Domingo, 4 de mayo del 2025
- Primera lectura: Hch 5,27-32.40-41: Prohibido hablar sobre Jesús resucitado.
- Salmo Responsorial: 29: Cambiaste mi luto en danzas.
- Segunda lectura: Ap 5,11-14: El Cordero degollado está de pies.
- Evangelio: Jn 21,1-19: Sabían que era el Señor.
Color: BLANCO
“Apacienta mis ovejas”
La Palabra que hemos compartido nos invita a profundizar en la experiencia del discipulado vivido por los primeros cristianos y, al mismo tiempo, a reconocer que nosotros, hoy, seguimos ese mismo camino lleno de encuentros, desafíos y renovada esperanza.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestra a Pedro y sus compañeros dispuestos a sufrir ultrajes por dar testimonio de la Resurrección de Jesús. Ellos entendieron que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, un llamado que, pese a los riesgos y las incomprensiones, encarna la esencia del vivir auténtico en Cristo. Esta firmeza en la fe nos llama a preguntarnos: ¿estamos, en nuestra vida diaria, preparados para dar testimonio del amor y la verdad de Jesús, aun cuando ello signifique afrontar el rechazo o la crítica?
Cada vez que el Resucitado se presenta, sea en medio de un juicio hostil o en la simplicidad de una barca junto al mar, nos ofrece una invitación a reconocerlo en lo cotidiano. La escena evangélica en la que Jesús aparece junto al lago de Tiberíades nos recuerda que, muchas veces, el rostro de Cristo se nos revela en los detalles simples de la vida: en el acto de compartir el pan y el pescado, en el gesto fraterno de invitar a la comunión y en la restauración del amor en el corazón de Pedro.
La ternura de Jesús al interrogar a Pedro tres veces “¿Me amas?” no es sólo un discurso dirigido a reparar las fracturas del pasado, sino también una invitación a asumir el liderazgo en el cuidado de la comunidad. Cada pregunta es un bálsamo sanador que convierte el recuerdo de la negación en el terreno fértil del perdón y de la misión pastoral. Jesús, al pedirle a Pedro “apacienta mis ovejas”, nos enseña que el verdadero ministerio nace del amor humilde y comprometido, dispuesto a ser guía y refugio para los que se sienten perdidos.
El lema del presente año jubilar: “Peregrinos de esperanza, caminando hacia la Pascua”, y el llamado mensual “esperamos cielos y tierra nuevos” nos invitan a ver nuestro caminar como una peregrinación constante hacia la realización plena de la vida resucitada. Cada paso, aunque a veces se sienta arduo y plagado de incertidumbre, está impregnado de la promesa de un encuentro transformador con el Cristo que da nuevas posibilidades. Así, la imagen de la pesca milagrosa, donde el acto de arrojar la red se convierte en señal de fe y de disposición a confiar en la Palabra de Jesús, resuena con nuestro propio esfuerzo de abrirnos a lo inesperado, a la abundancia y a la gracia que transforma cada momento.
La experiencia apostólica, la manifestación de un Jesús que se hace presente en medio de la rutina y del sufrimiento, y la restauración del amor en el corazón del discípulo, son señales de que la fe auténtica se vive en el camino. Somos peregrinos en un mundo lleno de desafíos, pero esa misma senda se ilumina con la esperanza de la Pascua y la promesa de cielos y tierra nuevos. Cada acto de amor, cada gesto de obediencia a la voz de Dios nos acerca a esa realidad transformadora donde la vida se reinventa y la comunidad se fortalece.
Esta reflexión nos invita a preguntarnos: ¿cómo podemos, en nuestra cotidianidad, encarnar el testimonio del Cristo resucitado? ¿De qué manera nuestras acciones, el compartir y el acompañamiento en comunidad, pueden abrirnos a redescubrir ese mensaje de renovación y de esperanza? Al abrazar estas preguntas, estamos invitándonos a vivir una fe profunda, capaz de trascender las fronteras del miedo y del dolor, y de guiarnos siempre hacia una experiencia íntegra del amor divino.
Esta meditación nos reta a no conformarnos con una fe superficial, sino a buscar en el testimonio de los apóstoles y en la figura compasiva del Resucitado el camino de una vida llena de amor, de servicio y de esperanza. Continuemos, entonces, nuestro viaje de fe como auténticos peregrinos, convencidos de que cada paso nos acerca más a la plenitud de aquella Pascua que transforma y renueva nuestros corazones.
(Guía Mensual)
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