Color: BLANCO

  • Primera Lectura. Hch 16, 22-34: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia”.
  • Salmo Responsorial: 137, 1-2a.2bc-3.7c-8: “Señor, tu derecha me salva”.
  • Evangelio. Jn 16, 5b-11:“Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito”.

El barco se había anclado en el puerto. Pablo y su amigo Silas bajaron a tierra y pronto llegaron a la ciudad de Filipo. En el mercado y en las calles le hablaban a la gente: «Dios los ama. Envió a su hijo Jesús a la tierra para que puedan conocer al Dios verdadero. Crean en Jesús y serán salvos…»

A Lidia, la vendedora de púrpura citada ayer, le gustaba escuchar los relatos de Jesús y creyó en Él. Pero otros se enojaron y gritaban furiosos: “Están armando una revuelta. No los queremos escuchar. ¡Que desaparezcan!» En segundos todo el pueblo estaba agitado contra los mensajeros de Dios. Les arrancaron la ropa y los golpearon con palos. Les dejaron la espalda cubierta de heridas graves. Los llevaron a la cárcel. En una celda oscura y húmeda el carcelero les puso manos y pies en un cepo. Les dolía todo, su espalda ardía de dolor. Pero la Biblia nos cuenta que los presos no se lamentaban preguntando por qué Dios había permitido eso. Al contrario, a la medianoche cantaron alabanzas a su Dios.

Entonces sucedió: de golpe Dios vino en su ayuda a través de un fuerte terremoto. Las puertas de la cárcel se abrieron y las cadenas se soltaron. El ruido despertó al carcelero. Su primer pensamiento fue: Los presos se fueron. Por miedo de sus superiores quiso suicidarse. Tomó su espada… Pero Pablo le grito: «¡Alto!, no te hagas ningún mal. Todos estamos aquí.» Efectivamente, nadie había huido. El carcelero se cayó temblando a los pies de Pablo. Preguntando qué debía hacer para ser salvo y el apóstol aprovecha para hablarle de Jesús; el carcelero creyó, cambió de vida y trataba mejor a los presos a quienes daba de comer y de beber.

Cuando el líder de un grupo desaparece, a veces los miembros del grupo se quedan desorientados, no saben qué hacer. Les falta la palabra que les indique hacia dónde caminar, a dónde dirigirse, que les señale el camino y los pasos que tienen que dar. Es evidente que separarse del estilo de vida aprendido junto a Jesús comporta para los discípulos un sufrimiento, de algún modo la tristeza les ha llenado el corazón. Jesús intenta disipar esta tristeza, causada por la disminución de su presencia, pues lo último que quiere es que nos convirtamos en niños dependientes.

Ayer y hoy, el Evangelio, requiere hombres y mujeres, adultos, libres y responsables, capaces de participar con su iniciativa y creatividad en la construcción del Reino; personas capaces de enfrentar los conflictos y situaciones complicadas que se encontrarán a lo largo de su vida siendo fieles al mismo tiempo al mandato del amor que nos dejó Jesús. Por eso, no hay razón para la tristeza de sus discípulos, pues no estarán solos, el Espíritu les ayudará en el camino, guiándolos, orientándolos y fortaleciendo su fe y su misión.

(Guía Litúrgica)

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