Homilía: XX Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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  • Primera Lectura. Ez 16, 1-15.60.63: “Sigue viviendo y crece como brote campestre”.
  • Salmo Responsorial. Is 12, 2-3.4bcd.5-6: “Ha cesado tu ira y me has consolado”
  • Evangelio. Mt 19, 3-12: “En el principio, los creó hombre y mujer”.

En la primera lectura el profeta Ezequiel describe los tratos de Dios con la nación de Israel, y su conducta hacia él, y su castigo a través de las naciones vecinas, incluso aquellos en los que más confiaron. Esto se hace bajo la parábola de una niña expuesta, rescatada de la muerte, educada, desposada y rica, pero luego culpable de la conducta más abandonada y castigada por ello; sin embargo, finalmente recibió el favor y se avergonzó de su conducta básica. Después de una advertencia, se recuerda la misericordia, la promesa preciosa. La Divina Misericordia debe ser poderosa para derretir nuestros corazones en una triste pena por el pecado. Tampoco Dios dejará perecer al pecador, quien se humilla por sus pecados y llega a confiar en su misericordia y gracia por medio de Jesucristo; recibirá por la fe la salvación.

En el evangelio. las palabras de Cristo dirigidas a los fariseos (Mt 19) se refieren al matrimonio como sacramento, o sea, a la revelación primordial del querer y actuar salvífico de Dios «al principio», en el misterio mismo de la creación. En virtud de este querer y actuar salvífico de Dios, el hombre y la mujer, al unirse entre sí de manera que se hacen «una sola carne» (Gén 2, 24), estaban destinados, a la vez, a estar unidos «en la verdad y en la caridad» como hijos de Dios (Gaudium et spes, 24), hijos adoptivos en el Hijo Primogénito, amado desde la eternidad.

A esta unidad y a esta comunión de personas, a semejanza de la unión de las Personas divinas (Gaudium et spes 24), están dedicadas las palabras de Cristo, que se refieren al matrimonio como sacramento primordial y, al mismo tiempo, confirman ese sacramento sobre la base del misterio de la redención.

Amar es para siempre. ¿Esto es posible? ¿No prueba la experiencia lo contrario? Son muchas las parejas que se rompen en los primeros años. Y aun cuando subsista una fidelidad inviolada, ¿puede decirse que el amor verdadero sobrevive para siempre? Tanto para el hombre como para la mujer sería imposible si, al entrar en el amor, no hubieran entrado en Dios. Al entrar en el amor como creyentes, se entra en la vida y en el ser de Dios. Y Dios mismo se convierte en el garante del amor que nos ofrece cada día como regalo, un amor humano en el que su amor está presente como en señal. No depende de nosotros salvar nuestro amor. Es Dios quien lo salva y sale garante eminentísimo del mismo.

(Guía Litúrgica)

Homilía: XX Domingo.  Tiempo Ordinario. Ciclo B

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