Domingo, 2 de marzo de 2025
- Primera lectura: Eclo 27,5-8: El fruto muestra el cultivo de un árbol.
- Salmo Responsorial: 91: Crecerá como un cedro del Líbano.
- Segunda lectura: 1Cor 15,54-58: El Señor no dejará sin recompensa su fatiga.
- Evangelio: Lc 6,39-45: Cada árbol se conoce por su fruto.
Color: VERDE
“Ir a lo profundo”
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Continuamos con el Sermón de la Llanura, o discurso de las bienaventuranzas en la versión de Lucas. En el fragmento que hoy leemos hay una invitación especial a trabajar en nuestro crecimiento personal desde lo más profundo de nuestro interior. Muchas veces nos quedamos tratando de arreglar las manifestaciones del mal, las palabras, las actitudes malas, confesamos pecados de palabra, de obra, de omisión, pero corremos el riesgo de quedarnos ahí, solamente en los síntomas, sin ir a la raíz del mal. Y peor aún, muchas veces nos quedamos en la apariencia, en cuidarnos de no delatarnos con nuestras palabras o nuestras obras; y así no somos libres. Tal vez, nos especialicemos en el “arte” del engaño, del ocultamiento, de la prudencia en lo que hacemos y decimos, para pasar de agache, pero guardamos, en el fondo, un drama muy duro. A veces en nuestras conversaciones es más lo que escondemos que lo que decimos, bailamos eternamente el baile de las máscaras.
Pero de alguna manera nuestras palabras y nuestras obras delatan lo que hay en nuestro interior: “El fruto muestra el cultivo del árbol”. “Cada árbol se conoce por sus frutos”. “De la abundancia del corazón, habla la boca”.
Por eso, en el momento de entablar relaciones de amistad, de negocios, afectivas, o de cualquier tipo es necesario ser muy analíticos, revisar las palabras y las acciones para descubrir qué se revela, que se intenta esconder, qué intereses, qué ideologías, qué peligros, qué oportunidades hay y así evitar mayores problemas. Muchos problemas y dramas dolorosos se habrían podido evitar si los implicados hubieran sido más cuidadosos, si hubieran analizado más las palabras y las acciones. He escuchado muchos lamentos cuando ya es demasiado tarde por no haber puesto cuidado a los signos, a las amenazas insertas en ciertas actitudes y palabras.
Pero, sobre todo, es necesario hacer un viaje al interior de nuestro propio ser. Reflexionar, interiorizar, analizar nuestras propias palabras y acciones, nuestros logros y pérdidas, aciertos y desaciertos, para descubrir nuestra naturaleza humana, nuestra calidad humana. Vale la pena hacer algo que no está muy de moda en nuestra sociedad postmoderna pero que es una necesidad existencial: ejercitar nuestra capacidad de interiorizar, de estar solos, con nosotros mismos. Decía Federico Nietzsche: “El hombre se mide por la cantidad de silencio que es capaz de soportar consigo mismo”.
Éste un trabajo que debe hacer cada uno, nadie lo puede hacer por otro. Sin duda, encontraremos mucha bondad, grandes capacidades de amar, de entrega, de generosidad y también grandes posibilidades para dañar, para destruir, para aprovecharse de los demás. Así somos todos los seres humanos, todos estamos hechos de lo mismo. Todos tenemos mucho en común con los demás seres humanos, pero también cada uno de nosotros tenemos nuestra propia individualidad, nuestras características propias. Somos únicos e irrepetibles; no ha habido ni habrá alguien exactamente igual a mí. Por eso, el trabajo de estudiarme sólo lo puede hacer yo, me pueden ayudar las herramientas de la psicología, de psiquiatría, de la filosofía, de la espiritualidad, etc., pero es necesario comprometerme conmigo mismo en esa tarea.
Como creyentes sabemos que en esta ardua tarea necesitamos abrirnos a la presencia de Dios Padre y Madre, para que Él ilumine con su Espíritu nuestro interior y nos ayude a descubrirnos, nos transforme a su imagen y nos dé la fortaleza para trabajar con honestidad por nuestra mutua edificación, con la certeza de que, como decía la primera lectura: “El Señor no dejará sin recompensa nuestra fatiga” (1Cor 15,58). Como lo dice de una manera muy bella el Salmo, si realmente nos dejamos inundar por Él y transformar por su gracia, seremos como cedros plantados en el Líbano, llenos de buenos frutos y revestidos de bondad hasta los últimos días de nuestra vida: “El justo crecerá como una palmera, se alzará como un cedro del Líbano: plantado en la casa del Señor, crecerá en los atrios de nuestro Dios. En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso” (Sal 92[91],13-15).
Éste es un proceso dinámico. Nuestras palabras y obras reflejan nuestro interior. Así que a partir de lo que hacemos y decimos tenemos que ir hacia lo profundo de nuestro ser para transformarlo. Si realmente vamos por un camino de conversión, si cada día somos mejores seres humanos, si nuestro corazón se abre a la bondad y al amor de Dios, eso tiene que verse reflejado en todo lo que hacemos y decimos. De esa manera no tendremos necesidad de escondernos con palabras y con las apariencias. Sencillamente, manifestamos el amor de Dios que habita en medio de nuestra naturaleza humana, sin sentirnos santos ni sabios, pero sí con cierta calidad humana que nos da la libertad para hablar y actuar.
Muchas veces pretendemos darle lecciones a todo el mundo y hasta somos severos con nuestras críticas o con nuestras actitudes. Jesús fue muy contundente: “Un ciego no puede guiar a otro ciego… ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano” Así que, primero, tenemos que aprender nuestras propias lecciones que nos da la vida, crecer desde nuestro interior.
No es que necesitemos ser perfectos, sin tacha, para poder ayudar a los demás a ver sus propios errores humanos. Podemos ser corresponsables de nuestro crecimiento si todos vamos en este camino y entramos en una dinámica de ayuda mutua; Jesús mismo invitó en otro momento a la llamada corrección fraterna (Mt 18,15-17). Pero sin convertirnos en jueces, sin dirigir nuestro dedo acusador y violento hacia los demás, que en el fondo esconde un drama sin resolver y un gran dolor en el alma que grita urgentemente ser sanado.
Ojalá todos entremos en esta dinámica de crecimiento interior y nos ayudemos con respeto y generosidad a descubrir nuestras luces y sombras para que podamos compartir y deleitar los buenos frutos que surjan de nuestro interior. Que nuestras palabras sean para hacer crecer, no para destruir; para cuestionar, mas no para juzgar; para hacer pensar, mas no para encasillar; para reconocer las bondades de los demás, más no para adular de manera interesada. Que con nuestras palabras revelemos un corazón noble y generoso; que con nuestras palabras los demás se sientan amados, respetados, valorados como seres humanos, que se sientan personas con dignidad.
Oración
Dios Padre, fuente de vida, de verdad y de amor. Creemos firmemente que nos podemos acercar a Ti para refugiarnos, para sentirnos protegidos y para alimentarnos interiormente. Te pedimos perdón por las veces que hemos juzgado y condenado a los demás, por las veces en que hemos pretendido ser guías ciegos.
Ayúdanos a encontrar las herramientas para descubrir la verdad sobre nosotros mismos. Danos tu Espíritu para descubrir nuestra realidad humana con sus luces y sus sombras. No permitas que nos quedemos en una vida rastrera y mediocre, llena de amargura y dolor, culpando a los demás de nuestras frustraciones y angustias. Nos abrimos totalmente para que llegues hasta lo más profundo de nuestro ser. Ayúdanos a aprender de las lecciones de la vida, de las experiencias bellas y también de las difíciles, por medio de las cuales podemos fortalecernos y crecer como seres humanos para encontrarle cada día sentido a nuestra vida. Transfórmanos a imagen de tu Hijo para que con un corazón limpio y generoso demos frutos de vida, de alegría, de amor y de paz. Pon en nuestros labios tus palabras para que sean justas y veraces, y sirvan para la mutua edificación. Amén.
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