• Primera lectura: 2 Rey 4, 42-44: El sirviente los repartió, comieron, y sobró.
  • Salmo Responsorial: 144: Cerca está el Señor de los que lo invocan.
  • Segunda lectura: Ef 4, 1-6: Traten de conservar la unidad creada por el Espíritu.
  • Evangelio: Jn 6, 1-15: Quedaron todos satisfechos… Que no se desperdicie nada.

Neptalí Díaz Villán

Tolerancia mutua: Podríamos empezar esta reflexión con la segunda lectura, de la carta de Pablo a la comunidad de Éfeso. Para ese momento Pablo estaba al final de su vida, y en la prisión. Había pasado mucho tiempo anunciando la Buena Noticia del Reino. El abandono de una vida meramente instintiva dominada por el egoísmo, y la posibilidad de ascender a una humanidad libre de cara a los demás seres humanos y al Dios de la vida.

Humanidad a la que se llega por medio de una vida comunitaria, fundamentada en la hermandad por ser hijos de un mismo Padre, salvados por un mismo Cristo y animados por un mismo Espíritu. Unidad que no debe ser utilizada como instrumento para manejar y uniformar las masas según la voluntad de una sola persona o institución, que se autoproclama poseedora de la verdad. Las palabras de Pablo: “Hay un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo. Y único es Dios, Padre de todos…” no deben ser utilizadas para fundamentar imposición de la voluntad de un tirano. No deben ser utilizadas para manejar los hilos del poder al antojo de un gobernante manipulador, sino para sentirnos corresponsables los unos con los otros, para buscar la unidad y trabajar unidos para el bien de todos.

Por supuesto que al buscar la unidad tenemos que renunciar a intereses egoístas, inclusive, a algunos gustos personales que afectan al colectivo. Estas exigencias se hacen más fuertes cuando se trata de uniones más cercanas e íntimas como la pareja y la familia. Es necesario llenarse de humildad, mansedumbre y paciencia. No se trata de someterse totalmente a la voluntad del otro porque, como dice la canción: “aquí el que manda soy yo y si no te gusta, vete”.  “Sopórtense mutuamente por amor”, dice Pablo. Aquí nos corresponde ceder de parte y parte, aceptar mi verdad y mis equivocaciones así como la verdad y las equivocaciones de la otra persona, para convivir corresponsablemente y para apoyarnos en la mutua edificación.

El gesto del compartir: A partir de la corresponsabilidad comunitaria y del compartir fraterno y solidario con los hermanos, podemos entender mejor el texto evangélico de hoy.

Este evangelio es más conocido como el milagro de la multiplicación de los panes. Posiblemente, los  amantes del “abracadabra, pata de cabra”, interpreten literalmente el texto e imaginen una gran masa de personas hambrientas en un descampado sin posibilidad alguna de adquirir alimento. Y como por lo general nos gustan los  “supermanes” y los líderes mediáticos, nos imaginamos a Jesús repartiendo panes a diestra y siniestra. Lo vemos sacando panes y peces que nunca se acaban, de una sola canasta. Dicen que la inocencia es una virtud,  pero en los niños; en los adultos, se convierte en tontería.

El evangelio de hoy (Jn 6,1-15) sigue la línea de la primera lectura (2Re 4,42-44). Es un paralelo que muestra la continuidad en Jesús del Proyecto de Dios para su pueblo y la superioridad del hombre de Nazaret sobre todos los personajes del Primer Testamento (Moisés, Eliseo, Jonás, etc.).

Jesús nos presenta la alternativa del trabajo y el compartir en comunidad como fuerza que hace posible la satisfacción de la necesidad humana de comer. En tiempos de Eliseo, en tiempos de Jesús y en nuestro tiempo, existe mucha gente con hambre. Muchos seres humanos dejan de existir porque no tienen disponibilidad de alimento, no precisamente porque no haya qué comer, pues cada año las trasnacionales de alimentos destruyen toneladas de sus productos con el objeto de hacer subir los precios. Nuestro planeta tiene capacidad para alimentar al triple de la población actual; pero cuando el lucro se pone como valor supremo y se deifica, ese dios exige a sus adeptos el sacrificio de millones de vidas humanas, para calmar su insaciable sed.

¿Qué hacemos frente al problema del hambre? No basta con dedicar unas cuantas monedas del presupuesto para comprarle comida a los pobres y llevarles algún mercado. Esto se convierte muchas veces en una píldora para  tranquilizar las conciencias. Se trata, sobre todo, de comprometer nuestra vida en la búsqueda de condiciones que brinden mejor calidad de vida para todas las personas.

Todos los imperios han tenido y tienen la necesidad de explotar a grandes masas y de privilegiar a unos cuantos para mantener el sistema. Se propone la caridad como un instrumento del mismo sistema para remediar los males que vejan a los empobrecidos, y garantizar la continuidad de las estructuras. Los pobres deben hacer bien su trabajo como obreros, y los ricos deben ser caritativos con los pobres. Aquí el buen cristiano es el que no se mete en los problemas mundanos y deja que la historia siga su curso. El que se porta como un papá bueno con los pobres y les da limosnas: ropa (usada) y juguetes (viejos que han dejado sus hijos). El que compra mercados y les regala. Es una persona generosa y buena a quien le duele el dolor humano y trata de remediarlo, pero deja intacto el foco que produce ese dolor.

La propuesta de Jesús fue distinta. Según el texto Jesús preguntó a Felipe: “¿dónde compraremos pan?” (v5); pero dice el evangelista que era para probarlo porque “él sabía lo que iba a hacer” (v6). Es decir, no se trata de comprarlo y dárselo; no se invita a dar limosnas a los pobres ni a repartir mercados. Esto no se descarta en casos extremos de hambre, producto de alguna calamidad natural o provocada. Mucha gente ha encontrado en estas prácticas verdadero alivio para sus necesidades. Pero no podemos limitar nuestra dimensión social cristiana a dar limosnas a los pobres y a repartir mercados, sin atacar el origen de la miseria.

Según el texto, el pan debe salir de la misma comunidad. “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; ¿pero qué es esto para tanta gente?” (v9). Jesús actuó a partir de lo que había en el medio y de lo que pudo dar la gente. Escaseaba no solo el pan material. Tenían además una gran falta de confianza en sí mismos y en Dios, que sólo puede actuar si encuentra personas dispuestas a ofrecer sus brazos para transformar la realidad. Tenían la necesidad de hacerse protagonistas de su propia historia y de dejar se esperar mesías fantásticos que vinieran con su “abracadabra”, a solucionar todos los problemas. ¿El sistema les estaba haciendo daño? ¡Claro que sí! Pero no únicamente el sistema sociopolítico. Era, sobre todo, el sistema interno: su miedo, su egoísmo, su baja autoestima, su desesperanza y su conformismo.

Tenían la necesidad de recostarse en el suelo, pues recostados comían los hombres libres, ya que los esclavos debían hacerlo siempre de pies, dispuestos a atender el llamado de sus amos. Es decir, tenían la necesidad de valorarse, de luchar por sus derechos y de crear condiciones de trabajo digno y libre, en el cual no sirvieran a un amo y señor que se había apropiado de los medios de producción y del comercio. Necesitaban arriesgarse a compartir en fraternidad y solidaridad. Necesitaban dar, cada uno, su aporte y hacerse corresponsables de los problemas y de las soluciones de todos. 

Ahí ocurrió el “milagro”. Cuando lo poco que se tiene pasa por las manos de Jesús, es decir, cuando nuestras manos son la extensión de las manos de Jesús, alcanza para todos y sobra (doce canastos, perfección).

¡Ojo con no desperdiciar! Es distinto acumular los frutos de la explotación de los demás por avaricia y deseos de superioridad, que guardar por prudencia y con visión de futuro. Necesitamos ser generosos pero no irresponsables con nosotros mismos. Con las facilidades que dan las tarjetas de crédito con mucha frecuencia gastamos más de lo que podemos pagar, y nos convertimos en esclavos de nuestra insaciable sed de consumo. “recojan las sobras; que no se desperdicie nada.” Les dijo Jesús.

Esta propuesta nos invita a evaluar las estructuras mercantilistas, individualistas y egoístas que ha impuesto el sistema actual. La propuesta de Jesús no se queda sólo en el plano físico sino que invita, sobre todo, a la comunión plena en el amor. No basta con llenar los estómagos. Necesitamos vivir los valores que nos hacen más humanos y felices: trabajo digno y organizado, vida comunitaria, misericordia, solidaridad, compartir fraterno…

Oh Dios, misterio infinito de verdad y de amor, fuente de vida, de alegría, de plenitud. Gracias porque podemos refugiarnos en ti con confianza y encontrar consuelo y  fortaleza. Ayúdanos a vivir una verdadera unidad en nuestras familias y comunidades. Ayúdanos a vivir la tolerancia, el respeto, la promoción, el trabajo corresponsable y el disfrute solidario de nuestro esfuerzo.

Ayúdanos a sobreponernos a todos los obstáculos, a superar conflictos, a aprender de todas las experiencias y a crecer como seres humanos para ser más libres, más veraces, más dignos y mejores hijos tuyos, en solidaridad y amor. Danos la sabiduría necesaria para ver las oportunidades que nos ofrece la vida, en medio de las realidades duras y dolorosas que a veces nos toca vivir.

Te pedimos que, siguiendo a Jesucristo, hijo tuyo y hermano nuestro, trabajemos con entereza, recojamos los frutos de nuestro trabajo y de tu bendición y los compartamos con alegría con nuestros hermanos. Ayúdanos a ser prudentes en nuestro consumo, a evitar las ostentaciones, a no desperdiciar, a ser previsivos, a conseguir una buena estabilidad económica que nos ayude a vivir en paz, sin caer en la codicia, la avaricia y la tacañería. Ayúdanos a vivir los valores fundamentales del Reino para experimentar la alegría de la salvación.

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