será el día que el Señor se ha de aparecer, sí sabemos el “cómo” debemos estar preparados.

Jesús nos enseña que sólo la persona que es capaz de darse por entero a los demás se puede sentir realizada: “Dando, se recibe. El que ama encuentra el sentido de la vida”. Estemos pues prevenidos.

(Guía Litúrgica)

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