Domingo, 4 de junio del 2023

  • Primera lectura: Ex 34,4b-6.8-9: Dios es compasivo y clemente, de infinita paciencia…
  • Salmo Responsorial: Dn 3,52-56: Bendito tu nombre, santo y glorioso.
  • Segunda lectura: 2 Cor 13,11-13: Estén siempre alegres, llenos de armonía…
  • Evangelio: Jn 3,16-18: Dios envió a su hijo al mundo para que se salve por Él.

Color: BLANCO

Neptalí Díaz Villán

El Dios de la historia

Gato puede ser el animalito que come ratones, o el aparato con el que se levanta el carro para cambiar la llanta. Llantas pueden ser las de los carros o las que nos salen a lado y lado por problemas en la alimentación. Planta puede ser la planta del pie, la planta del jardín o la planta eléctrica. Es polisemia, varios significados de una misma palabra. Eso lo encontramos también en la literatura bíblica.

En la Biblia, mundo, por una parte, es todo lo que existe: el sol, las estrellas, la tierra, los ríos, la vida, las realidades humanas: la vida social, política, lúdica, artística, religiosa, económica, la historia en general. Por otra parte, es todo lo que se opone al plan de Dios. Tenemos entonces dos conceptos de mundo: primero como realidad en general y segundo como lo opuesto al plan de Dios. Entender esto es de suma importancia en nuestro camino de fe.

Si tenemos en cuenta que Dios, tal como nos lo revela la primera lectura, es “compasivo y clemente, de infinita paciencia, rico en misericordia y fidelidad” (Ex 34,6), entonces,  mundo, en el segundo significado que anunciamos, sería la inclemencia, la indiferencia, la injusticia y toda la estructura organizativa de los poderes (social, político, religioso, etc.) cuando estos son opuestos al Reino de Dios. Ese mundo hay que vencerlo, es decir, hay que vencer el egoísmo, la indiferencia, la injusticia… Por eso dijo Jesús: “Yo he vencido al mundo”. (Jn 16,33b).

La teología medieval, marcada por una fuerte influencia de la filosofía dualista[1] platónico agustiniana, con la convicción de que el cuerpo era la cárcel del alma, despreció lo que consideró terreno y lo llamó mundano, y apreció sobremanera lo espiritual, pues nos acercaba a Dios; según esta visión de la vida, lo valioso en el ser humano era su alma, por tanto, eso era lo que había que salvar. Lo otro, el placer, el arte, la música, etc., si no iban encaminados a salvar el alma, eran mundanos o profanos. Por eso se daban categorías de historia sagrada e historia profana, música sagrada y música profana, arte sagrado y arte mundano o profano. Eso, aunque adornado con un halo de santidad, es sencillamente anticristiano y muy dañino. Los mismos que condenaban el placer, el arte o la música por ser profanos, no tenían problema en aceptar la esclavitud, la explotación y la colonización.

Notamos que nuestros hermanos en la fe durante la edad media, aunque no por mala voluntad, confundieron cuál mundo era necesario enfrentar y combatieron el mundo como realidad en general, es decir el primer concepto que anunciamos aquí. Es decir, despreciaron el mundo como realidad histórica, lo satanizaron, lo condenaron. Decían en aquella época y hasta hace unos años que los enemigos del “alma” eran tres: “El mundo, el demonio y la carne”.

Pero desde el Evangelio ese mundo como realidad concreta e histórica no se debe rechazar, en él nos realizamos, nos movemos y existimos: Por lo tanto, al mundo como historia hay que salvarlo y de esta manera nos salvamos nosotros mismos que estamos en él. Esta fue la experiencia del pueblo de Israel con el Dios que se le reveló. Su nombre es: YO-SOY, es decir, el que se realiza, el que se mete en la vida humana, Él es el Dios de la historia. “El Señor bajó en la nube y se colocó a su lado y Moisés lo invocó por su nombre” (Ex 34,5 – primera lectura).Por eso, la nube es signo de la presencia de Dios, ese Dios que se pone al lado del ser humano, camina con él y acompaña sus procesos históricos. Nuestra oración de hoy ha de ser como la de Moisés en la primera lectura: “Sigue caminando con nosotros, Señor; somos un pueblo testarudo, tenemos errores e incoherencias; en nuestro pueblo hay injusticias e idolatrías, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y acéptanos como tu heredad”

Jesús, para nosotros los cristianos, es la plenitud de esa manifestación del Dios de la historia: “Y la Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros” (Jn 1,14). “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna y nadie perezca. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve por medio de él…” le dice Jesús a Nicodemo en el evangelio de hoy. En Jesús, Dios asumió totalmente la condición humana: el placer y el dolor, los miedos y la confianza, el amor y el odio, la angustia, la esperanza, el deseo, la tristeza, todo. Como nos lo narran los dos relatos de la genealogía de Jesús (Mt 1,1-14 /Lc 3,23-38), Él asumió toda la historia humana para redimirla.

Y así como nosotros los humanos, con nuestras características y valores personales, no nos realizamos si no es en relación de amor y amistad con los demás, o sea, en una vivencia comunitaria, a ese Dios inserto en nuestra historia, lo hemos encontrado no como una fuerza ciega, motor inmóvil, ni como soledad eterna, sino como una familia, comunidad perfecta: Padre, Hijo y Espíritu. Trinidad que nos debe llevar a vivir y a realizarnos a su imagen, como nos dice la segunda lectura, con sentimientos de alegría, orden, ánimo, armonía y paz, pues la gracia de nuestro señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo están siempre con nosotros.

Oración

Dios, Padre de infinita bondad, de infinito amor y misericordia. Gracias porque hoy podemos contemplar con regocijo, con admiración, con fe, con alegría y con esperanza la obra maravillosa de la salvación. Gracias por la forma como te revelaste a ese pueblo que vivía sometido a la esclavitud y lo condujiste a la libertad, en medio de tantos obstáculos, de tantos ‘peros’ humanos… gracias porque hoy podemos también escribir nuestra propia historia de libertad conducidos por tu mano generosa. Te bendecimos por tu Hijo Jesucristo que nos manifestó la plenitud de tu amor con su palabra y con su obra. Te pedimos que nos des la gracia de vencer el mundo del egoísmo, de la indiferencia, de la avaricia, la injusticia y todo aquello que degrada la vida. Que podamos, como Jesús, vencer ese mundo, primero dentro de nosotros mismos, que no dejemos acunar en nuestros corazones esas realidades que nos destruyen. Que florezcan dentro de nosotros el amor, la alegría, la esperanza, la generosidad y todo aquello que nos hace más dignos, libres y felices. Que podamos, a partir de una conversión y transformación personal, trabajar unidos para que nuestro mundo cada día sea mejor. Que el Espíritu Santo siempre nos preceda y acompañe para llevar a plenitud tu obra salvadora. Amén.


[1] Entiéndase dualista como la concepción de dos principios irreconciliables: cuerpo – alma, materia – espíritu, trascendencia – inmanencia.

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