Color: MORADO.  IV Semana del Salterio

  • Primera Lectura. Is 49, 8-9.15: “Exulta, cielo; alégrate, tierra; rompan a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo”.
  • Salmo Responsorial: 144, 8-9.13cd-14.17-18: “El Señor es clemente y misericordioso”.
  • Evangelio. Jn 5, 17-30: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”.

En la primera lectura de hoy nos encontramos con otro texto profético en el que Yahveh se nos ofrece no como el castigador ni el censor de su pueblo, sino como el que siempre escucha y responde a su pueblo, el que lo auxilia contra toda lógica, el que sin descanso defiende a Israel. Por ello, el camino de los que retornan de la oscuridad ―las tinieblas del exilio― lo ven transformado en pastos, agua y sombra que facilitan el transitar del pueblo a la luz, a la libertad. Este pueblo es guiado por un pastor, cuya imagen los buscadores de Dios del pueblo del Nuevo Testamento asocian al mesías que es siempre favorable a su pueblo.

Porque Dios está siempre en medio de su pueblo, por ello la esperanza da sentido a que piensen que se acerca la salvación: el pueblo se recompone, los cautivos dejarán tal condición, y los ciegos caminarán en la luz. La bendición de Dios se torna patrimonio del pueblo, cuyos mejores síntomas son la abundancia de bienes y el cambio de las condiciones dolorosas de vida. Ya hay fuerza para superar dificultades y obstáculos, y el pueblo elegido puede esperar con la mejor razón la tierra prometida. La creación se goza con la salvación de su Dios, el que no sabe olvidar lo que crea y ama aún más y mejor que una madre.

El relato del Evangelio de hoy se hace eco de la curación del paralítico, segundo de los signos del Evangelio de Juan. Se afirma la unidad de acción entre el Padre y el Hijo: Jesús es igual al Padre, depende de Él en todo, copia de Él su actuación fundamental, que sigue siendo dar la vida. Porque el Hijo no hace nada por su propia cuenta, porque hace lo que ve hacer al Padre.

Unidad de acción que se hace visible en la vida y en el juicio; y quien así lo acepta por la fe honra al Padre y al Hijo, tiene la vida y no derivará en desgracia alguna. Hay armonía perfecta de voluntades, hay también reciprocidad de afectos y amores entre uno y el otro, siendo el cauce del amor la vía más eficaz de la gracia. Y si el Hijo tiene el poder decisorio sobre la vida y la muerte es porque lo ha recibido del Padre, y la curación del paralítico es la mejor señal.

El Evangelio de Juan deja muy claro que Jesús vino para salvar, no para juzgar; y recibir a Jesús es aceptar al Padre y participar plenamente en su vida, y no aceptar a Jesús significa rechazar también al Padre y, por tanto, quedar excluido de la vida. En resumen, Jesús es la vida, y ésta la da por el Bautismo, el cual está prefigurado en el baño de la piscina en el caso del paralítico.

(Guía Litúrgica)

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