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  • Primera Lectura. Rom 16, 3-9.16.22-27: “Saluden a la Iglesia que se reúne en su casa”.
  • Salmo Responsorial. 144, 2-3.4-5.10-11: “Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey”.
  • Evangelio. Lc 16, 9-15: “Gánense amigos con el dinero injusto, para que cuando les falte, los reciban en las moradas eternas”.

La frase iluminadora del Evangelio para hoy es: “No pueden servir a Dios y al dinero”. Esta es una realidad tanto de ayer como de hoy. ¡Cuánta desunión en muchas familias por causa del dinero! ¡Cuánta falta de diálogo! ¡Cuántas incomprensiones, cuánto egoísmo!

Muchos están tan inmersos en trabajar y producir dinero que no tienen tiempo para la familia ni mucho menos para Dios. Por eso hoy vemos, esposos que casi ni se ven, que casi no comparten, que no dialogan; que no sacan tiempo para revitalizarse como pareja.

El mundo nos ha inculcado que ser una persona de “éxito” es aquella que tiene una abultada cuenta de banco; aunque el enfrascarnos tanto en hacer crecer esa cuenta, vaya en deterioro de lo que es nuestro matrimonio o nuestra vida de familia.

Con esto no queremos decir que preocuparse por tener dinero sea malo; que luchar por echar hacia delante un negocio sea malo. Lo malo está en cuando esto se convierte en nuestra primera prioridad, por encima de nuestra relación de pareja; por encima de la relación con nuestros hijos e incluso, por encima de nuestra relación con Dios. Está claro que Jesús no menosprecia al dinero. Él no dice que éste sea malo. El dinero no tenemos que convertirlo en un fin sino en un medio… para ayudar, para rescatar, para aliviar, para socorrer, para facilitar el diario vivir de los demás, principalmente de los más necesitados.

Para Jesús siempre lo importante es la “vida eterna” y nuestro paso por esta vida terrenal debe ser una preparación para alcanzar el Reino de Dios. Para alcanzar la vida eterna Jesús nos invita a ser generosos. La generosidad la alcanzamos cuando llegamos a comprender que la vida no sirve de nada si no se da por Cristo. De ahí el mensaje claro de “ganar amigos con el dinero injusto para ser recibido en las moradas eternas”. Aunque el texto no menciona cuáles son esas moradas, está claro que se refiere al cielo o al infierno (dependiendo del uso dado al dinero). Eso sí, no podemos convertirnos en ambiciosos; no debemos dejar que la codicia y la avaricia se apoderen de nosotros para sólo rendir culto al “dios dinero”, porque, como dice Jesús, “no podemos servir a dos amos”.

Seamos indiferentes a las burlas que podamos recibir de conocidos por nuestro desapego al dinero. Ya Jesús las recibió de los fariseos, según nos narra el texto evangélico de hoy.

Este es el momento para reflexionar. Es el momento de poner en primer lugar aquellas cosas que son verdaderamente importantes: Dios y la familia.

Permitamos que el Espíritu Santo nos guíe en el uso de nuestros recursos materiales y nos permita vivir la generosidad que agrada a Dios, para crecer en humildad y poder crecer en el amor. Así decirle: “Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey”.

(Guía Litúrgica)

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Homilía: XXXII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo A

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