Homilía: XXI Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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  • Primera Lectura. Ap 21, 9b-14: “La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero”.
  • Salmo Responsorial. 144, 10-11.12-13ab.17-18: “Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado”
  • Evangelio. Jn 1, 45-51: “Ven y verás”.

El apóstol Felipe era del mismo pueblo que Pedro y Andrés. Por eso, Andrés, después de que el Bautista le señaló quién era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, no se limita a reflexionar a solas sobre este misterio y, una vez averiguado dónde vivía, va tras el que le habían indicado, y también lleva a su hermano y a su amigo la alegre noticia: aquel a quien hace tiempo anunciaron los profetas ha llegado.

Natanael esperaba al Mesías como todo israelita. Por esto, inicialmente, no aceptaba a un mesías venido de Nazaret. Pero el encuentro con Jesús le ayudó a percibir que el proyecto de Dios no siempre es como la percepción humana se lo imagina o desea que sea. Él reconoce su error, cambia idea, acepta a Jesús como mesías y confiesa, se da una verdadera conversión, una transformación –un cambio de mentalidad-: «¡Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel!» La confesión de Natanael es apenas el inicio de todo un proceso, un camino. Quien será perseverante, verá el cielo abierto y los ángeles que suben y bajan sobre el Hijo del Hombre.

Cada uno de nosotros ha llegado a conocer a Jesús gracias a otra persona. Un sacerdote nos bautizó y nos da los demás sacramentos; en casa o en la parroquia nos enseñaron el catecismo; seguramente algún amigo o amiga en concreto nos ha atraído más hacia la fe… En cada cristiano, a lo largo de los siglos, se repite el evento de Felipe, Natanael y Jesús.

Quienes hemos conocido a Cristo, hemos recibido el mayor don en esta vida. Pero con el don viene una responsabilidad. ¡Cuánta gente no ha escuchado hablar de Cristo! ¡Cuántos saben de Él, pero no lo conocen en realidad, y por eso no lo aman! Y cuántos de ellos son nuestros vecinos, trabajan junto a nosotros, pasan por nuestras mismas calles, van a nuestro lado en el autobús o en el Metro. No podemos guardarnos el mayor tesoro recibido para la humanidad para nosotros mismos. Tenemos que compartirlo, transmitir la gran noticia: ¡hemos encontrado a Aquél que tanto anhela el corazón humano!, la piedra preciosa, la moneda única, el buen pastor, la luz del mundo, el único Salvador…

A la luz del Evangelio hoy escuchemos al Jesús que siempre se ha adelantado a nosotros. Callemos un poco. A veces hablamos demasiado. Dejemos que sea Dios quien hable. Y que, como casi siempre, nos sorprenda y renueve interiormente.

(Guía Litúrgica)

Homilía: XXI Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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