• Primera lectura. Hb 7,1-3.15-17: “Tú eres sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec”.
  • Salmo Responsorial: 109,1.2.3.4: “Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec”.
  • Evangelio. Mc 3, 1-6: “Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo”.

Color: VERDE/ROJO

En el Evangelio de Marcos encontramos a Jesús entrando a la sinagoga y viendo a un hombre con la mano paralizada. Jesús lo llama a ponerse en medio, en el centro de la atención de todos. La parálisis física de este hombre representa muchas veces nuestras propias parálisis espirituales o emocionales: esos momentos en los que nos sentimos incapaces de actuar, atrapados en nuestros miedos, dudas o resentimientos. Pero Jesús lo pone en medio, porque para Él, el bien de la persona está por encima de cualquier otra consideración. El día sábado, que era sagrado para los judíos, se convierte en el escenario de una poderosa enseñanza sobre la vida, la curación, y el bien sobre el mal.

Cuando Jesús le dice al hombre «Extiende el brazo», le está pidiendo un acto de fe. Extender el brazo, cuando está paralizado, parece imposible, pero con la fe y la mirada misericordiosa de Jesús, lo que es imposible se vuelve posible. ¿Cuántas veces nos encontramos paralizados, incapaces de movernos por nuestras heridas o inseguridades? Hoy Jesús nos dice: “Extiende el brazo”. Es un llamado a salir de nuestra parálisis, a actuar con confianza en la gracia de Dios.

Los fariseos, enfocados en las leyes y normas, no pueden ver el acto de amor y compasión que Jesús realiza. Junto a los herodianos, comienzan a tramar su destrucción. Este detalle del Evangelio nos recuerda que, cuando elegimos hacer el bien, a veces nos encontraremos con la oposición del mundo. Pero Jesús nos invita a seguir adelante, sin miedo, a actuar con fe y amor, siempre poniendo al ser humano en el centro, tal como Él lo hizo.

En la primera Lectura se nos habla de Melquisedec, un sacerdote eterno que prefigura a Cristo. Así como Melquisedec no tiene principio ni fin, nuestro llamado a la acción y al bien no tiene fin. Jesús, como Sumo Sacerdote, nos invita a una vida de constante crecimiento espiritual, donde nuestras «parálisis» no son el fin, sino oportunidades para experimentar su poder sanador. Nuestra vida cristiana no puede ser una vida estática. Debemos actuar, extender el brazo y dejar que la gracia de Dios nos transforme.

De igual manera el salmista proclama el poder y la autoridad de Cristo como sacerdote eterno, invitándonos a reconocer que nuestra verdadera fortaleza viene de seguir su ejemplo, de buscar siempre el bien y el amor sobre cualquier ley o norma que intente limitarnos.

Hoy, Jesús nos mira, como miró al hombre con la mano paralizada, y nos pregunta: ¿Qué es lo que te está paralizando? ¿Qué necesitas extender hacia Él para ser sanado? ¿Estás dispuesto a actuar con fe, incluso si las circunstancias parecen imposibles?

Jesús nos invita a dejar atrás las excusas y el miedo, a extender nuestra mano hacia la sanación y a confiar en que, con su ayuda, podemos movernos hacia una vida más plena y libre. ¿Qué parálisis hay en tu vida hoy que necesitas entregar a Jesús para que te sane? ¿Cómo puedes poner a los demás en el centro de tu acción, como hizo Jesús?

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