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  • Primera Lectura. I Jn 2, 22-28: “Quien confiesa al Hijo, posee también al Padre”.
  • Salmo Responsorial. : 97, 1.2-3ab.3cd-4: “Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”.
  • Evangelio. Jn 1, 19-28:Yo bautizo con agua; en medio de ustedes hay uno que no conocen, el que viene detrás de mí”.

Desde el “Camino de santidad” – lema de este mes – la Iglesia nos motiva a dirigir nuestro accionar y pensar. La santidad, que no es sinónimo de perfección amparada en nuestras cualidades, hace referencia a vivir la esencia de Dios que siempre es perfecta e intacta y que estamos abiertos a descubrir, vivir y manifestar. La santidad implica sanidad y, por tanto, desde nuestras limitaciones y debilidades, nos invita a fortalecernos en un Dios camino, vida y verdad. Con Juan el Bautista estamos llamados a “allanar el camino” para que podamos transitar todos juntos hacia el construir del Reino.

El bautista lo entendió. Supo quién era sin atribuirse nombres ni posiciones. No era Elías (profeta de la Antigua Alianza) ni era el Mesías quien vendría humildemente lleno de valor para encender lo apagado. Juan, profeta arriesgado y conocedor de los signos de su tiempo, se conoció a sí mismo como “voz que grita en el desierto”. Viviendo en la sequedad y aridez del desierto como hombre de fe y esperanza, bautiza y entiende que “no es digno de desatar la correa de la sandalia” (trabajo realizado por los esclavos de su tiempo) del que vendrá. Conoce su misión y se deshace de malentendidos. Como hombre honesto, veraz, lleno de osadía y movido por la claridad de sus convicciones sabe ubicarse en la posición que la vida le ha solicitado.

Hoy, sin embargo, son muchos los que banalizan la persona de Jesús a través de ofertas materiales que tendemos a olvidarnos del mensaje del que vino a darnos vida en abundancia. Los anticristos – personas que nos alejan del mensaje de salvación mediante ideologías, mensajes y regalos pasajeros – nos quieren seducir para que nos apartemos del camino que conduce a la santidad encontrada en el Dios de Jesús. Hoy se nos motiva a “permanecer en lo que hemos oído desde el principio” y, por tanto, a permanecer “en el Hijo y en el Padre y esta es la promesa que Él mismo les hizo: la vida eterna”. Aquí radica la verdadera santidad. Viajemos por la senda del verdadero camino que nos conduce a la vida. Confiemos en el mensaje, permanezcamos firmes y en plena confianza venciendo toda vergüenza para que “los confines de la tierra” puedan contemplar la victoria de nuestro Dios; el Dios de Juan, de Jesús y el nuestro.

(Guía Litúrgica)

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