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Presentación de los Santos Óleos

  • Primera Lectura. Éx 12, 1-8.11-14: “Este día será para ustedes memorable, en él celebrarán la fiesta al Señor”.
  • Salmo Responsorial: 115, 12-13.15-16bc.17-18: “El cáliz de la bendición es la comunión con la sangre de Cristo”.
  • Segunda lectura. 1 Cor 11, 23-26: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; hagan esto cada vez que beban, en memoria mía”.
  • Evangelio. Jn 13, 1-15: “Pues si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros”.

Fuente: celebrandolavida.org

En esta tarde solemne de Jueves Santo comenzamos el Triduo Pascual, comenzamos la celebración del misterio más grande, del misterio de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección del Señor. Esta celebración no termina hoy, sino que se prolonga a lo largo de estos tres días. Hoy comenzamos con la Cena del Señor, que interrumpiremos para retomarla mañana viernes con los oficios de la muerte del Señor, después de la cual volveremos a interrumpir la celebración para concluirla con la solemne Vigilia Pascual el sábado por la noche. Las celebraciones del Triduo Pascual constituyen así una unidad inseparable. En esta tarde, nos encontramos en el Cenáculo, con Jesús y con sus discípulos, celebrando la Última Cena, memorial de su entrega en la cruz. En este día, Cristo nos hace tres regalos: la Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor.

1. La institución de la Eucaristía. Aquella noche del Jueves Santo, Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la cena pascual judía. Ésta era una cena muy protocolaria en la que comían, entre otras cosas, el cordero pascual, verduras amargas, pan ácimo y bebían vino. Recordaban en esta cena el paso del Señor liberando a los israelitas y la salida de la esclavitud de Egipto, como hemos escuchado en la primera lectura. Jesús se reúne en el Cenáculo con sus discípulos para celebrar esta cena pascual. En un principio, todo parecía normal. Jesús, como cabeza de familia, procedió a realizar todos los ritos que se debía hacer en esta cena. Pero hubo algo distinto, que de algún modo llamó la atención de sus discípulos, aunque ellos aún no lo entendiesen. Y es que, al partir y repartir el pan ácimo, después de dar gracias y de bendecir a Dios, Jesús dijo a sus discípulos “esto es mi cuerpo”, y al pasar la copa de vino dijo “ésta es mi sangre”. Aquello que los discípulos no entendían en ese momento era el memorial, el testamento, el sacramento de lo que iba a suceder el día siguiente: Jesús entrega su cuerpo y su sangre, pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación. El sacrificio de Jesús en la cruz queda para siempre en el sacramento de la Eucaristía que Jesús instituye hoy. Cristo, la Nueva Pascua, se nos da como alimento para el perdón de nuestros pecados. Por eso, cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz proclamamos la muerte del Señor hasta que Él vuelva. Hoy celebramos de forma especial la Eucaristía y agradecemos a Dios este don inmenso de su cuerpo y de su sangre.

2. La institución del sacerdocio. La institución de la Eucaristía está íntimamente unida a la institución del sacerdocio ministerial. Jesús, al dejarnos el sacramento de nuestra salvación, nos dejó también el gran regalo del sacerdocio. El Señor escoge a hombres de este mundo para que, consagrados por Él y configurados con Cristo Cabeza y Pastor, continúen en el mundo la misión de Cristo, presidan a su pueblo en la caridad, lo alimenten con su palabra y lo santifiquen con los sacramentos. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, por eso es tan importante el sacerdote. Y no es importante por sí mismo, sino porque ha sido consagrado por el Señor. Un hombre pecador, como todos los hombres, con sus miserias, pero elegido y consagrado por Dios mediante el sacramento del Orden. Un hombre que, consagrado, ya no se pertenece, ya no es para sí, sino que es para Dios y para la Iglesia. Un hombre al servicio de los hombres. En nuestros días, el sacerdocio está devaluado, muchas veces por culpa de los mismos sacerdotes. No faltan en los medios de comunicación noticias que sacan a la luz a sacerdotes que no hacen lo que tienen que hacer, que cometen atrocidades que no son propias de un hombre consagrado a Dios. Por ello, hoy más que nunca es necesario que recemos por los curas. En este día especial para los sacerdotes, además de agradecer a Dios el don de la Eucaristía, rezamos por los sacerdotes, por nuestro párroco, por el sacerdote que nos bautizó, o nos dio la Primera Comunión, o nos casó, por los sacerdotes que nos han confesado o nos han ayudado a conocer más a Dios, y rezamos también por el aumento de las vocaciones sacerdotales.

3. El mandamiento nuevo del amor. Éste es el tercer regalo que nos hace Cristo en el Jueves Santo. Y es que el mandamiento del amor es en verdad un regalo. Es regalo porque es Dios quien nos ha amado primero. Antes de la Última Cena, como hemos escuchado hoy en el Evangelio de san Juan, Jesús se quitó el manto, se ciñó una toalla a la cintura, se puso de rodillas ante sus discípulos y les lavó los pies. El Señor hace la función del esclavo, Dios se arrodilla ante el hombre para servirle, el que es la pureza y la belleza lava la suciedad del pecado al hombre pecador. Con este gesto tan impresionante, que se representa en esta celebración con el gesto del lavatorio de los pies, Cristo nos muestra el amor de Dios. Por eso, el mandamiento del amor es un regalo, porque primero Dios nos ama y después nos manda que nosotros hagamos lo mismo: “Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”. El mandamiento nuevo del amor ya no es una norma, una ley. No es por tanto una obligación. Es más bien la respuesta al amor que Dios tiene por nosotros. Si Dios nos ama así, sirviéndonos, hasta el extremo de dar la vida por nosotros en la cruz, del mismo modo hemos de amar nosotros a los demás. Hoy agradecemos a Dios el don del sacerdocio y de la Eucaristía, sacramento del amor, y le pedimos que nos haga capaces de reconocer el amor que Él tiene por nosotros, que nos conceda sentirnos amados de verdad por Él, puesto de rodillas ante nosotros para lavarnos los pies, para que así también nosotros vivamos de verdad este mismo amor fraterno.

Esta tarde, antes de interrumpir la celebración, dejaremos el Santísimo Sacramento en el Monumento que hemos preparado en la iglesia, para acompañar a Cristo recordando el momento de la oración en el huerto de Getsemaní. No le dejemos solo, no nos durmamos como los discípulos, sino que permanezcamos en vela junto a él en la espera de la celebración de la Pasión y Muerte del Señor.

Francisco Javier Colomina Campos. www.betania.es

1. Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. La eucaristía es la expresión suprema del amor de Cristo a nosotros, los hermanos. Celebrar la <fracción del pan>, la <cena del Señor> ha sido, desde los primeros tiempos de la Iglesia, el acto más distintivo y representativo de los seguidores y discípulos de Cristo. La eucaristía ha sido, a lo largo de los siglos, el centro vital de la Iglesia, el gesto privilegiado donde se condensa y se expresa lo que es la comunidad cristiana. Por eso, cuando falseamos el significado de la eucaristía, falseamos la vida de la comunidad cristiana. No podemos acercarnos a la eucaristía simplemente para descansar del vértigo de la vida moderna, o para sentir la satisfacción de estar cumpliendo unos deberes religiosos que garantizan nuestra salvación. La eucaristía no debe nunca convertirse en un falso tranquilizante que alivie nuestra conciencia ante nuestra falta de lucha por la justicia o nuestra falta de amor a los demás. La eucaristía es anticipo del banquete del Reino, de un pueblo reunido y salvado, de unas personas que quieren vivir en un cielo nuevo y en una tierra nueva. Los que participan en la eucaristía deben saber que no hay comunión con Cristo, si no hay comunión con los hermanos. Si queremos comulgar con todo el cuerpo místico de Cristo no podemos comulgar sólo con la Cabeza, que es Cristo, separándonos de los miembros, que somos todos nosotros, la Iglesia.

2. Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y pronunciando la acción de gracias lo partió y dijo… San Pablo entiende siempre a la Iglesia como el verdadero cuerpo de Cristo resucitado. El pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre, hechos de elementos separados que han sido triturados y reunidos, significan en la eucaristía el cuerpo místico de Cristo y de su Iglesia. El dinamismo de la eucaristía va incluso más allá de la misma Iglesia católica; se extiende a todos los miembros de Cristo, que somos todas las personas de la tierra por las que Cristo murió y a las que Cristo redimió. En la comunidad eucarística no puede existir un yo excluyente, ni un nosotros excluyente, ni un país o nación que quiera vivir sólo para sí mismo, alejado de los demás. El pan de la eucaristía es un pan partido, que quiere ser compartido por todas las personas, especialmente por las personas que más sufren y que más lo necesitan. Por eso, la celebración de la eucaristía debe convertirse para los cristianos en una experiencia de amor y de fraternidad universal, sin límites, ni fronteras geográficas o económicas.

3. Voy a terminar citando dos textos, el primero es de San Agustín y el segundo de San Juan Crisóstomo. Dicen así:

Sean cuantos sean los panes que allí se pusieren, son un solo pan; cuantos panes haya habido hoy en los altares de Cristo por todo el orbe de la tierra, son un solo pan. Pero ¿qué es un solo pan? Un cuerpo somos muchedumbre: este pan, cuerpo de Cristo, del cual dice el apóstol… “vosotros sois el cuerpo de Cristo”, vosotros sois eso mismo que recibís… y lo suscribís al decir “amén” (Sermón 272).

¿Queréis honrar el cuerpo de Cristo? No lo despreciéis cuando lo veáis cubierto de harapos; después de haberlo honrado en la iglesia con vestidos de seda, no lo abandones fuera, para que sufra el frío, no lo dejes en la miseria… Vuestro hermano es templo de Cristo más que cualquier iglesia (Homilía sobre san Mateo, 50).

En fin, que cada vez que celebramos la eucaristía nos demos cuenta de que lo hacemos como miembros vivos del cuerpo de un Cristo crucificado y resucitado. El cuerpo místico de Cristo es la Iglesia, somos todos nosotros, los cristianos. Comulgar con Cristo es comulgar con todos los cristianos.

Gabriel González del Estal. www.betania.es

1- Fiesta del amor fraterno. Jueves Santo es el día del amor fraterno. Jesús amó a los suyos «hasta el extremo», nos dice el evangelista Juan. Este amor lo demuestra lavando los pies a los apóstoles. Es el único evangelista que no relata la institución de la Eucaristía. No hacía falta…. El gesto del lavatorio lo dice todo. Demuestra que ha venido a servir y no a ser servido, está dispuesto a dar la vida por todos. La Eucaristía es memorial (actualización) de la muerte y Resurrección de Cristo, sacrificio de la Nueva Alianza y sacramento de amor y de unidad. Cada vez que la celebramos proclamamos la muerte y la Resurrección de Jesucristo como dice la Primera Carta de San Pablo a los Corintios. La Alianza del Pueblo de Israel es el anticipo de la Nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo. Pero creo que hoy debemos resaltar que la Eucaristía nos une en el amor y nos da fuerza para transformar este mundo desde el amor.

2- Amor gratuito. El amor construye la fraternidad. Donde hay amor hay fraternidad; donde no hay, puede quedar la apariencia o el nombre, pero se escapa la realidad. “El que no ama permanece en la muerte. Todo el que odia a su hermano es un homicida. Nosotros debemos dar la vida por los hermanos”. Son palabra de la 1ª Carta de Juan 2, 9-10. Todo el amor verdadero (es decir, benévolo, desinteresado, servicial) que hay en el mundo es índice real de la presencia de Dios en la historia. Nadie tiene tantos y tan buenos motivos como el cristiano para amar a todos. Debemos ser portadores de amor en todo encuentro humano que mantengamos. Y puesto que el amor ofrecido provoca un amor correspondido, el encuentro siempre se convierte en oportunidad de gracia para nuestro interlocutor. El amor cristiano es agapé, es decir amor gratuito y desinteresado, que no exige nada a cambio. Si excluimos a una sola persona de nuestro amor, éste deja automáticamente de ser cristiano. Dios nos pide “amor preferencial por los pobres”. He de preguntarme en este día: ¿qué tiempo les dedico, qué recursos económicos les ofrezco, qué nivel de austeridad me exijo, qué cualidades pongo a su servicio, qué aprendo en mi relación con ellos? Todos somos iguales. Pero algunos (ellos) son “más desiguales que otros”. El evangelio me pide que sean “más iguales”. El necesitado, pobre en todos los sentidos tiene nombre y apellidos, no es un número, necesita que le escuchen y, sobre todo, que le quieran.

4- Los sacerdotes, testigos del amor de Dios. Amar no es sólo dar, es sobre todo darse, entregarse al otro, participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro. Hoy celebramos también el día de la institución del sacerdocio ministerial. El sacerdote debe ser puente que transmita la misericordia de Dios. Al final de nuestra vida seremos examinados sobre la imagen de Dios que ofrecemos a nuestras comunidades con nuestro comportamiento.

José María Martín OSA. www.betania.es

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