Se conmemora el día de la Divina Misericordia
Domingo, 7 de abril del 2024
- Primera lectura: Hch 4, 32-35: “No había nadie que pasara necesidad entre ellos”.
- Salmo Responsorial: 117: “La piedra desechada es ahora la piedra angular”.
- Segunda lectura: 1Jn 5, 1-16: “El que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios”.
- Evangelio: Jn 20,19-31: “Los discípulos se alegraron de ver al Señor”.
Color: BLANCO
“VIDA NUEVA”
Nadie pasaba necesidades: El libro de los Hechos nos presenta el testimonio de la resurrección por parte una comunidad cristiana. Los signos de la resurrección se daban al interior de la comunidad: unidad integral, compartir solidario de las pertenencias y la satisfacción de las necesidades básicas por parte de los miembros de la comunidad.
La resurrección del Señor no es un hecho científicamente comprobable. Es una experiencia de fe que se demuestra, no en un tubo de ensayo ni con elucubraciones racionales, sino con el testimonio vida. Tendríamos que cuestionar muy fuerte el tipo de fe que llevamos en nuestros países con más de un 90% de los ciudadanos declarados cristianos y a su vez con tantas necesidades. En los últimos tiempos los hombres más ricos de nuestros países han duplicado y triplicado sus fortunas, mientras han aumentado los campos de concentración de la miseria.
Celebramos hace poco la Pascua, fiesta central de los cristianos. Contemplamos o hicimos las representaciones de la cena del Señor, el prendimiento, la pasión, muerte y la resurrección. Vimos caras de tristeza y hasta algunas lágrimas junto con el “mea culpa” por los pecados “cometidos”. Admiramos la solemnidad o criticamos los baches de las “ceremonias” y cantamos glorias y aleluyas con el toque de campanas que anunciaba el triunfo de la vida sobre la muerte.
Las celebraciones, sin duda, debieron animarnos para continuar el trabajo por el Reino por el cual Jesús entregó su propia vida. Pero no podemos quedarnos ahí con la calentura del corazón. “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”, decían nuestros viejos. Las realidades tan escalofriantes de nuestros países cristianos contrastan con la utopía propuesta por el libro de los Hechos: “No había nadie que pasara necesidades entre ellos”. ¿Qué está pasando? ¿Cristo no ha resucitado entre nosotros? ¿Nos hemos quedado con el Jesús muerto? ¿Nos hemos quedado con el mito? ¿Pensamos que ser cristianos es ir a misa y comulgar?
No están mal las celebraciones sentidas. Por el contrario, necesitamos avivar nuestra dimensión celebrativa y gozarnos en el encuentro con Dios y con el hermano. Pero es preciso pasar a la acción. Nos haría bien analizar la crítica que hacía Teodoro Adorno cuando dijo: “el cristianismo proclamó la consigna del amor pero fracasó porque dejó intacto el ordenamiento social que produce la frialdad”.[1] ¿Qué nos hace falta para pasar de los buenos deseos a los hechos? ¿Qué vamos a hacer para pasar de nuestro anhelo de paz, justicia y fraternidad a la construcción de una paz con justicia, libertad y todo lo necesario para vivir a plenitud como hijos de Dios?
Nueva vida: Lo que buscan fundamentalmente los escritos joánicos (evangelio y cartas de Juan) es que sus lectores crean en Jesús. Creer en la literatura joánica se entiende como una apertura total de la vida a la acción de Dios; una disposición para que Jesús actúe, salve, ilumine, conduzca y transforme toda realidad. Creer en Jesús no es afirmar una verdad de fe o estar de acuerdo con un dogma como verdad incuestionable.
La elaboración, la promulgación y, además, la adhesión intelectiva a un dogma pueden ayudar a tener una solidez doctrinal, a darle seriedad al proyecto y a evitar el cristianismo vaporoso que se va tras de cualquier ideología de moda. Pero lo fundamental en la fe del creyente no es tanto la adhesión del intelecto a un dogma. El fin último de la fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios, es tener vida en su nombre: “Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están relatadas en este libro. Éstas han quedado escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él.” (Jn 20, 30-31)
Queremos decir con esto que estamos invitados a creer, o sea a encontrarnos en nuestra propia carne con el Jesús vivo, personal y colectivamente. Si estamos abiertos a su acción, ese encuentro envolverá nuestra existencia de tal manera que seremos transformados a su imagen. La tristeza, la desidia, los egoísmos o el sinsentido de la vida; pensamientos, sentimientos, impulsos, todas las realidades humanas serán cubiertas por la nueva y definitiva realidad: Jesucristo resucitado y resucitador.
Con la fuerza y la gracia de Jesús, piedra desechada por los arquitectos, convertida en piedra angular, podremos vencer todas las fuerzas desintegradoras que envuelven al ser humano. Todo lo que es contrario a la vida, a la justicia y al amor, o sea, al Proyecto salvífico de Jesús, aquello que la literatura joánica llama mundo: “al mundo no lo vence sino el que cree que Jesús es el Hijo Dios” (segunda lectura) Así como Jesús venció al mundo con su vida, muerte y resurrección, si creemos en él, podremos vencerlo también. Es decir que, con su gracia, venceremos todo aquello que amenaza nuestra vida y tendremos vida abundante, plenitud, bienaventuranza.
Los discípulos estaban con las puertas trancadas y con miedo. Con mucha frecuencia ante los problemas, conflictos o persecuciones, nos encerramos y no hallamos soluciones. Jesús llegó, se puso en medio de ellos y les brindó la paz. A Jesús lo encontramos ahí en medio de la comunidad. Podemos convertir a los demás en la cruz que cargamos a lo largo de nuestra vida, o en el refugio en el que encontramos y brindamos apoyo, identidad, solidaridad y cariño, en el lugar del encuentro con Jesús vivo que nos cubre con su paz. Una paz que no equivale a pacifismo adormecedor sino a un instrumento emancipador no violento, sereno y esperanzado. Una dinámica que enfrenta el poder tiránico en una atmósfera de amor solidario. De esta manera la comunidad será el espacio donde los miedos y rencores que impulsan comportamientos agresivos, se reduzcan a la mínima expresión y se viva el esplendor del perdón.
Oración
Señor Jesús, te bendecimos por tu presencia viva en medio de nosotros. Reconocemos que la fuerza de tu Espíritu es más fuerte que nuestros miedos, que nuestro encierro, que nuestro cansancio, que nuestra fragilidad humana.
Te pedimos perdón porque en nuestras sociedades que se llaman cristianas, reinan muchas desigualdades, mucha injusticia, mucha indiferencia; hay mucha hambre, desnutrición, desescolaridad, muchas necesidades insatisfechas… lo cual se constituye en un anti testimonio. Te pedimos perdón por todos los signos de antitestimonio que ven en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestra sociedad cristiana. Danos la fuerza de tu Espíritu, la sabiduría y la gracia para trabajar juntos y lograr familias, comunidades, sociedades donde reinen la alegría y la plenitud.
Que la gracia de tu Espíritu nos ayude a vencer el miedo, a salir de nuestros encierros, a trabajar juntos por la reconciliación y la paz con justicia, equidad y oportunidades para todos. Que podamos reconocerte vivo en las llagas, en el costado herido, en el dolor de tantas personas que siguen luchando por la vida en medio de la adversidad. Que nos unamos, trabajemos y logremos vivir en armonía, en libertad, en dignidad, sin necesidades insatisfechas que denigran nuestra humanidad. Que seamos tus testigos. Amén.
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