• Primera lectura: Hech 1, 1-11: “¿Qué hacen ahí parados mirando al cielo?”
  • Salmo Responsorial: 46, 2-3.6-9: “Batan palmas, aclamen a Dios con gritos de júbilo”.
  • Segunda lectura: Ef 1, 17-23: “Cristo es la plenitud de todas las cosas”.
  • Evangelio: Mc 16, 15-20: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio”.

Color: BLANCO

Neptalí Díaz Villán

Como parte de su naturaleza animal, el ser humano se ha unido al mundo de la competencia. Ser competente es no solamente un elogio, sino un requisito para “sobrevivir” en nuestro mundo. Alcanzar el éxito se ha convertido para muchos en su sueño número uno. Y no podemos decir que esa sea una actitud negativa, ¡todo lo contrario! Necesitamos en nuestros pueblos, tanto en la parte pública como en la privada, personas competentes y de éxito que lideren procesos eficientes, y con sentido social. Personas seguras, valientes, efectivas y, en lo posible, con calidad total.

El problema se crea cuando se trata de un éxito individualista, puesto como valor supremo por encima de valores humanos como la honestidad, la solidaridad y la justicia. Cuando se entrega todo, inclusive la integridad de la persona humana; cuando se utilizan las personas como medios para alcanzar el éxito, llámese económico, intelectual, deportivo, laboral, de farándula o de cualquier otro tipo. Cuando sobresalir se convierte en una obsesión que obliga a la persona a sacrificarlo todo: los amigos, la familia, la vida: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si se pierde a sí mismo?” (Mt 16,26). Ese éxito genera caos y es una corona lograda con el dolor ajeno que se alimenta con la sangre y el sudor de los inocentes, o a costa del sacrificio humano de la misma persona “de éxito”.

Encontramos personas “de éxito” que aunque estén rodeadas de gente, se sienten solas y amargadas y necesitan una inyección de heroína, una aspiración de cocaína, un cachito de marihuana, o cualquier otro distractor, para ocultar su profundo vacío existencial y para ponerle color a su eterno blanco y negro. De esto no se han escapado ni los mismos personajes que han querido alcanzar el “éxito espiritual”. Cuántos santos y santas hubo que, por alcanzar el modelo de santidad que presentaban en el momento, dejaron de disfrutar la vida, negándose a ser plenamente humanos. ¡Éso no es cristiano!

¡Qué paradojas las de nosotros los discípulos de Jesús! Hoy celebramos el ascenso, el éxito, la coronación gloriosa de un “hombre fracasado”. ¡Sí! Porque a juzgar por la historia, Jesús fue un “hombre fracasado”: dedicó toda su vida a luchar por la utopía de un reino que “no logró”. Organizó su movimiento con un grupo de amigos (de lo más bajo que había) para vivir unos valores distintos a los de la sociedad esclavista reinante en su tiempo. A cambio de los valores esclavistas propuso el amor, la justicia, la fraternidad, la acogida, el trabajo comunitario, libre y liberador, para formar un nuevo pueblo. Sanó los corazones heridos, curó a los enfermos, para todos tuvo una palabra de aliento y de comprensión. A nadie rechazó, a nadie juzgó ni condenó; a todos amó y ayudó, con todos se mostró misericordioso. Pero ¿dónde quedó todo eso? Ante la persecución, uno que compartía su pan lo traicionó, otro lo negó, y los demás huyeron. La multitud que lo quería hacer rey después de la repartición de los panes, y los incontables enfermos que curó no aparecieron en ese momento.  Las personas de todas las edades que escucharon sus parábolas, las que se rieron con sus cuentos y admiraron sus enseñanzas, brillaron por su ausencia. La turbamulta que lo aclamó a la entrada de Jerusalén se volvió contra él y pidió su muerte. Finalmente, las fuerzas oscuras[1] triunfaron y terminaron derrotándolo: lo apresaron, lo procesaron, lo condenaron a muerte y lo asesinaron en la cruz; sufrió el peor de los castigos de la época, la irrisión más grande. Sólo su mamá y otras mujeres (que no contaban para la época) lo acompañaron hasta el último momento.[2]

Si medimos su vida con la vara efectista que pide resultados cuantificables, sobre todo en términos monetarios, tendríamos que aceptar que Jesús fracasó. Pero si vamos un poco más allá y miramos las cosas desde los valores que engrandecen nuestra humanidad, desde lo que nos hace más humanos y dignos, descubriremos con gozo que ese “fracasado” nos mostró cómo ser plenamente humanos, verdaderamente libres y auténticamente felices. Que por medio de ese “fracasado” Dios le habló a la humanidad, y que tal como él asumió la vida de principio a fin, debemos asumirla todos para hacer parte de la salvación. Que Dios se puso de parte de ese “fracasado”, lo resucitó y avaló su obra. Que “fracasar” con ese “fracasado” es triunfar de verdad, porque quien pierde la vida por él y por su evangelio la gana (Mt 16,25), porque la “necedad” de ese “fracasado” es verdadera sabiduría y la sabiduría de este mundo es necedad delante de Dios (1Cor 3,19).

Celebrar la ascensión del “fracasado” Jesús, constituido Señor y Mesías, implica negarse a pensar que el egoísmo, la mentira, las esclavitudes y todos los males que nos vejan, tienen la última palabra. Celebrar la ascensión implica comprender que el verdadero éxito, el verdadero triunfo, la verdadera felicidad la encontramos cuando vivimos como Él, porque es una felicidad que no excluye, que no maltrata, que integra y genera vida a su alrededor. Celebrar la ascensión de Jesús implica, a su vez, comprometerse a continuar su obra y asumir el envío misionero de anunciar la Buena Noticia a toda la humanidad. Sin que haya personas excluidas dentro del pueblo, ni pueblos excluidos, porque la Buena Nueva es para todos.

Sintámonos enviados todos los que tratamos de seguir su camino. ¡No estamos solos! Aquel que nos envía no nos encomienda una labor para luego abandonarnos. No será fácil, porque el que se atreve a cuestionar este mundo y a pensar diferente, el que se atreve a rebelarse contra la muerte y sus representantes en este mundo, ésta lo buscará para acabar con él. Pero estemos seguros de que todo el poder que desplegó Dios al resucitar a Cristo de entre los muertos y darle asiento a su derecha, lo desplegará en favor nuestro, si seguimos sus pasos (segunda lectura). Nos corresponde mirar al cielo para no perder de vista la utopía, pero sin dejar de mirar al suelo porque aquí y ahora debemos hacerla realidad.

Con el poder de Dios seremos capaces de continuar la obra de Jesús, aún por realizar. Con su fuerza podremos arrojar los “démones” (demonios, fuerzas de la naturaleza)  que desintegran la vida, y mantenernos siempre firmes a pesar de las serpientes venenosas que no faltan en todo camino. Con el poder de Dios seremos capaces de anunciar un mensaje cuestionador y una propuesta de amor incluyente. Con el poder de Dios seremos capaces de pasar toda nuestra vida haciendo el bien y curando tantas enfermedades que maltratan nuestra humanidad.

Oh Dios, misterio infinito, fuerza liberadora, fuente de vida, de alegría y de plenitud. Nos refugiamos en ti como hijos muy amados, totalmente confiados en tu misericordia, seguros en tu regazo paternal y maternal. Gracias por regalarnos en Jesús la prueba máxima de tu amor y el testimonio de que sí se puede ser plenamente humanos y totalmente libres delante de ti y del prójimo.

Te pedimos que nos des la sabiduría para asumir nuestra vida tal como la asumió Jesús. Para buscar como personas y comunidad un crecimiento integral, un desarrollo sostenible que nos realice como seres humanos y nos haga vivir en armonía en esta casa común, con todos los seres humanos, con todos los seres vivos, con todo cuanto existe. Abrimos nuestra mente y nuestro corazón para que la misma fuerza, el mismo poder, la misma riqueza y la misma luz que desplegaste al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos siga acompañando para continuar su obra salvadora. De manera que combatamos todo tipo de males que amenazan la vida, y seamos instrumentos de salud, alegría y felicidad. Testigos firmes de Jesucristo salvador. Amén.

VI Domingo de PACUA. Ciclo B

V Domingo de PACUA. Ciclo B

IV Domingo de PACUA. Ciclo B


[1] Por lo general se habla de fuerzas oscuras cuando no se conocen los autores de un crimen. No en pocas ocasiones, se habla de fuerzas oscuras cuando se quiere ocultar un crimen que se sabe quién lo cometió, pero no lo dicen. Es una forma muy sutil de encubrir un delito, mientras los bandidos se pasean muy tranquilos por las plazas y participan de los banquetes oficiales.

[2] El evangelio de Juan pone también junto a la cruz a la figura del discípulo amado. Aunque la tradición lo relacionó con el apóstol Juan, es muy posible que se trate de una creación literaria del Cuarto Evangelista para representar la comunidad del discípulo amado. El ideal de discípulo siempre cerca de Jesús hasta el final.

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