• Primera lectura: Is 40,1-5.9-11: Preparen el camino del Señor.
  • Salmo Responsorial: Sal 84,9-14: La salvación está ya cerca de sus fieles.
  • Segunda lectura: 2Ped 3,8-14: Un cielo nuevo y una tierra nueva.
  • Evangelio: Mc 1,1-8: Él los va a bautizar con Espíritu Santo.

Color: MORADO

Neptalí Díaz Villán

Existen muchos dichos populares para enfrentar los tiempos de crisis: “calma, que no cunda el pánico”, “a mal tiempo buena cara”, “no hay mal que por bien no venga”, “lo que no mata, engorda”, o de manera más filosófica podemos decir con Nietzsche, “lo que no me mata, me fortalece”.

Al lado de estos esfuerzos humanos, como seguidores de Jesús, también tenemos una razón trascendental para no sucumbir ante la muerte que muchas veces quiere imperar entre nosotros. La razón es que el Señor viene, sale al encuentro del ser humano, no lo deja solo en su vacío existencial, en su soledad, en sus conflictos, en su mundo que lo envuelve, lo acosa y lo devora.

La voz que clama desde el desierto, figura literaria utilizada por Isaías para referirse al mensaje con el que Dios animaba al pueblo en tiempo de crisis, fue reconocida por el pueblo y aplicada a Juan el Bautista. Marcos recogió el testimonio y lo plasmó en su evangelio.

Juan el Bautista hubiera podido ser un ser un sacerdote citadino acomodado en el templo de Jerusalén, pues Zacarías, su padre, había sido sacerdote; pero optó por el camino profético, se fue al desierto y aprendió de él para anunciar el advenimiento del Señor. No habló desde el templo, pues para la época los líderes religiosos lo habían convertido en una cueva de ladrones (Mc 11,17). El Bautista convirtió el desierto en su centro de operación, con toda su profunda significación denunciadora y anunciadora.

En el lenguaje bíblico el desierto es símbolo de crisis: allí se carece de comida, agua, morada, trabajo, etc. Pero también es símbolo del encuentro con Dios: “la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2,16). Es el lugar de la alianza y el camino de la liberación. Esta doble significación se debe a que es, especialmente, en situaciones de desierto cuando el ser humano siente en su fragilidad, su necesidad de Dios y acude a Él.

Todas las personas, familias, comunidades y sociedades en general, pasamos por momentos de desierto: aridez, crisis que nos hacen sufrir, dudas, desgano, etc. Para mucha gente que padece hambre, desnudez, enfermedades, miseria, desplazamientos, guerras, imperialismos, neocolonialismos, etnocentrismo, etc., este mundo, en las condiciones actuales, no es el mejor sitio para reír y ser felices. Los ideólogos del sistema imperante le han declarado la muerte a las utopías (justicia, amor, paz, fraternidad, solidaridad, etc.), y, según ellos, aquello de trabajar por un mundo justo y fraterno pertenece a los pasados tiempos de la modernidad.

Mientras tanto, otros viven su mundo post-moderno: “yo soy yo y mis circunstancias”, “vive y deja vivir”, “comamos y bebamos que mañana moriremos”, “¡sálvese quien pueda!”. “Diviértete”. Si puedes a lo sano, si no, de todas maneras diviértete”. “Si encuentras una chica o un chico, aprovecha el tiempo al máximo, para eso están los anticonceptivos o la pastilla del día después, y por si acaso algún descuido, o si la pastilla no funciona, entonces acudimos a un legrado, aquello que en tiempo antiguo llamaban aborto…”

Mientras unos se entregan a un goce desenfrenado convirtiendo el placer en su Dios y el consumo, en su razón de ser, otros no tienen lo mínimo para vivir. Mientras unos disfrutan la bonanza, fruto de la explotación y la miseria, otros sufren las consecuencias de un mundo dominado por las guerras, las discordias y la voracidad humana que destruye la vida para calmar los deseos insaciables de la codicia, poderosa señora.

Adviento: un alto en el camino para ver la realidad, para pensar y reflexionar. Para escuchar la voz que clama en el desierto: desde el desierto de muchos hermanos nuestros que padecen las inclemencias de nuestro “orden” mundial, generador de muerte. Desde el desierto de muchas personas que sufren las inclemencias del calentamiento global, la falta de agua y las demás consecuencias de la devastación de nuestra madre tierra. Desde el desierto de muchas personas con sus conflictos personales, tal vez, nosotros mismos. Y por supuesto, escuchemos la voz que clamó desde el desierto por el que pasaba el pueblo de Israel en el cautiverio de Babilonia, retomada después por Juan “el bautizador” del río Jordán. Esa voz que la Iglesia nos invita a recordar en estos días de Adviento.

En medio de nuestros más profundos desiertos, los cristianos tenemos que ser “tercos” en la utopía del Reino de Dios. Es preciso asumir nuestra vida con fe robusta, esperanza alegre y ardiente amor por la causa.

Seguida de la escucha, debe estar la decisión firme de hacer algo para transformar la realidad. El Evangelio invita específicamente a preparar el camino del Señor y allanar los senderos. Una actitud interna que debe reflejarse en el día a día, en cada cosa que hagamos. Es tarea nuestra de cada día trabajar para que Dios haga su obra en medio de nuestro mundo: en la familia, en la vereda, en el barrio, en la comunidad, en la sociedad.

¿Cómo allanamos hoy los senderos? ¿Cómo hacer para evitar que en nuestras familias y comunidades reinen la injusticia, la inequidad, la indignidad y la miseria? ¿Cómo influimos positivamente en el feliz desarrollo de nuestra sociedad, por el bien de nuestros hijos, de nuestros nietos, de nosotros mismos y para la gloria de Dios? ¿Cómo haremos realidad los cielos nuevos y tierra nueva donde habite la justicia? (2 Pe 3,13).

Padre, fuente de vida, de alegría y de verdadera felicidad. Te presentamos el desierto en el que vive mucha gente y la tiene sumida en el abandono, la marginalidad, el dolor y la muerte. Te presentamos nuestro propio desierto, nuestros dolores y frustraciones, nuestro vacío existencial que solo será colmado con tu presencia viva.

Abrimos nuestra mente y nuestro corazón a tu gracia, a tu fuerza salvadora. Te pedimos que nos des la sabiduría y la luz para encontrar el verdadero sendero para la solución de nuestros conflictos personales, familiares, comunitarios y sociales. Para allanar el camino y hacer que nuestro mundo sea más humano, más fraterno, más justo, más digno de nosotros y de ti.

Que nuestros ojos puedan contemplar con gozo cómo la justicia y la paz se besan, la fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo. Que la lluvia abundante penetre nuestra tierra, fecunde nuestro trabajo cotidiano y podamos ver la abundancia de la salvación. Amén.

I Domingo. Tiempo de Adviento. Ciclo B

Jesucristo, Rey del Universo. Tiempo Ordinario. Ciclo A

XXXIII Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo A

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